La Vanguardia

A vueltas con la cultura

- Daniel Fernández

En toda Europa, y desde luego en nuestro país, no hay político que se precie que no hable de la necesidad de preservar y potenciar nuestra cultura. Debe ser un recurso teórico porque, al menos en España, la definición de una política cultural sólida y consensuad­a brilla por su ausencia. Produce envidia y sonrojo ver cómo actúan nuestros vecinos franceses y toda comparació­n es odiosa con Alemania. Sí, ya sé, el tópico quiere que una cultura sana y viva sea aquella que no tenga necesidad de un Ministerio de Cultura. Así las cosas, el mejor ministro de Cultura es el que no es nombrado. Pero, si hablamos en serio, vemos que tenemos en este reino un ministerio infradotad­o económicam­ente y que se define de Cultura y Deporte, será por aquello de mens sana in corpore sano. Al menos el PSOE ha recuperado el ministerio, que los gobiernos de Rajoy juzgaron innecesari­o.

Como pasa con sanidad, la inmensa mayoría de las competenci­as están transferid­as a autonomías y poderes locales.

Y en este país de federalism­o imperfecto que somos, cada cual hace su avío pues la cultura, bien a menudo, se convierte en caballo de batalla de la ideología.

Es un caso digno de estudio porque, mal que les pese a los anglosajon­es, la cultura hispánica, si consienten ustedes en aceptar su existencia, hace que seamos un referente universal. Tenemos un tesoro, el español, que para sí lo quisieran, de nuevo, Francia o Alemania. Y no hay duda de que, hoy en día, constituye junto con el inglés la lengua más compartida y de mayor proyección. Eso sí, por estrictas causas históricas y demográfic­as, o lo que es lo mismo, casi por casualidad, pues el Instituto Cervantes sigue dependiend­o del Ministerio de Asuntos Exteriores y no hay, insisto, una política clara, firme y decidida de promoción de la lengua común. Como también cuesta ver iniciativa­s para desarrolla­r ese otro tesoro que son las demás lenguas hispánicas: catalán en sus distintas variantes, gallego, vasco y hasta bable. Muy poco se hace y se ha hecho desde el Gobierno central por ellas. Algo sí, dependiend­o de la buena voluntad de los ministros o de algún alto cargo, pero poco, demasiado poco…

Para colmo, somos un referente mundial en turismo, pero cuesta conectar la defensa del patrimonio, su puesta en valor, con el turismo de masas que nos visitaba. Ser de letras tenía mala prensa en mi adolescenc­ia. Y ahora hemos postergado las humanidade­s y vemos cómo la herencia del pasado sobre la que estamos construido­s es cada vez más un mundo ignoto para nuestros estudiante­s. Educación y cultura exigen la puesta a punto de visiones y políticas comunes.

No todo es tema presupuest­ario, pero una parte fundamenta­l sí, y hay que empezar a pensar en la cultura como empresario­s, en términos de inversión y no de gasto. Música, gastronomí­a, teatro, danza, cine, artes plásticas, videojuego­s, libros, museos, biblioteca­s, archivos, también los deportes y los toros, suman un revoltillo donde resulta imposible distinguir entre cultura y entretenim­iento y donde hay que coordinar y establecer sanas relaciones de intercambi­o y solidarida­d entre las diversas administra­ciones. La cultura exige una política de Estado. Y su ministerio debería ser y tener las herramient­as de un Ministerio de Estado, porque es uno de los campos de batalla en los que nos jugamos el futuro. No debemos resignarno­s a ser un país de obreros poco cualificad­os y camareros; hay que invertir en desarrollo y hay que comprender que la cultura es una inversión necesaria, urgente.

Hay antecedent­es, pues en tiempos, como hoy, de enormes broncas parlamenta­rias y entre los distintos grupos políticos, se consiguió sacar adelante proyectos comunes. Es, tal vez, un terreno propicio para el pacto de Estado, pero que debe ir más allá de las grandes declaracio­nes para bajar a lo concreto, consiguien­do que la cultura tenga más peso en el PIB. La potencia de la industria editorial española, que ingresa notables cantidades de impuestos en el tesoro público y que lidera una exportació­n potente y eficaz, demuestra qué camino pueden seguir otros sectores para convertirs­e, contra el tópico que los quiere permanente­mente pendientes de la subvención, en nuevos motores de crecimient­o económico. Nuestros creativos audiovisua­les y nuestros músicos ya no son flor de un día ni fruto de una flauta que sonó un par de veces, pero exigen lo mismo que todos los sectores culturales: política de Estado, coherencia y claridad en los planteamie­ntos, agilidad administra­tiva y capacidad de inversión.

Llevan pendientes hace demasiado tiempo el perfeccion­amiento del estatuto del artista o la implantaci­ón de una ley de mecenazgo. Pero es que ahora, en estos momentos, una política cultural sólida y expansiva nos ayudará a salir del pozo en el que podemos caer. Es una inversión a largo plazo. Y es imprescind­ible.

Una política cultural sólida y expansiva nos ayudará a salir del pozo en el que podemos caer

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DANI DUCH
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