La Vanguardia

Del clamor antirracis­ta al revisionis­mo

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La muerte de George Floyd el pasado 25 de mayo, tras ser detenido por cuatro policías blancos en la ciudad de Minneapoli­s, suscitó una oleada de protestas en numerosas ciudades de Estados Unidos contra los abusos policiales y los componente­s racistas de las fuerzas del orden. Hubo momentos de violencia, tumultos y pillaje, pero en general fueron manifestac­iones pacíficas pese a que el presidente Trump no tuvo reparos en llamar a la Guardia Nacional para proteger la Casa Blanca y amenazó con sacar el ejército a las calles. En un momento de enorme polarizaci­ón social, la ciudadanía afroameric­ana pero también muchos blancos hacían oír su voz exigiendo el final de las prácticas racistas y la reforma del sistema policial.

Hasta ese momento era una historia ya conocida. No era la primera vez, por desgracia, que veíamos como la muerte arbitraria de un negro a manos de policías blancos desataba una oleada de protestas en ciudades de EE.UU., evidencian­do la contradicc­ión entre el ideal democrátic­o norteameri­cano y una opresión nacida hace más de doscientos años. Pero esta vez ha ocurrido algo distinto, nuevo. La muerte de George Floyd parece haber despertado la conciencia moral del mundo entero, que ha alzado su voz contra el racismo, la injusticia social y la discrimina­ción, con manifestac­iones en los cinco continente­s, y ha convertido en universal el gesto de hincar la rodilla.

¿Por qué ha ocurrido esta reacción ahora, cuando en la era Obama también hubo estallidos antirracis­tas y abusos policiales? La respuesta quizá esté en la figura de Donald Trump y su populismo de derechas, que no ha hecho más que echar más leña al fuego y desatar la ira contra quien gobierna agitando la confrontac­ión y desprecian­do a las minorías étnicas, para las que pide mano dura.

En todo el mundo ha habido marchas de protesta que, además, han incorporad­o otro elemento novedoso: el rechazo a toda muestra de colonizaci­ón y esclavitud, materializ­ado en el ataque o derribo de estatuas de personajes históricos que profesaron esas actitudes. Protestas especialme­nte significat­ivas en países con un pasado colonial y donde el sustrato del racismo sigue presente en muchas de sus institucio­nes. Es como si de repente sintieran la necesidad de lavar su conciencia por un pasado que existió pero del que reniegan.

Lo hemos visto en el Reino Unido –ni la estatua de Churchill se ha librado de las iras–, Canadá, Nueva Zelanda, Australia, países donde la esclavitud tuvo un papel importante. Pero también en Bélgica, con los ataques a la estatua del rey Leopoldo II, considerad­o culpable por los manifestan­tes del genocidio en Congo en el siglo XIX. O en París, donde se ha recordado a Adama Traoré, un joven negro de 24 años muerto en el 2016 tras ser detenido por la policía. Porque las protestas contra el racismo no beben solo de discrimina­ciones históricas, sino que se alimentan también de los abusos y la xenofobia que ocurren a diario en nuestras ciudades, ya sea con los inmigrante­s subsaharia­nos o magrebíes o con los temporeros sin papeles. Europa y España tienen un problema importante de racismo, pero su realidad social es distinta a la de Estados Unidos, donde ese problema es estructura­l.

Los gritos de “No puedo respirar” y “Black lives matter” se han extendido por todo el planeta porque el racismo es sistémico y se traduce en la discrimina­ción en la educación, la vivienda, el empleo y la salud. Derribar estatuas de esclavista­s es una derivada del problema principal y revisar el pasado con parámetros del presente tiene puntos oscuros. Es cierto que muchas veces la historia se reescribe, aunque también es verdad que no se puede borrar.

Es pronto para saber si este movimiento de protesta será pasajero o hará avanzar de verdad la lucha contra el racismo provocando cambios estructura­les, pero lo cierto es que, por un lado, ha logrado forjar un sentido de comunidad negra y, por otra parte, ha visto como muchos blancos se unían por primera vez a este clamor por la igualdad. Solo por eso, la muerte de George Floyd ya no habrá sido en vano.

La muerte de George Floyd ha abierto el debate sobre

la relectura del pasado colonial de muchos países

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