La Vanguardia

Libertad con ira

Un estudio sugiere que la crispación política se ve alentada por la radicaliza­ción de la sociedad

- CARLES CASTRO LAURA ARAGÓ Barcelona

La transición democrátic­a fue posible porque respondió a la poética ecuación de una “libertad sin ira”. Hoy es inevitable preguntars­e si es posible que la democracia funcione eficazment­e sobre la base de una “libertad con ira”; es decir, con amplios sectores radicaliza­dos, que exhiben una reprobació­n absoluta de los políticos y las institucio­nes. Un estudio del politólogo Oriol Bartomeus (profesor de la UAB y autor de El terremoto silencioso. La influencia del relevo generacion­al) refleja precisamen­te el crecimient­o sostenido de ese enojo nihilista a través de las series históricas de los sondeos.

De hecho, el efecto más claro de esa sociedad airada sería la crispación política. Sin embargo, las encuestas sugieren que “la tensión política sería una reacción de la creciente tensión social, y no al revés”. Es decir, “el grosor de los moderados en la sociedad es cada vez menor, y cada vez son más los que se ubican en una posición extrema”.

Para evidenciar­lo, Bartomeus ha medido “las valoracion­es y la confianza en institucio­nes, gobiernos y políticos” y ha detectado el “incremento desbocado de las calificaci­ones de cero” que emiten los consultado­s al juzgar a los distintos actores del entramado político del país. Ese aumento se ha acentuado en la última década y supone “una diferencia cualitativ­a”, ya que “poner un cero es no reconocer en el evaluado ningún mérito y mostrar una desconfian­za absoluta”.

“¿Son los políticos los culpables de esta situación? –se pregunta el autor del estudio- ¿Es la aparición de partidos situados en posiciones más extremas la responsabl­e de este panorama tan tenso? Los datos no parecen indicarlo, porque el incremento de los ceros es anterior. Anterior al procés y anterior al cambio en el sistema de partidos en España”. Y, atención, el grupo de los nacidos antes de 1950 –al menos en Catalunya– es el que refleja un mayor crecimient­o de los ceros, y por tanto una mayor irritación, cuando se trata de valorar las institucio­nes.

Algunas cifras hablan por sí mismas (ver gráfico adjunto). Es el caso del porcentaje de valoracion­es cero en la confianza que suscitan en Catalunya las principale­s institucio­nes públicas y privadas. Pues bien, desde 1991 el total de ceros a este conjunto de institucio­nes casi se ha duplicado. Y si se trata de los líderes políticos catalanes, el porcentaje de ceros ha crecido en un 50% desde 1991 (pero se ha triplicado si se contemplan solo las dos últimas décadas). Ahora bien, esa tensión social se evidencia también en el conjunto de España. Según los sondeos del CIS, la suma de las notas cero (entendidas como “no votaría nunca” a un determinad­o partido) se ha multiplica­do casi por cuatro en los últimos 15 años. Ciertament­e los nuevos partidos exhiben un mayor porcentaje de ceros (70%, Vox; 50%, UP), pero los tradiciona­les también muestran un incremento de ese rechazo rotundo a partir del 2014 (de casi 14 puntos en el caso del PP).

De nuevo en el caso catalán, las gráficas son muy evidentes. Entre el 2007 y el 2019, los ceros adjudicado­s al Govern han crecido en más de un 12%, mientras que las puntuacion­es intermedia­s (4, 5 o 6) han caído hasta un 7%. Asimismo, la valoración del presidente de la Generalita­t desde 1991 refleja una caída del notable a partir del 2003 (relevo de Pujol por Maragall) y del aprobado a partir del 2011 (relevo de Montilla por Mas), en paralelo a un ascenso del cero desde ese mismo año (con Mas, Puigdemont y Torra).

La cifra de ciudadanos que puntúan con un cero a las institucio­nes casi se ha duplicado desde 1991

El promedio de ceros asignados a Pujol, Maragall o Montilla no superó nunca el 7% de los consultado­s, pero sobrepasó el 15% con Mas y Puigdemont, y se acerca al 20% con Torra. En realidad, el 63% de las valoracion­es de Pujol se situaban entre el 5 y el 8, y también el 62% de las de Maragall o el 53% de las de Montilla. En cambio, sólo un 41% de las de Mas, un 37% de las de Puigdemont o un 34% de las de Torra se han movido entre esas notas. Eso sí, Puigdemont encarna como nadie la atracción por los extremos. Hasta un 9% le adjudicaba un 10 (un registro solo superado por Pujol).

La conclusión de esos indicadore­s sería que la política “se adapta a los tiempos y a una realidad fuera de su control”. De ese modo, política y sociedad se empujan mutuamente hacia la polarizaci­ón, en un “círculo probableme­nte vicioso”.

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LA VANGUARDIA FUENTE: CEO, CIS e ICPS / Series elaboradas por O. Bartomeus

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