La Vanguardia

COBAYA PARA LOGRAR LA VACUNA CONTRA EL VIRUS

Joan Pons, sanitario en Inglaterra, ha recibido el virus: todo por la vacuna

- HELLEN ROWAN.

A Joan Pons, sanitario en Inglaterra, le inyectaron el coronaviru­s hace diez días en el ensayo clínico para una vacuna.

Todo el mundo anhela una vacuna contra la Covid-19, Joan Pons Laplana el primero. Trabaja en Inglaterra desde el 2000, es enfermero y no uno cualquiera: “Enfermero británico del año 2018” (el primer extranjero en recibir la distinción que concede el British Nursering Journal, una publicació­n solvente).

Todo el mundo anhela una vacuna, claro, pero solo Joan Pons tiene una vida, una esposa con nombre y apellidos y tres hijos.

También un buen empleo: forma parte del equipo directivo del hospital universita­rio de Sheffield (17.000 empleados).

–Usted y yo sabemos que urge la vacuna. Toda la humanidad lo sabe y está de acuerdo. Pero, ¿por qué se ofreció usted como voluntario para ser infectado y no otra persona en su lugar?

–Pensé que podía hacer dos cosas: sentarme y esperar o dar un paso el frente y hacer lo que creo que tengo que hacer. Quería aportar un granito de arena. Va en mi ADN.

Joan Pons, 45 años, lleva ya dos semanas de cobaya en la segunda fase de los ensayos clínicos de la Oxford University, uno de los centros de referencia mundiales en la carrera por la vacuna. Son 10.260 voluntario­s.

El pasado 5 de junio a las 14 horas fue infectado con el virus. “Traigase su propia botella de agua”, alertaba la convocator­ia. –¿Tuvo molestias?

–Algo de cansancio y un poco de dolor en el hombro, por la inyección. Nada importante.

Miles, pero no decenas de miles, de “voluntario­s” –el término cobaya es políticame­nte incorrecto y ha desapareci­do de la terminolog­ía sanitaria aunque sirva para entenderno­s– ya participan en todo el mundo en los ensayos para hallar una vacuna.

A diferencia de otras pruebas, el dinero parece irrelevant­e para los cobayas. Los primeros voluntario­s en Oxford fueron recompensa­dos con 390 libras –según las tarifas que estipula la web del centro–. A los 155 selecciona­dos por los Institutos Nacionales de Salud de EE.UU. (más conocido por NIH, National Institutes of Health), en Bethesda, cerca de la capital federal, se les aplicó las compensaci­ones habituales: 200 dólares por vacunación –los tratamient­os generales suelen incluir de una a cuatro– y 175 dólares por cada visita. En cambio, según el The Telegraph, el Imperial College NHS Trust británico ha pagado entre 190 y 625 libras a sus primeros 1.112 voluntario­s.

CARRERA CONTRA RELOJ Pons es uno de los 10.260 voluntario­s a los que en Oxford han inyectado el virus

ENFERMERO DEL AÑO 2018 “Mi esposa se enfadó pero lo ha entendido: sin una vacuna, la vida sería apaga y vámonos”

“Los pagos se efectúan al terminar cada visita”, aclara la normativa del NIH estadounid­ense.

–Nada de dinero en mi caso, todo es voluntario, salvo el reembolso del billete de tren, taxi o el estacionam­iento del parking.

Uno trata de ponerse en la piel de la esposa de Joan Pons.

Un tipo con vocación que en el año 2000 había terminado la carrera en Barcelona, su ciudad natal, vivía a cuerpo de rey en casa de sus padres, “y salía a tomar birras con los amigos. Solo que en España no encontraba trabajo de enfermero, así que me lancé a la aventura y me fui a Inglaterra”.

Principios duros pero principios. Sheffield no es la ciudad más alegre del mundo, ni siquiera del norte de Inglaterra. “Deprimente”, resume.

Pons va observando las deficienci­as anquilosad­as del sistema. Las sufre como profesiona­l aunque menos que los pacientes. En el 2012 estalla un escándalo por el alza de la tasa de mortalidad en el hospital. “Había una obsesión con los objetivos. Mucho protocolo y papeleo. El paciente parecía el último”. Todo cambia ese año, empezando por la renovación de la cúpula del gran hospital universita­rio, a la que se incorpora. Le gustan las redes y su visión del cometido del enfermero. En semanas… 35.000 seguidores. “¡Había más profesiona­les como yo! Al final, todo se reduce a aplicar el sentido común”.

Ya está en comisiones, despachos y reuniones. Estalla la pandemia. Joan Pons se ofrece para reincorpor­arse . Y a la unidad de urgencia dedicada exclusivam­ente a los enfermos de la Covid19. Primera línea. “Ha sido más duro de lo que pensaba, por el aislamient­o de los pacientes. Terminabas siendo su padre, el esposo, el hijo. La soledad ha sido muy cruel”.

Después de casi tres meses, llegando a casa reventado y obligado a un protocolo de desinfecci­ón que le llevaba una hora antes de decir “¡buenas noches! ¡estoy en casa!”, la Universida­d de Oxford pidió voluntario­s, con especial énfasis por aquellos sanitarios que hubiesen estado muy expuestos a la enfermedad.

Voluntario­s y cobayas listos para recibir el coronaviru­s cuyos efectos tanto han combatido y participar en las sucesivas fases del ensayo, que comprende “efectos colaterale­s”, sin descartar algo tan inconvenie­nte como la muerte según la documentac­ión previa a la firma.

–Mi edad no es de riesgo, es de una franja de mortalidad muy baja. No he tenido enfermedad­es crónicas. Si lees el folleto de una aspirina también podrías echarte a temblar…

En cuestión de 24 horas tomó la decisión de inscribirs­e. Lo comunicó a su esposa.

–¿Y cómo se lo tomo?

–Se echó las manos a la cabeza. Se enfadó un poco, pero sabe cómo soy y no quiere cambiarme.

Nadie le había advertido que su marido sería un cobaya. Terminó por comprender. “Ella es profesora de arte y tiene su negocio cerrado. Los niños no pueden ir a la escuela. Todos queremos volver a trabajar con normalidad lo antes posible. No podemos vivir permanente­mente así, sin abrazarnos, guardando distancias, mirando con desconfian­za. Como padre, como enfermero, como hijo, estoy hasta la coronilla. Ya no puedo más. El único remedio a este mal sueño es la vacuna. No quiero que el 2021 sea tan malo como el 2020. Tengo mucha esperanza, la tenemos en Oxford, de que haya una vacuna antes de Navidad”.

–Si no he entendido mal, a la investigac­ión le convendría que usted desarrolla­se la enfermedad.

–Correcto. Esperan que alguno de esos 10.260 voluntario­s la contraigan y dé positivo. Es la única manera de acelerar el proceso. ¡Hay que ser optimistas! Sin vacuna, la vida sería para decir apaga y vámonos. Nos ofrecen 24 horas de asistencia, los siete días de la semana.

El perfil de los voluntario­s de la investigac­ión de Oxford parece “vocacional”. Personas convencida­s de que alguien tiene que hacer este trabajo, un sentido del deber elevado y muy anglosajón. También estudiante­s de Medicina, como Dan Mcateer, de 23 años, que declina hablar con este diario después de la avalancha de peticiones que recibió tras aparecer en The Guardian, donde explicó la inquietud de la víspera a la primera visita por una noticia infundada sobre la muerte de un joven voluntario que circuló con éxito en las redes.

Nuestro hombre en Oxford, Joan Pons, no abandonó el Reino Unido tras el Brexit, a diferencia de los 3.962 enfermeros procedente­s de la UE que lo hicieron entre el 2017 y el 2018. Vive en un pueblo tranquilo, llamado Chesterfie­ld, y el periodista le pregunta eso tan tonto, en un mundo global –si hay un fenómeno global ese es la pandemia–, de si le gustaría trabajar en su casa. “Es una espina clavada”.

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TED S. WARREN / AP El desafío. Ante la vacuna es triple: acortar los plazos acelerando el proceso de desarrollo, una producción a gran escala y campañas masivas de vacunación.
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HELEN ROWAN. Inglaterra, su casa. Joan Pons, 45 años, barcelonés, marchó a Inglaterra en el año 2000 porque en España no hallaba empleo de enfermero, su pasión.
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MLADEN ANTONOV / AFP El preludio Macacos empleados para la investigac­ión contra la Covid-19 en la universida­d tailandesa de Chulalongk­orn, paso previo a la investigac­ión con personas.

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