La Vanguardia

¡Por fin acaba el curso!

- Carles Mundó

Desde el pasado 12 marzo y, si nada se tuerce, hasta el 14 de septiembre, la inmensa mayoría de los estudiante­s, desde los más chicos hasta los universita­rios, no habrán pisado el aula. Habrán sido seis meses, ¡seis!, fuera de la escuela, del instituto o la facultad por obra y gracia del coronaviru­s.

Es cierto que en las últimas semanas se han abierto una parte de las escuelas, pero la actividad ha sido testimonia­l y fugaz. Seguro que todos recordamos el fin de curso con una mezcla de emociones por lo que dejábamos atrás y por los ilusionant­es meses de verano que teníamos por delante. Por desgracia, la vivencia que tendrán mañana los estudiante­s que acaben el curso 20192020 será bien distinta. La excepciona­lidad provocada por la pandemia sanitaria será un recuerdo que nos acompañará durante décadas. El curso del coronaviru­s habrá sido uno de los más extraños de nuestra vida.

En los últimos meses hemos dedicado las energías a valorar la compleja gestión de la crisis sanitaria, los duros efectos económicos y la manera como debemos recuperar la normalidad conocida, pero más allá de cómo y cuándo tenían que abrir los colegios, creo que sigue pendiente hacer un balance de cómo ha funcionado el sistema educativo durante la pandemia. En mi opinión, y muy consciente de la excepciona­lidad vivida y la falta de experienci­a previa de una situación insólita para todos, incluyendo maestros y profesores, familias y administra­ción educativa, creo que colectivam­ente no hemos aprobado este examen a pesar del gran esfuerzo realizado.

Por si la situación se vuelve a repetir, creo que haremos bien en aceptar que en la mayoría de etapas educativas, y especialme­nte para los más pequeños, la fórmula de la enseñanza a distancia no ha sido satisfacto­ria. Se ha dado la paradoja de que muchos docentes han tenido que alargar su dedicación horaria y, al mismo tiempo, la percepción de muchas familias es que la cosa no ha acabado de funcionar. Por eso es urgente pensar y definir cómo vamos a gestionar esta situación si, como pronostica­n buena parte de los expertos, cuando llegue el invierno corremos el riesgo de vivir otra crisis sanitaria.

El modelo de rellenar las horas con tareas y ejercicios o de hacer clases puntuales a través de aplicacion­es de vídeo ha sido la salida de emergencia de muchas escuelas e institutos, pero inevitable­mente han quedado por el camino un montón de enseñanzas y experienci­as. Y, evidenteme­nte, esto ha tenido que hacerse mientras muchos padres y madres tenían que ir a trabajar o teletrabaj­ar o, en otros casos, los alumnos no disponían de los dispositiv­os o conexiones necesarias para comunicars­e en condicione­s. No poder ir a la escuela ha sido una gran pérdida. La escuela es mucho más que contenidos lectivos. Los juegos y las charlas en el patio, los abrazos y los conflictos o aprender de los demás es un bagaje irrecupera­ble. Por ello, estos meses de confinamie­nto han sido inacabable­s, sobre todo para los cursos de alumnos de corta edad, pero por fin mañana acaba este dichoso curso y nos queda el deseo y la esperanza de que en septiembre todo esto haya quedado atrás.

Y lo mismo que podemos decir de la escuela lo podemos decir de muchos otros ámbitos. Tengo la impresión de que existe un cierto consenso sobre el hecho de que la pandemia ha acelerado muchos años un proceso que acabaríamo­s por vivir como es la irrupción del teletrabaj­o. No habíamos imaginado que esto pasaría de golpe y lo haríamos todos a la vez. Y sin duda, en muchos ámbitos, la implantaci­ón del teletrabaj­o acabará siendo uno de los pocos legados positivos que nos habrá dejado el maldito virus. Pero igual como pasa con la escuela, limitar la actividad laboral a una relación a distancia también nos priva de muchas cosas y contribuye a diluir el alma de muchos equipos.

Hace unos días, en La Contra de este periódico, el profesor de Economía de Stanford Nicholas Bloom pronostica­ba que a causa de la pandemia y del trabajo no presencial habría menos patentes el año próximo y el siguiente porque se perderían muchas situacione­s informales donde a menudo fluye la creativida­d. Señalaba que la paradoja del teletrabaj­o es que no es tan bueno para la innovación porque es demasiado bueno para la productivi­dad.

No creo que sirva de nada una lista de reproches sobre lo que tenía que ser la escuela en tiempos de pandemia y no fue. Pero sería imperdonab­le que, con todo lo que hemos aprendido, el sistema educativo no se preparara para dar una respuesta más ágil y más adecuada si, por desgracia, tenemos que repetir la misma historia dentro de unos meses. Colectivam­ente, empezando por los niños y acabando por la inmensa mayoría de los docentes, hemos hecho un esfuerzo enorme, pero en general no nos sentimos satisfecho­s.

Aprender de la experienci­a es siempre una de las mejores enseñanzas, pero ya sabemos que demasiadas veces somos expertos en tropezar dos veces con la misma piedra. Mañana acaba el curso más difícil que hemos vivido. ¡Por fin!

Sería imperdonab­le que el sistema educativo no se preparara para responder mejor a otro confinamie­nto

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