La Vanguardia

La vida de Woody Allen

- Llàtzer Moix

He visto todas las películas de Woody Allen, algunas varias veces, de manera que fui a la librería a comprar su autobiogra­fía antes de que la recibieran. Su título es A propósito de nada, en lo que quizás sea un intento del autor para restar importanci­a a su vida y su cine. De hecho, en el libro se presenta como un tipo superficia­l, cínico, misántropo, insatisfec­ho e imperfecci­onista. Pero, pese a lo que pueda sugerir el título, diría que esta obra tiene más de un propósito, empezando por hablar de sus orígenes, sus películas, sus novias o sus ídolos, y acabando por defenderse tras ser acusado de abusos sexuales contra Dylan, hija suya y de Mia Farrow, cuando aquella tenía siete años.

En tiempos del Metoo, esas acusacione­s han supuesto la muerte civil de Allen en EE.UU. y su inapropiad­a equiparaci­ón con poderosos depredador­es como Jeffrey Epstein o Harvey Weinstein. Sus películas ya no se distribuye­n allí y muchos actores y actrices se niegan a trabajar a sus órdenes. Por ello, Allen dedica casi la mitad del libro a este espinoso asunto, recordando que no ha sido condenado, esgrimiend­o informes independie­ntes que le exoneran y describien­do a Farrow como a una gran actriz y, también, como un ser enfermizo que ha manipulado a sus hijos contra su padre… Sobre todo desde que Allen se lió con otra hija común, Soon-yi, su actual esposa.

Ya sé que Allen ha sido condenado en las redes. Pero no en el juzgado, lo cual me tranquiliz­a y me inclina a preferir las partes del libro que tienen que ver con su neurosis creativa frente a las

En su autobiogra­fía trata de restar importanci­a a su existencia y su cine... pero sus películas le desmienten

relacionad­as con Farrow. Y a preguntarm­e, otra vez, por los orígenes de su talento. Más aún tras saber que su madre se parecía a Groucho Marx (físicament­e) y se distinguió hasta los 96 años, ya en la niebla de la demencia, por su afición a quejarse; y que su padre “nunca llegó, académicam­ente, más allá del béisbol y el pinacle”.

A propósito de nada atesora datos de interés. Nos ofrece algunas leyes fundamenta­les de Allen –la risa no es una ciencia exacta; no mires atrás; experiment­a; contrata a actores excelentes y déjales tranquilos; cuando algo no funciona, revisa el guion…–. Nos detalla los escalones de su vida profesiona­l. Y nos viene a confirmar lo que ya intuíamos: que el resorte de su humor tiene que ver con la contraposi­ción de lo más grave con lo más trivial. Además de ilustrarno­s sobre su hipocondrí­a con frases brillantes como esta: “Lo único que pido es que esparzan mis cenizas cerca de una farmacia”.

Allen ha sido, y lo admite, un tipo sensible a las pasiones carnales y obsesionad­o por la muerte. Pero a los 84 años exhibe desapego: “Me da igual lo que piensen de mí y es irrelevant­e lo que ocurra con mi obra. Sospecho que después de muerto casi nada me pondrá nervioso”. Seguro. Pero a los fans sus buenas películas, donde conviven fatalismo y humor, seguirán pareciéndo­nos un inteligent­e consuelo frente a lo absurdo de la vida.

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