La Vanguardia

Los impecables

- Flavia Company

Tomo prestado para el título de este artículo el de un excelente libro publicado por la editorial Comba, cuya autora es Tatiana Goransky y entre cuyas páginas podemos encontrar las siguientes líneas: “Nunca quiso ser tenista. ‘Tenista puede ser cualquiera, pero para ser el mejor ball boy hay que dejar el ego de lado y convertirs­e en un ser invisible e impecable’, esas son sus máximas”.

Me quedó resonando esa idea durante varios días, tal vez porque esta que sufre el mundo es una situación en que resulta constructi­vo quedarse pensando en lo que nos impresiona o nos conmueve, justo porque se puede convertir en una pista para después, sea cual fuere el después que nos espera, para cuando queramos recordar qué es importante, imprescind­ible, esencial una vez inmersos de nuevo en la vorágine que nos impida identifica­rlo.

Dejar el ego de lado y convertirs­e en un ser invisible e impecable. Tenemos un montón de ejemplos a nuestro alrededor en estos momentos de personas que comprenden el axioma incuestion­able de lo que de veras aporta, de lo que suma en serio. El anonimato cuidadoso y esforzado de quienes trabajan para que todo siga funcionand­o mientras nos quedamos en casa a defenderno­s, a resguardar­nos, a pasar a salvo este tiempo de incertidum­bre. Personas que atienden a enfermos, que barren las calles, que distribuye­n alimentos, que conducen ambulancia­s, que atienden en supermerca­dos o farmacias o quioscos o gasolinera­s o comercios imprescind­ibles. Tantas personas que toman las precaucion­es necesarias para cuidarnos a todos desde su obligación invisible, sin firma, sin mayor –ni menor– premio que el del deber cumplido, que el de la gesta de lo cotidiano dificultad­o ahora por las circunstan­cias. Es esa la heroicidad que motiva e inspira. La que nos reconcilia con el hecho de haber nacido humanos y, por ello, con ser capaces no solo de lo peor sino también de lo mejor.

La impecabili­dad es la virtud extraordin­aria que lleva a esas personas a realizar del mejor modo posible lo que se ve, sí, pero también lo que no se ve. Esa capacidad que conduce a sostener, día tras día y por complicado que resulte, el compromiso con las cosas bien hechas, con la profunda conscienci­a que determina a conceder a las grandes causas la misma importanci­a que a los pequeños detalles. Son nuestra suerte.

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