Almuerzo y tertulia con mossèn Cinto en Vil·la Joana
Novela Dos visiones de Verdaguer, cuando se celebran 175 años de su nacimiento. Àlvar Valls ha escrito un libro monumental en el que reconstruye el contexto humano, cultural, político y religioso. Daniel Palomeras, un retrato íntimo y concentrado
JULIÀ GUILLAMON
La historia de mossèn Cinto (Folgueroles, 1845-Vallvidrera, 1902) tiene muchos elementos novelescos: Jacint Verdaguer sale de la nada, triunfa en los Jocs Florals, enferma, entra al servicio de la naviera del Marqués de Comillas, viaja nueve veces a América, escribe poemas épicos, es un padre de la patria y entonces se lía a hacer exorcismos, cae en desgracia, los carcas de todas las facciones se disputan por su caso, los artistas y el pueblo le quieren, los mandamases le castigan, le hacen pasar por loco y muere relativamente joven en medio de una espiral que hace girar a toda la sociedad catalana de 1900. Es un hombre pasional, el ambiente tiene luces y miserias, lujo y tinieblas, hay política y ambición, espiritismo y unas gotitas de amor adolescente. También hay que decir, no nos engañemos, que Verdaguer no es Kurt Cobain. Muchos de estos episodios nos quedan lejos.
Todo esto para decir que Entre l’infern i la glòria, de Àlvar Valls (Barcelona, 1947) me ha parecido una grandísima novela monumental. Todas estas historias están tratadas con una sensibilidad y una habilidad literaria poco comunes, con una gran cantidad de recursos que permiten desarrollar tramas y subtramas sin que chirríe. Es una novela sin una dirección política explícita, que se pone del lado del hombre Verdaguer, frente al uso interesado de las corrientes en litigio. Por temperamento, Valls, –que vive en Andorra desde hace años, que fue militante del Front Nacional de Catalunya. Condenado por el caso Bultó, amnistiado y revocada la amnistía, se fue a París– simpatiza con las figuras del doctor Ramon Turró i Joan Moles, pero esta fácil predilección no rompe el equilibrio narrativo.
La novela se centra en las últimas semana
de Verdaguer en Vil·la Joana, con las visitas de facultativos, la evolución de la enfermedad y la guerra abierta por la gestión de la casa, el testamento y el legado de Verdaguer. Por un lado, la familia de adopción (la hija de doña Deseada Martínez,viudadeduran,conquienverdaguer se relacionó en contra de las indicaciones del obispo Morgades) y por el otro, la familia carnal y las jerarquías eclesiásticas, con sus abogados. Con este hilo conductor van pasando los principales episodios de la aventura verdagueriana: la vida en Folgueroles, la irrupción deslumbrante en los Jocs Florals, con barretina y terciopelo, los viajes a América y Tierra Santa, la pasión rosellonesa, las relaciones con los marqueses de Comillas, especialmente
con la marquesa, con la corte española, el escándalo de los exorcismos y su marginación: el caso Verdaguer.
Lo que más me complace de esta novela es la naturalidad con la que se retrata a Verdaguer. Por ejemplo, en las comidas en Vallvidrera, en las que se comentan las noticias que llegan de Barcelona. Entras de lleno en la acción, nada forzada. O cuando suben a Vil·la-joana, a ver a mossèn Cinto, la portera de la casa donde vivía en la calle Aragó, y Verdaguer le pregunta si ha llegado carta del juzgado. La mujer le dice que esté tranquilo, que le riega las plantas. Estas escenas son impagables. Dan a Entre l’infern i la glòria una consistencia de gran narración, sencilla, natural y bien hecha. La muerte de la madre y más tarde, la del padre son episodios escritos con mano maestra. O el retrato del clero carlista, que encuentra en los primeros años de sacerdocio. O el cuadro de las mariposas, en una excursión a las Comes de Rubió, en el Pallars Sobirà, cuando ve volar a les blanquillas de la col, que le parecen ángeles. En catalán se acostumbra a decir que es mejor el relleno que el gallo.
Àlvar Valls ha logrado algo dificilísimo: que oigamos hablar a Bartrina, Gaudí o Ramon Casas y que resulte creíble. No queda nada forzado, ni novelesco de novela de premio de novela histórica. No recuerdo haber leído ninguna otra novela en la que estos diálogos tan comprometidos funcionen tan bien. Valls sabe la letra menuda de la historia y nos la hace vivir desde dentro, estableciendo un maravilloso juego de conexiones entre Verdaguer y Rusiñol, los catalanistas del
Diari Català, los modernistas e incluso los participantes de las meriendas fraternales de Lerroux. Junto a esto, la intriga en torno al testamento del poeta es, narrativamente, una fruslería.
Sus 1.018 páginas no son ninguna broma. Les aconsejo que si les gusta la historia, les gusta la literatura y les interesa Verdaguer, hagan una reserva de tiempo para esta gran novela excesiva. Si no quieren gastar tanto (en horas), Fills de la terra dura de Daniel Palomeras (Santa Maria d’oló, 1949) es otra novela verdagueriana recomendable, organizada como un rompecabezas, con los dados que se combinan en escalas temporales, para explicar, también esta vez, la historia humana de Verdaguer, desde una perspectiva más intimista y ambiental, entre el film mudo y el cine de vanguardia. Verdaguer nació hace 175 años y sigue entre nosostros, a golpe de cáliz y, afortunadamente, del ira .|
Àlvar Valls ha logrado algo dificilísimo: que oigamos hablar a Bartrina, Gaudí o Ramon Casas y que resulte creíble