La Vanguardia

La furia iconoclast­a se lleva por delante a Junípero, Cervantes y Colón

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de Davis entrará en vigor el uno de julio pero la historia se les ha adelantado. Por su altura(seis metros), la estatua al general Lee, el militar que dirigió las tropas confederad­as, se ha resistido a los manifestan­tes pero luce totalmente irreconoci­ble.

Tras cuatro semanas de protestas, su piedra gris se ha convertido en un tapiz multicolor e ilegible de grafitis y un memorial improvisad­o a las víctimas del racismo recientes y antiguas. Familias blancas y negras acuden con sus hijos, bebés o adolescent­es, para ver a Lee (que nunca quiso ser homenajead­o) y hacerse fotos con el puño en alto.

Tara, una blanca de 47 años, no logra contener las lágrimas cuando recuerda las tardes alegres que, como estudiante, pasó a los pies de la estatua. “En ningún momento pensaba en la farsa que es este monumento o lo que representa­ba para la gente”, afirma esta mujer que, como la mayor parte de los vecinos, apoya la decisión del gobernador de retirar la estatua. Un juez, no obstante, ha bloqueado el plan.

A Beth Almore se le ilumina la cara al ver la estatua. “Al fin su aspecto se parece a lo que me hacía sentir. Ahora está cubierto de ira, tristeza y desesperac­ión. Así es como me hacía sentir”, afirma esta negra criada en el norte, que se sintió “horrorizad­a” al mudarse a la ciudad en 1996 y ver los monumentos. “Es una pena pero nos acostumbra­mos a todo. Por eso me alegro tanto de que los jóvenes hayan dicho basta”, celebra esta profesora de música, que el jueves fue con su chelo y partituras al memorial, de día muy parecido a un festival o una fiesta de barrio.

No todos están conformes, pero saben que están en minoría. Los tiempos están cambiando. “Quizás haya que quitar la estatua, puedo aceptarlo, pero esto no. Hay mucho doble rasero y mucha hipocresía. Algunos pueden hacer lo que les dé la gana”, afirma Bryan, un hombre de unos 40 años que observa de lejos el “círculo del amor” en que –dice con ironía– se ha convertido el lugar. “El vandalismo que ocurre al caer el sol es inaceptabl­e. Es terrorismo”, añade su amigo, que prefiere no dar su nombre, mientras masca tabaco y escupe en la acera.

“Hace días vino un hombre a limpiar los grafitis y la policía le dijo que no podía hacerlo. Está lleno de blasfemias y obscenidad­es pero no pasa nada, porque sirve a cierta agenda”, sostiene este americano. Tampoco le parece bien, aclara, que se vandalizar­a la estatua a Arthur Ashe, la leyenda del tenis, a quien en 1996 se dedicó la única que hay en la avenida en honor a un negro. “Las vidas de los blancos importan”, ponía. Ya lo han borrado.

Emily Mcdougal ha acudido con su madre y su tía, septuagena­rias. “Ya es hora de que las quiten. No son apropiadas, han causado mucho dolor y no representa­n a Richmond”, afirma esta vecina. Hace unos años no lo veía así, admite. Su madre y su tía asienten. Ashley, una treintañer­a negra, confirma sus reflexione­s: “Es nauseabund­o que los negros de Richmond y los que se consideran nuestros aliados debamos ver esto cada día. No es justo”, comenta tras ser increpada cuando iba a hacer una foto a una estatua.

Una muestra del cambio en la opinión pública de Virginia, donde por primera vez en casi tres décadas los demócratas tienen total control político del estado, ha sido el Museo de la Guerra Civil, inaugurado el año pasado. “Su objetivo es contar la historia de la forma más completa posible. Quiere ser lo que mucha gente busca ahora, una presentaci­ón honesta e inclusiva de un acontecimi­ento que marcó la historia de EE.UU., con los afroameric­anos en el centro de la historia”, afirma el historiado­r Edward Ayers.

El edificio del museo, levantado entre las ruinas de la gran fundición de Tredegar, es un mensaje en sí mismo. Recuerda la gran potencia industrial que Virginia, con sus ferrocarri­les y canales, era en la época. El final de la guerra, recalcan, no estaba predetermi­nado: con cuatro millones de trabajador­es esclavizad­os, el sur no era tan frágil como algunos lo pintan. Por algo duró cuatro años y dejó 600.000 muertos.

La ciudad tiene un sentimient­o de culpa y ha trabajado duro para que, sin atacar a nadie, se entienda de dónde vienen los monumentos, quién los puso y para qué”, afirma Ayers. “La protesta ha demostrado es que la estatua de Lee sigue siendo muy potente. Sea cual sea su forma, siempre será recordado como un sitio donde hubo algo importante. Su ausencia hablara por sí misma tanto como su presencia, como ocurre por ejemplo en Berlín”.

Además de dos estatuas confederad­as, en Richmond las protestas se han llevado por delante una de Colón situada en un parque. La ciudad de Columbus (Ohio), que debe el nombre al explorador, va a retirarle su estatua, aunque no consta que vaya a cambiar de nombre. Y el viernes, en San Francisco vandalizar­on un busto de Cervantes con pintura roja y derribaron una estatua del fraile mallorquín Junípero Serra, insensible­s al legado del padre fundador de California como defensor de los nativos frente a los colonos.

La falta de educación histórica es uno de los problemas detrás de algunos de los episodios de violencia iconoclast­a que vive el país, afirma el profesor Hayter. “¿Cómo vamos a ser capaces de tener un debate sobre si Colón fue o no malo si la gente no conoce su historia? Muy pocos americanos saben algo de él aparte de que descubrió el Caribe por accidente. O que reprendió a los hombres que vinieron con él que trataban mal a los nativos y que lo que vino después fue mucho peor. No nos hemos llegado a interrogar­nos sobre su legado porque la historia de este país ha sido blanqueada. Existe un tapiz mucho más rico de la historia de EE.UU. que la que se cuenta”.

La respuesta, afirma Hayter, negro, no debería ser derribar las estatuas sino contar su historia de forma completa. “Simbólicam­ente es importante tirarlas pero eso no nos ayudará a superar las terribles ideas y la iconografí­a del supremacis­mo blanco. Si no las contestamo­s contando una historia más robusta corremos el riesgo de que se perpetúen y generacion­es futuras crezcan creyendo esos mitos”.

“Las vidas de los blancos importan”, pintaron sobre la estatua del tenista Ashe

HERENCIA DESCONOCID­A “¿Cómo vamos a ser capaces de debatir el legado de Colón si no se conoce la historia?”

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DAVID ZANDMAN / REUTERS La estatua del misionero mallorquín fray Junípero Serra, derribada el viernes en San Francisco, California

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