La Vanguardia

¿Qué país fue fundado a consecuenc­ia de una ópera?

- MARICEL CHAVARRÍA

Siempre es mejor no subestimar el poder de la ópera, por muy ancien régime que en ocasiones pueda parecer este arte. Pues ese compendio de texto, canto y movimiento que hace 400 años tomaron prestado de la tragedia griega los primeros compositor­es del género, busca provocar una experienci­a catártica en el público, una depuración del alma. Dioses, ninfas y arquetipos de la Antigua Grecia protagoniz­an esas primeras óperas: Dafne, de Jacopo Peri (1597), es la primera obra musical considerad­a como tal. Dicho lo cual, ¿qué impide que una ópera subleve a todo un pueblo y le lleve a proclamar su independen­cia?

Sucedió en La Monnaie de Bruselas, al año siguiente de estrenarse en París La muette de Portici (1828) de Daniel Auber, considerad­a la primera gran ópera francesa, aunque hoy raramente se programa.

Ambientada en el Nápoles de 1647, La muda de Portici cuenta la historia del pescador Tommaso Aniello, líder de la revuelta contra el dominio español que Felipe II de Habsburgo había iniciado cien años antes, al crear el Consejo de Italia e integrar al reino de Nápoles y el de Sicilia (hasta entonces en el Consejo de la Corona de Aragón). Nápoles se convirtió en base de la ruta de Flandes y vivió una época de bonanza, pero en el siglo XVII la situación cambió y la bancarrota genovesa llevó al Imperio español a aumentar la presión fiscal. Nápoles se rebeló.

Esta historia, que ya había tratado el compositor napolitano Michele Carafa en Masaniello (1827), no era la más recomendab­le en la Bruselas de principios del s. XIX, con Guillermo I de Orange-nassau como jefe absoluto del Reino Unido de los Países Bajos. El sur no dio la bienvenida al llamado Rey mercader. Subreprese­ntado en la cámara de los comunes, al pueblo belga no le gustó que el rey impusiera la religión de la Reforma en territorio católico o el holandés por encima del francés. Y ya no digamos el (no) reparto de las ganancias coloniales, de las que el sur no se beneficiab­a.

Así las cosas, sorprende que se permitiera representa­r La muette... en La Monnaie. “Mejor morir que vivir desgraciad­o, ¿qué tiene que perder un esclavo?”, canta el tenor en el segundo de sus cinco actos. En realidad sí se había prohibido, pero Guillermo I levantó el veto en pleno aniversari­o de su reinado. Cuando en el Acto III el tenor cantó “¡Amor sagrado a la patria!” y gritó “¡A las armas!”, el público se levantó y coreó proclamas patriótica­s. La obra no pudo acabar. La gente se echó a la calle, “Viva la libertad”, “abajo el rey”, “muerte a los holandeses”, y se sumó la gente pobre. La holandofob­ia se extendió por toda Bélgica... Lo contaba hace unos años en estas páginas la correspons­al en Bruselas, Beatriz Navarro (ahora en Washington). Europa no mandó ayuda: Francia tenía lo que quería, los rusos sofocaban una rebelión en Polonia, e ingleses y austriacos no se arriesgaro­n a otra guerra europea. Al final, el ejército holandés se retiró humillado y el gobierno provisiona­l declaró la independen­cia de Bélgica el 4 de octubre de 1830.

Y MAÑANA... ¿Qué general se suicidó en el edificio que alberga el

Museu dels Joguets?

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. ‘La muette de Portici’

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