El legado de Trayvon Martin
Black Lives Matter surgió hace siete años sin la aspiración de ser una franquicia internacional contra el racismo
Adolescentes blancos hablan de “desobediencia civil” en las calles de Nueva York al grito de “Black Lives Matter”. ¿Qué está pasando aquí? Sus padres –blancos, ideológicamente liberales, en situación acomodada– se sienten orgullosos de que sus hijos tomen conciencia sobre el racismo sistémico en Estados Unidos y salgan a manifestarse contra la brutalidad policial hacia los negros.
No sólo eso. Les animan a salir, a pesar de la distancia social por la Covid-19. Es cómo si quisieran vivir a través de sus hijos aquella convulsa y fascinante década de los sesenta que a muchos les cogió en pantalones cortos o ni siquiera habían nacido.
De qué manera han cambiado las cosas en seis años, desde los trágicos sucesos de Ferguson (Misuri) que pusieron en el mapa nacional al colectivo que coreaba “las vidas negras importan”.
En 2014, tanto en agosto cuando el joven negro Michael Brown, que iba desarmado, murió a manos del policía blanco Darren Wilson, como en noviembre, coincidiendo con la exculpación del uniformado, Ferguson ardió. Al albur de las llamas, aquellas escenas daban más bien miedo. Pero ahí empezó a germinar una semilla que se ha convertido global.
Black Lives Matter (BLM) goza hoy del reconocimiento de ser una franquicia internacional. Grandes corporaciones han donado cerca de 2.000 millones de dólares, en menos de cuatro sede manas, directamente a BLM, a grupos afiliados y otras organizaciones en defensa de las reivindicaciones de los afroamericanos.
A finales de 2014, el 33% de los estadounidenses pensaban que la policía utilizaba un exceso de fuerza con los negros. Esa cifra asciende al 57% en junio de 2020.
También a diferencia de entonces, el 54% de los ciudadanos aprueba las protestas, por un 32% que las condena, según un sondeo de Associated PRESS-NORC. Cuatro de cada diez creen que las manifestaciones traerán un cambio positivo. En otra encuesta, publicada por Axios, el 62% expresa una opinión favorable a BLM.
Esta cuestión van por partidos. A los trumpistas no les gusta ni lo uno ni lo otro. El vicepresidente Mike Pence rechazó por dos veces decir “black lives matter” en una entrevista realizada este pasado viernes. “Todas las vidas importan”, replicó, frase que desespera a los activistas negros.
“Un movimiento es diferente a una manifestación. No es algo automático. Es lo opuesto a ese automatismo el que una protesta en la calle conduzca a un movimiento que implique a suficiente gente, con un objetivo bastante claro para que disfrute de la oportunidad de institucionalizarse, como lo fue la ley del derecho al voto”, explica, al The New York Times, el historiador Taylor Branch.
En Ferguson había activistas que proclamaban la necesidad de romper con este país opresor y constituir la nación negra.
De la utopía a lo posible. Después de la muerte en Minneapolis (Minnesota) de George Floyd, el pasado 25 de mayo, gobiernos estatales, municipales y cuerpos policiales se han movido rápido para introducir modificaciones.
El Ayuntamiento de Minneapolis votó desmantelar su departamento de policía. El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, aceptó que de los 6.000 millones del presupuesto de los uniformados, 1.000 se destinen a causas sociales, mientras que el estado rechazó la ley de confidencialidad para los historiales disciplinarios.
En Atlanta, tras la reciente defunción de Rayshard Brooks, la alcaldesa Keisha Lance Bottoms abrió consultas para reformar el equipo policial. En Los Angeles, su departamento de seguridad redirigirá 150 millones de dólares a asuntos de ayuda pública. En Houston establecerán restricciones en el uso de la fuerza.
Incluso el presidente Donald Trump, tan proclive “a los de azul”, firmó una orden ejecutiva en la que incluye la prohibición a los agentes de las prácticas de ahogamiento como la que sufrió Floyd. Demócratas y republicanos buscan territorio común para sacar adelante una legislación.
Tampoco es ajeno a este movimiento la fiebre por derribar estatuas que representan el terror la esclavitud y el colonialismo.
“Este momento es el resultado directo, a largo término, sostenido, a menudo lento, de una organización comunitaria”, señala en The Wall Street la activista Kandance Montgomery.
“La protesta es una forma de introducir innovaciones, pero no debe ser lo único que hagamos, también podemos cambiar las leyes y las políticas”, tuiteó Patrisse Cullors, una de las fundadoras de Black Lives Matter. “Personas de raza negra, os amo, nos amamos, nuestra vidas importan. Las vidas negras importan”, escribió en Facebook la activista Alicia Garza en julio de 2013, una vez conocida en Florida la exculpación del justiciero George Zimmerman. Mató al adolescente Treyvon Martin por lucir una capucha.
Cullors y Opal Tometi quedaron impresionadas por el texto de Garza. Las tres contactaron y crearon una red global llamada Black Lives Matter. Garza reconoce en la revista Rolling Stone que la idea parecía muerta antes de arrancar. “Era demasiado para Estados Unidos”, sostiene.
Ahora, los blancos corean en las calles “black lives matter”.
Los estadounidenses expresan un apoyo mayoritario a un movimiento que en el 2014 asustaba