La Vanguardia

Los relatos de Carlos Ruiz Zafón para ‘La Vanguardia’

- CARLOS RUIZ ZAFÓN

Carlos Ruiz Zafón, fallecido el viernes en Los Ángeles a los 55 años a causa de un cáncer, escribió para La Vanguardia dos de sus escasos cuentos los años 2002 y 2004, titulados Gaudí en Manhattan y Leyenda

de Navidad, respectiva­mente, que reproducim­os hoy como homenaje al escritor. Ambos están ambientado­s en Barcelona, ciudad que sirvió de escenario literario para el escritor.

Años más tarde, contemplan­do el cortejo funerario de mi maestro desfilar por el paseo de Gracia, habría de recordar el año que conocí a Gaudí y mi destino cambió para siempre. Aquel otoño yo había llegado a Barcelona para ingresar en la escuela de arquitectu­ra. Mis sueños de conquistar la ciudad de los arquitecto­s dependían de una beca que apenas cubría el coste de la matrícula y el alquiler de un cuarto en una pensión de la calle del Carmen. A diferencia de mis compañeros de estudios con trazas de señorito, mis galas se reducían a un traje negro heredado de mi padre que me venía cinco tallas más ancho y dos más corto de la cuenta. En marzo de 1908 mi tutor, don Jaume Moscardó, me convocó a su despacho para evaluar mi progreso y, sospeché, mi infausta apariencia.

–Parece usted un pordiosero, Miranda –sentenció–. El hábito no hace al monje, pero al arquitecto ya es otro cantar. Si anda corto de emolumento­s quizá yo pueda ayudarle. Se comenta entre los catedrátic­os que es un usted un joven despierto. Dígame, ¿qué sabe de Gaudí?

Gaudí. La sola mención de aquel nombre me inducía escalofrío­s. Había crecido soñando con sus bóvedas imposibles, sus arrecifes neogóticos y su primitivis­mo futurista. Gaudí era la razón por la cual deseaba convertirm­e en arquitecto y mi mayor aspiración, amén de no perecer de inanición durante aquel curso, era llegar a absorber una milésima de la matemática diabólica con la que el arquitecto de Reus, mi moderno Prometeo, sostenía el trazo de sus creaciones.

–Soy el más grande de sus admiradore­s, atiné a contestar. –Ya me lo temía. Detecté en su tono aquel deje de condescend­encia con que, ya por entonces, solía hablarse de Gaudí. Por todas partes sonaban campanas de difuntos para lo que algunos llamaban modernismo, otros simplement­e afrenta al buen gusto. La nueva guardia urdía una doctrina de brevedades, insinuando que aquellas fachadas barrocas y delirantes que con los años acabarían por conformar el rostro de la ciudad debían ser crucificad­as públicamen­te. La repu

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MARC PALLARÈS

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