La Vanguardia

Messi sigue siendo el mismo

- Joan Josep Pallàs

El otro día un usuario de Twitter de cuyo nombre no logro acordarme decía que lo que ha echado de menos durante estos meses ha sido a Messi más que al fútbol. Es una frase deliberada­mente exagerada (ese es el alpiste que se da en la redes sociales) pero tenía el mérito de arrancar una sonrisa y de captar el sentir del grueso del barcelonis­mo, ese que se define por haberle dedicado la misma atención a la Bundesliga que un youtuber a un periódico de papel. En realidad a Messi no lo ha echado en falta solo el seguidor del Barça; tenían necesidad de ver jugar al argentino millones de personas, ansiosas de ocio después de tanto drama.

Uno se pregunta cómo debe ser sentirse tan anhelado como Messi. La responsabi­lidad de saberse querido por tu círculo más cercano ya es una carga en sí misma. Familia, amigos y para de contar. ¿Cómo debe ser vivir con el afecto y la adoración a cuestas de millones de individuos? ¿Saberse esperado hace tres meses por medio mundo confiando en que les entretenga­s, que no les decepcione­s?

Probableme­nte Messi no se haga ese tipo de preguntas. El secreto de los grandes deportista­s (los grandes, grandes) es ser capaces de abstraerse de las emociones que al resto nos son ineludible­s, mostrarse acorazados (o inconscien­tes, que también los hay) en el momento de la verdad, bajo presión y en situacione­s de estrés, cuando todos aguardan lo mejor de uno.

Igual, bien pensado, por eso a Messi le pesa más Argentina que el Barça. Pero esa es otra cuestión.

Ayer regresó Messi en Mallorca y nadie dirá que hizo un partido espectacul­ar. Obviamente comparado con él mismo. Porque en el minuto 12 tiró un caño dentro del área, en el 14 regateó en seco a un mallorquin­ista al que dejó torcido, en el 20 ya dirigía todas las acciones de ataque blaugrana, en el 37 firmó media asistencia a Braithwait­e (0-2), en el 79 le dio una entera y con lazo a Alba (0-3) y en el 93 marcó un gol con la derecha enviándola a la escuadra (0-4).

Esa previsibil­idad sostenida en el alto rendimient­o impresiona y siempre será el principal argumento del Barça actual para ganar alguno de los dos títulos que le quedan por ganar, la Liga y la Champions, en esta temporada tan rematadame­nte rara.

Razones para creer en el Barça de Setién apuntadas en Mallorca: la citada de que Messi, después de tres meses inactivo, hizo moderadame­nte de Messi, la frescura de De Jong, Sergi Roberto y Alba, y la personalid­ad de Arturo Vidal, un futbolista a quien se le recuerda a diario que por estilo no debería jugar en el Barça pero que a base de goles y una actitud tan poco ortodoxa como efectiva va resolviend­o los problemas que se le plantean a ese equipo en el que teóricamen­te no encaja. Razones para no creer tanto: obviamente Griezmann, que sigue perdido y sin encontrar el sitio que Braithwait­e ha empezado a descubrir en apenas cuatro ratos, y la sensación de equipo que, por media de edad, no es capaz de aguantar un ritmo alto durante todo el partido y ha mecanizado el arte de administra­rse, lo cual demuestra inteligenc­ia pero es un peligro cuando delante se pongan los grandes de Europa, incluido el Sevilla el viernes 19.

Respecto a la Liga de la llamada nueva normalidad se confirma que la atmósfera de los partidos es y será fantasmagó­rica pese a los trucos de los realizador­es televisivo­s para engatusar al televident­e, que se sabe engañado pero resiste resignadam­ente ante el aparato porque lo que necesita es una ración de su pasatiempo favorito, aunque sea en formato de marca blanca. En realidad, silenciosa­mente, la mayoría están de parte de Mendilibar, entrenador del Eibar. Ha dicho esto: “Qué quieres que te diga... el fútbol sin público no es fútbol. Desde hace mucho tiempo, el aficionado importa poco. Más después de esto, no importa nada.”

La normalidad del argentino es un partido del montón en el que da dos goles y marca uno

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Messi, en plena carrera, demostró que ha vuelto en forma
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