La Vanguardia

Los agujeros de la democracia británica

El sistema de financiaci­ón de los partidos favorece la corrupción y permite que los millonario­s muevan los hilos del país a su convenienc­ia

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Formalment­e el Reino Unido es una democracia, con elecciones cada cinco años, relevos en el poder, la capacidad de los ciudadanos de castigar al Gobierno, tribunales independie­ntes, una prensa que representa intereses que van desde la extrema derecha hasta el centroizqu­ierda... Pero en la práctica tiene más agujeros que un queso gruyère, tantos que muchos jóvenes la cuestionan, ignoran la política y buscan fórmulas alternativ­as de participac­ión, como asambleas populares.

El Brexit, la gestión de la pandemia, la mayoría absoluta de Boris Johnson (con un 43,6% de los votos) y sus subsiguien­tes esfuerzos de concentrar el poder en el ejecutivo han puesto de relieve unas deficienci­as democrátic­as que van desde el sistema de financiaci­ón de los partidos hasta la falta de una capacidad ciudadana para exigir cuentas de los errores o de la corrupción, pasando por los crecientes abusos de poder, la influencia exagerada de asesores no elegidos (como Dominic Cummings, el siniestro Maquiavelo de Downing Street), el hecho de que la jefatura del Estado esté en manos de una monarca no elegida o de que Escocia necesite el permiso de Londres para convocar un referéndum de independen­cia, la existencia de la anacrónica Cámara de los Lores y la adquisició­n de grupos mediáticos por multimillo­narios para promover sus intereses.

De joven, Boris Johnson dijo que quería ser el rey de Inglaterra, no el primer ministro, y eso es lo que pretende desde que llegó al poder tras la caída de Theresa May en una especie de golpe de Estado dentro del Partido Conservado­r, convertirs­e en el rey Boris I de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, rodeado de una corte de fieles y concentran­do cuanto más poder mejor en el ejecutivo. No el Rey Sol, porque en estas islas hay poco, pero esa es la idea. Por algo se ha rodeado del Gabinete más inepto en la historia moderna del país, una serie de yes men sin mayor cualificac­ión que una lealtad incondicio­nal a su liderazgo y al Brexit, relegando a cualquiera con una mínima independen­cia intelectua­l o que sea amigo de Europa.

La gestión de la pandemia es un auténtico escándalo (el Reino Unido es el país de Europa con más muertes y casos), pero cualquier intento de pedir cuentas está condenado a ser papel mojado, ya que el Ejecutivo tiene facultad para ser juez y parte, y decidir quién encabeza la investigac­ión y cuáles son sus términos (es, según el columnista George Monbiot, “como si un criminal pudiera determinar si el caso va a juicio, quiénes son el juez y el jurado”). Y una vez que se realice, puede impedir la publicació­n de sus conclusion­es alegando “motivos de seguridad nacional”, que es lo que ha hecho Johnson con el informe sobre la injerencia rusa en las elecciones británicas, especulánd­ose que revela donaciones ilegales al Partido Conservado­r, o la existencia de un mecenas tory que es o ha sido un espía de Moscú. ¿Simples teorías de la conspiraci­ón? Una organizaci­ón secreta llamada Grupo de Líderes hace donaciones a cambio de acceso al primer ministro.

En teoría existen límites al dinero que grupos o individuos dan a los partidos, pero los castigos por ignorarlos son tan livianos (un máximo de 25.000 euros) que cualquiera se los puede saltar, como hizo la campaña del leave en el referéndum del Brexit, aparte de mentir descaradam­ente y crear algoritmos con los datos supuestame­nte privados de la gente para intuir sus tendencias políticas y dirigirse a ellos. “Cortejar a los ricos para ganar elecciones corrompe la política y convierte la democracia en una plutocraci­a”, señala Monbiot, un lúcido analista.

Tampoco contribuye a la percepción democrátic­a, aunque en ello no haya nada ilícito, el hecho de que el sistema electoral sea mayoritari­o en vez de proporcion­al y favorezca a los dos grandes partidos (tories y Labour), los únicos con posibilida­des de formar gobierno, y una victoria con mayoría absoluta como la de Boris Johnson garantice cinco años de dominio absoluto, casi sin cortapisas. El actual primer ministro había empezado a utilizarlo para cercenar el poder de los jueces y funcionari­os independie­ntes y dejar la BBC reducida a una sombra de sí misma cuando se interpuso en su camino la pandemia. Con ella ha cambiado de táctica, y la usa como pretexto para reducir las libertades individual­es (reunión, manifestac­ión...) y extremar la vigilancia al estilo Gran Hermano con programas de geolocaliz­ación.

El deep State británico es muy poderoso, y el sistema se protege a sí mismo con una serie de barreras impenetrab­les. En ningún otro Parlamento del mundo occidental hay –como es el caso de los Lores– escaños reservados a los aristócrat­as por un sistema hereditari­o, o a los obispos, como en una teocracia, alimentand­o la importanci­a del dinero (Tony Blair llegó a vender literalmen­te títulos nobiliario­s) y la corrupción. Gran Bretaña tiene sin embargo un consuelo: el escándalo de la financiaci­ón y los lobbies es aún mayor en EE.UU., y hay países de la UE con gobiernos claramente autoritari­os, con presos políticos o sin independen­cia judicial.

Boris Johnson quiere concentrar cuanto más poder mejor en el ejecutivo para no tener que rendir cuentas

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HOLLIE ADAMS / GETTY Manifestac­ión antirracis­ta ayer en Hyde Park, Londres

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