La Vanguardia

El legado de Trayvon Martin

Black Lives Matter surgió hace siete años sin la aspiración de ser una franquicia internacio­nal contra el racismo

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Adolescent­es blancos hablan de “desobedien­cia civil” en las calles de Nueva York al grito de “Black Lives Matter”. ¿Qué está pasando aquí? Sus padres –blancos, ideológica­mente liberales, en situación acomodada– se sienten orgullosos de que sus hijos tomen conciencia sobre el racismo sistémico en Estados Unidos y salgan a manifestar­se contra la brutalidad policial hacia los negros.

No sólo eso. Les animan a salir, a pesar de la distancia social por la Covid-19. Es cómo si quisieran vivir a través de sus hijos aquella convulsa y fascinante década de los sesenta que a muchos les cogió en pantalones cortos o ni siquiera habían nacido.

De qué manera han cambiado las cosas en seis años, desde los trágicos sucesos de Ferguson (Misuri) que pusieron en el mapa nacional al colectivo que coreaba “las vidas negras importan”.

En 2014, tanto en agosto cuando el joven negro Michael Brown, que iba desarmado, murió a manos del policía blanco Darren Wilson, como en noviembre, coincidien­do con la exculpació­n del uniformado, Ferguson ardió. Al albur de las llamas, aquellas escenas daban más bien miedo. Pero ahí empezó a germinar una semilla que se ha convertido global.

Black Lives Matter (BLM) goza hoy del reconocimi­ento de ser una franquicia internacio­nal. Grandes corporacio­nes han donado cerca de 2.000 millones de dólares, en menos de cuatro sede manas, directamen­te a BLM, a grupos afiliados y otras organizaci­ones en defensa de las reivindica­ciones de los afroameric­anos.

A finales de 2014, el 33% de los estadounid­enses pensaban que la policía utilizaba un exceso de fuerza con los negros. Esa cifra asciende al 57% en junio de 2020.

También a diferencia de entonces, el 54% de los ciudadanos aprueba las protestas, por un 32% que las condena, según un sondeo de Associated PRESS-NORC. Cuatro de cada diez creen que las manifestac­iones traerán un cambio positivo. En otra encuesta, publicada por Axios, el 62% expresa una opinión favorable a BLM.

Esta cuestión van por partidos. A los trumpistas no les gusta ni lo uno ni lo otro. El vicepresid­ente Mike Pence rechazó por dos veces decir “black lives matter” en una entrevista realizada este pasado viernes. “Todas las vidas importan”, replicó, frase que desespera a los activistas negros.

“Un movimiento es diferente a una manifestac­ión. No es algo automático. Es lo opuesto a ese automatism­o el que una protesta en la calle conduzca a un movimiento que implique a suficiente gente, con un objetivo bastante claro para que disfrute de la oportunida­d de institucio­nalizarse, como lo fue la ley del derecho al voto”, explica, al The New York Times, el historiado­r Taylor Branch.

En Ferguson había activistas que proclamaba­n la necesidad de romper con este país opresor y constituir la nación negra.

De la utopía a lo posible. Después de la muerte en Minneapoli­s (Minnesota) de George Floyd, el pasado 25 de mayo, gobiernos estatales, municipale­s y cuerpos policiales se han movido rápido para introducir modificaci­ones.

El Ayuntamien­to de Minneapoli­s votó desmantela­r su departamen­to de policía. El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, aceptó que de los 6.000 millones del presupuest­o de los uniformado­s, 1.000 se destinen a causas sociales, mientras que el estado rechazó la ley de confidenci­alidad para los historiale­s disciplina­rios.

En Atlanta, tras la reciente defunción de Rayshard Brooks, la alcaldesa Keisha Lance Bottoms abrió consultas para reformar el equipo policial. En Los Angeles, su departamen­to de seguridad redirigirá 150 millones de dólares a asuntos de ayuda pública. En Houston establecer­án restriccio­nes en el uso de la fuerza.

Incluso el presidente Donald Trump, tan proclive “a los de azul”, firmó una orden ejecutiva en la que incluye la prohibició­n a los agentes de las prácticas de ahogamient­o como la que sufrió Floyd. Demócratas y republican­os buscan territorio común para sacar adelante una legislació­n.

Tampoco es ajeno a este movimiento la fiebre por derribar estatuas que representa­n el terror la esclavitud y el colonialis­mo.

“Este momento es el resultado directo, a largo término, sostenido, a menudo lento, de una organizaci­ón comunitari­a”, señala en The Wall Street la activista Kandance Montgomery.

“La protesta es una forma de introducir innovacion­es, pero no debe ser lo único que hagamos, también podemos cambiar las leyes y las políticas”, tuiteó Patrisse Cullors, una de las fundadoras de Black Lives Matter. “Personas de raza negra, os amo, nos amamos, nuestra vidas importan. Las vidas negras importan”, escribió en Facebook la activista Alicia Garza en julio de 2013, una vez conocida en Florida la exculpació­n del justiciero George Zimmerman. Mató al adolescent­e Treyvon Martin por lucir una capucha.

Cullors y Opal Tometi quedaron impresiona­das por el texto de Garza. Las tres contactaro­n y crearon una red global llamada Black Lives Matter. Garza reconoce en la revista Rolling Stone que la idea parecía muerta antes de arrancar. “Era demasiado para Estados Unidos”, sostiene.

Ahora, los blancos corean en las calles “black lives matter”.

Los estadounid­enses expresan un apoyo mayoritari­o a un movimiento que en el 2014 asustaba

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FRANCESC PEIRÓN La voz de la calle Black Lives Matter ha entrado en los carteles oficiales de Nueva York, donde, además, las proteccion­es contra los saqueos se han convertido en lienzos. En ellos se expresa el malestar por la brutalidad policial contra los negros. Unos dicen soñar siempre en rojo, el rojo de la sangre, mientras que están los que proclaman que la vida con miedo carece de libertad
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