La Vanguardia

El gozo del trabajo

- Ventura Pons Director de cine

Rosa había nacido en Sant Andreu, era la mayor de cinco hermanos, todos con mucho talento. La madre murió cuando los pequeños, Xavier y Joan, todavía iban con calzón corto y a ella le tocó llevar la casa. Su padre era un hombre muy entero, la genética, el toque que tienen todos los Sardà, les viene de aquel hombre.

Hizo teatro de aficionado­s en el barrio y ya lo hacía muy bien. La compañía representa­ba el éxito de los sesenta,

Cena de matrimonio­s. En el Guimerà, entró en el mundo profesiona­l, en pequeños papeles, de la mano de Lucena y Santacreu, matrimonio de actores que se afanaba por encontrar su lugar. La llamó Garsaball para actuar en En Baldiri de la costa, un éxito popular que se hizo varias temporadas, donde ella y Enric Majó eran los galanes jóvenes. Rosa era pareja de Xavier Dotú. Se casaron en octubre del 69 y fui el testigo, ya había empezado nuestra amistad. En diciembre, los dos protagoniz­aron

El knack. A los ensayos se traía a sus dos hermanos pequeños, Xavier y Joan, embelesado­s con Nancy Jones, como se llamaba el personaje de Rosa. A veces aún la llamo Nancy. El matrimonio con Dotú se deshizo al cabo de un año.

Caricias fue la película que me situó en el mundo. Fue selecciona­da oficialmen­te en la Berlinale y de allí arrancó una gira por todos los festivales que cuentan de verdad. Hemos trabajado muy juntos. Hemos viajado por medio mundo y nos hemos amado mucho. De los viajes hablaría y no acabaría nunca, un placer constante, un disfrute garantizad­o. Es una admirable selfmade woman, muy inteligent­e y sobre todo muy rápida, viva, despierta: tiene unas salidas geniales. En Berlín, después de unos cuantos años, dijo: -Pronto me pondrán un pisito. En Arequipa, no firmó un autógrafo que le pedían unas vascas, en el convento de Santa Catalina.

-La Orden no me lo permite. En Bogotá se escondió tras una puerta de la embajada protegiénd­ose de un puñado de mujeres fachas e iba sacando la cabecita de vez en cuando.

En Mar del Plata, cuando nos seguía tumultuosa­mente la gente aplaudiénd­onos por la calle, se defendía:

-No soy Antonio, no soy Antonio –en referencia a Coronado, que hacía furor como el obrero en camiseta de la excavadora.

¿De dónde saca tanto ingenio, la puñetera? De su espíritu y de la preparació­n tenaz. Tantas veces la he visto con el lápiz en la mano, dándole vueltas a una idea, puliendo una frase que después, dicha, parece tan espontánea.

Siempre nos hemos querido. En las duras y en las maduras. El día en que murió de sida Joan, su hermano, a quien había hecho de madre, me llamó. -¿Me necesitas? ¡Ahora vengo! Corrí a la casa de Horta donde vivía con Mainat. Me quedé toda la tarde. El mejor monólogo tragicómic­o, la Sardà explicándo­me con todo detalle los últimos momentos de la vida del hermanohij­o, me hacían verter lágrimas de dolor y de risa como nunca en mi vida. Sonrisas y lágrimas. Para ella fue una sesión de psicoanáli­sis de esas donde viertes todo el dolor que arrastras.

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