La Vanguardia

Satanás y los corsarios

- Antoni Puigverd

El pirata asalta un barco en alta mar para quedarse con el tesoro. En cambio, el corsario trabaja por encargo. El corsario más conocido es Francis Drake, que, en tiempos de Felipe II, participó en muchas expedicion­es contra los intereses españoles. Isabel I de Inglaterra le concedió el título de sir. Otro corsario célebre es Fèlix Millet, condenado a nueve años de prisión por el TS por el desfalco del Palau de la Música. Como sir Francis Drake, Millet se enriqueció personalme­nte (por supuesto, el corsario se queda con parte del botín), pero trabajó al servicio de la difunta Convergènc­ia, como quedó parcialmen­te demostrado en el juicio. Con la excusa de la edad y del coronaviru­s, Millet ha conseguido retrasar su ingreso en prisión; y ahora pide el indulto. Podría obtenerlo: Millet es un artista del engaño y un maestro de corsarios. Bárcenas, a pesar del tesoro acumulado en islas desconocid­as, no le llega ni a la suela del zapato.

Un compañero de Bárcenas, el exministro Fernández Díaz, ha salido estos días del confortabl­e anonimato para revelar una supuesta conversaci­ón con Benedicto XVI a propósito de Catalunya y de la intervenci­ón del diablo en la hipotética destrucció­n de España. No es este el lugar para valorar la nueva intervenci­ón de Fernández Díaz, siempre inclinado a la ficción política y metafísica. Pero quizás sea pertinente una pequeña acotación estilístic­a. Cualquiera que haya leído a Ratzinger sabe que no razona de la manera elemental y grandilocu­ente que le atribuye Fernández Díaz. Al contrario: como demuestra su obra teológica, Ratzinger argumenta de manera profunda, sutil y elegante. El programa de humor Polònia lo deformaba groseramen­te al representa­rlo como un personaje histérico y alocado, de habla macarrónic­a, a pesar de que Benedicto XVI es un hombre sereno, racional y políglota. Extraños compañeros de cama, Fernández Díaz y los guionistas del Polònia coinciden en el propósito de convertir a Ratzinger, el Papa teólogo, en un vulgar histrión.

Cualquiera que haya coincidido con Fernández Díaz en una cena (me tocó, años atrás, en una boda) sabe que este hombre habla torrencial­mente de santos, demonios, ángeles y conquistas españolas en América. Por razones de forma y estilo, es inevitable deducir que Fernández Díaz se inventa la conversaci­ón. Como un corsario, quiere adueñarse del tesoro de Ratzinger para entregarlo a la policía patriótica. La jugada podría ser calificada de diabólica de no ser por la pereza de Satanás. Ni tan siquiera al diablo le apetece perder el tiempo con según quién.

Adueñarse del tesoro de Ratzinger para entregarlo a la policía patriótica

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