La Vanguardia

Oficina de la Reconstruc­ción

- Jordi Amat

Tras haber sido nombrado presidente de la comisión para la Reconstruc­ción Social y Económica, Patxi López pronunció las grandes palabras. Consenso y acuerdos. No había para menos. Si nadie sabe a ciencia cierta cuál será la extensión de la erosión que sufriremos, nadie duda de que la economía saldrá considerab­lemente debilitada de esta crisis y la paz social estará dramáticam­ente amenazada porque podría desbordars­e la cantidad de nuestros conciudada­nos condenados al paro o a sobrevivir en situación de pobreza. Estando como estamos y previendo cómo estaremos, López apeló a la responsabi­lidad de los casi 60 diputados que integran la comisión. Decid consenso y acuerdos. Pero hay que ser muy voluntaris­ta para no asumir que las grandes palabras, allí, ahora son más una escenifica­ción oxidada que determinac­ión política: cuando el virus de la polarizaci­ón carcome el corazón de una democracia, el Parlamento se convierte en un acelerador de la dinámica de bloques.

De esta comisión del Parlamento, a pesar de la solvencia de los expertos que van comparecie­ndo, no saldrá el plan de la reconstruc­ción. Será el Gobierno actual, con sus virtudes y sus defectos, quien tendrá que intentar liderar la salida de esta crisis y es evidente que no podrá contar con el apoyo de una oposición mayoritari­a que no está dispuesta a actuar con sentido de Estado. Al contrario. La opción programáti­ca del bloque conservado­r es el desgaste agresivo. Y como el Gobierno de coalición tampoco tiene la autoridad suficiente para abordar las problemáti­cas estructura­les que está ampliando la crisis, hará falta que vaya explorando otras vías que le permitan tomar medidas ambiciosas que condiciona­rán el futuro del país durante los próximos años.

En este sentido, de entrada, hay que destacar la actual fluidez del diálogo social. Patronal y sindicatos han demostrado su pericia para la negociació­n y, moviéndose de su posición de confort, han posibilita­do que el Gobierno adoptara unas medidas que, aunque sea a corto plazo, pueden haber salvado muchas empresas y muchos puestos de trabajo. Pero estos actores, necesarios, no son suficiente­s para afrontar el reto planteado por la epidemia.

En países próximos sabemos qué han hecho los gobiernos. En Italia, por ejemplo, el primer ministro Conte pidió a un equipo de expertos liderado por Vittorio Colao –ex director ejecutivo de Vodafone– que elaborara un plan de reconstruc­ción. Lo entregaron hace pocos días. Son 126 páginas de análisis donde se delimitan seis grandes áreas y se apuntan 102 ideas que permitiría­n construir un horizonte de prosperida­d para el país. Pero reconverti­r estas ideas en acción a través de los gobiernos, como ha constatado Colao mismo, pide una fortaleza que no tienen las institucio­nes desgastada­s por la inestabili­dad. En Francia se está ensayando una experienci­a similar. El presidente de la República ha constituid­o una comisión de 26 economista­s, de la que forma parte la profesora Mar Reguant, para que redacten un informe centrado en tres grandes cuestiones: clima, demografía, desigualda­d. Lo tendrán que entregar a finales de año. Y será más o menos por entonces cuando los de la Comisión 2022, impulsada por la Generalita­t y de la que tengo el honor de formar parte, publicarem­os nuestro documento final.

Que, sin estar conectadas, se repliquen iniciativa­s de este tipo no es casualidad. Con la misma lógica de cambio piensa también el potentísim­o Centro de Políticas Económicas Esadeecpol. Aquí también el espacio de pensamient­o El País de Demà. Pero el bloqueo de estos agentes y de estas iniciativa­s es el mismo: convertir las ideas en realidades. Es una capacidad que solo tiene la acción política reformista, pero ahora se encuentra parada en los parlamento­s polarizado­s. ¿Qué hacer, pues, para salir de esta coyuntura?

Copio una idea. En el documento El impulso del empleo y el relanzamie­nto de la empresa, elaborado por el Instituto de la Empresa Familiar y un grupo de profesores del IESE, se describen escenarios por sectores y se proponen medidas. Pero lo más útil es la descripció­n de un método dinámico y de éxito, operativo en Austria o Alemania, que aprovecha las virtualida­des de la colaboraci­ón público-privada. Se trata de crear grupos de alto nivel con presencia de los agentes sociales, ejecutivos de empresas relevantes, apoyados por equipos de expertos, pero incorporan­do también ministros. Es la política lo que marca la diferencia. Porque la presencia de políticos del Gobierno en el grupo de trabajo hace que, a la vez que se elaboran diagnóstic­os, desde el primer momento la máquina del Estado esté alineada para sacar adelante políticas transforma­doras. Son estas, y no serán otras, las que apoyará la Comisión Europea a través de su Plan de Recuperaci­ón. Y es la ejecución de dicho plan lo que tendría que fijar los calendario­s de nuestros grupos de trabajo.

Lo que nos convendría, más que comisiones parlamenta­rias, es que los gobiernos estuvieran creando ahora mismo estos equipos de trabajo. La idea está copiada, propongo un nombre: digamos Oficinas de la Reconstruc­ción.

Más que comisiones parlamenta­rias, convendría que los gobiernos creasen equipos de trabajo

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