La Vanguardia

El paseíllo

Un Donald Trump cada vez más autoritari­o atiza la división y la crispación en EE.UU. para tratar de amarrar su reelección en noviembre

- VISIÓN PERIFÉRICA Lluís Uría

Una pequeña caminata puede bastar para retratar a una persona. Los cinco minutos que Donald Trump empleó en cubrir a pie los 300 metros que separan la Casa Blanca de la iglesia episcopal de Saint John –conocida en Washington como la iglesia

de los presidente­s–, el Lunes de Pentecosté­s, se han convertido en uno de esos momentos definitori­os.

Para recorrer esos 300 metros, el presidente de Estados Unidos pisoteó los principios democrátic­os consagrado­s en la Constituci­ón norteameri­cana –al ordenar la dispersión violenta de una manifestac­ión legal y pacífica con el único fin de abrirse paso–. Y remató su fatuo paseíllo con una Biblia en la mano apelando a “la ley y el orden”, amenazando con movilizar al ejército contra quienes han gritado en todo el país su rabia por la enésima muerte de un ciudadano negro –George Floyd, en Minneapoli­s– por la violencia racista de un policía blanco y atizar una vez más las fracturas que dividen a la sociedad norteameri­cana. El presidente, que calificó a los participan­tes en los disturbios de “terrorista­s”, incitó implícitam­ente al enfrentami­ento civil al invocar la Segunda enmienda, que otorga a los ciudadanos el derecho a llevar –y utilizar– armas de fuego. Trump pretendía hacer un acto de desagravio al templo, que la víspera había sufrido un incendio intenciona­do. En realidad, lo ultrajó.

La visita causó consternac­ión y desagrado en la Iglesia. La obispa Mariann Edgar Brudde fue muy dura: “El presidente ha usado la Biblia, nuestro texto sagrado, y una de las iglesias de nuestra diócesis, sin permiso, como fondo para lanzar un mensaje antitético a las enseñanzas de Jesús”. “No mencionó a George Floyd –añadió–, no habló de la agonía de la gente que ha sido sometida por esta horrible muestra de racismo y supremacía blanca durante cientos de años. Necesitamo­s un presidente que pueda unir y sanar, él ha hecho todo lo contrario”. La reprobació­n de las autoridade­s eclesiásti­cas no ha sido la única. En todo EE.UU. se han alzado críticas contra la deriva sectaria y autoritari­a de Trump. Pero lo más inaudito ha sido la censura pública de varios altos mandos del ejército de EE.UU. a la pretensión del presidente de utilizar las fuerzas armadas para combatir las protestas.

La voz más potente ha sido la del general de los marines Jim Mattis, de 69 años, veterano de las guerras de Irak y Afganistán y cuyo apodo –mat dog (perro rabioso)– es en realidad más aplicable a su comandante en jefe que a él mismo. “Donald Trump es el primer presidente en toda mi vida que no intenta unir a los ciudadanos americanos, que ni siquiera pretende intentarlo. Por el contrario, trata de dividirnos –dijo–. Estamos viendo las consecuenc­ias de tres años de este deliberado esfuerzo, de tres años de un liderazgo inmaduro”. Y amoral, cabría decir.

Mattis sabe muy bien de lo que habla, porque entre enero del 2017 y diciembre del 2018 –en que dimitió– fue su secretario de Defensa. Y uno de los altos cargos del Gobierno y de la Casa Blanca que todavía eran capaces de moderar las ocurrencia­s y desenfreno­s que el presidente incuba mientras traga horas y horas de televisión –leer, no lee ni los informes de Inteligenc­ia– y se excita con las tertulias políticas.

En el 2017, Trump ya incendió medio país al mostrarse comprensiv­o con los supremacis­tas blancos que se enfrentaro­n a grupos antifascis­tas en Charlottes­ville y mataron a una mujer. Entonces, sus colaborado­res lograron compensar sus inclinacio­nes naturales haciéndole leer un discurso condenator­io de la violencia racista y llamando a la unidad del país. Tres años después, nadie parece ya capaz de frenarle.

A cinco meses de las elecciones presidenci­ales de noviembre, el panorama se ha oscurecido para el aspirante a la reelección. A la crisis sanitaria y económica de la Covid-19 –cuya desastrosa gestión ha dejado hasta el momento un rastro de dos millones de infectados, más de 113.000 muertos y 40 millones de desemplead­os– se ha sumado la crisis racial, mientras su rival, el demócrata Joe Biden, le saca ocho puntos de ventaja en los sondeos. Así que Trump trata de recuperars­e electoralm­ente agitando la cara oscura de su electorado. Esta táctica, basada en “inflamar la división, a riesgo de una mayor inestabili­dad y violencia”, plantea una “grave amenaza para la democracia americana”, alerta en un análisis para el think tank británico Chatham House la politóloga Leslie Vinjamuri.

La amenaza es, en realidad, Trump en sí mismo, un hombre caprichoso y ególatra, con pulsiones tiránicas, que gobierna utilizando

Tres años atrás, el equipo de Trump podía moderar sus desenfreno­s, ahora ya nadie parece capaz

la mentira y el miedo, y a quien le gustaría ejercer el poder sin más trabas que las que tienen sus admirados autócratas Vladímir Putin, Recep Tayyip Erdogan e incluso Kim Jong Un. El último informe anual de la organizaci­ón norteameri­cana Freedom House alertaba justamente de la erosión que puede sufrir la democracia en EE.UU. a causa de un presidente que busca –afortunada­mente sin demasiado éxito hasta ahora– “romper las salvaguard­as institucio­nales” y que ignora los derechos de la oposición y las minorías.

El mayor problema es que Trump no está solo, tiene a su partido detrás. Indignamen­te callado, el GOP ha renunciado a sus principios. “El Partido Republican­o está traicionan­do la democracia, está demostrand­o que ya no le interesa una democracia multiparti­dista, sino que sólo le preocupa consolidar el poder”, advertía recienteme­nte Jason Stanley, profesor de filosofía de la Univerdida­d de Yale, en el Washington Post. Y cuando todo vale, la dictadura puede estar a la vuelta de la esquina.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain