El independentismo de la era post-covid-19
Empieza la cuenta atrás de las elecciones catalanas. A raíz de la pandemia, cada vez más dirigentes independentistas abogan por “hacer política” y recuperar la bandera de la gestión pública y la economía.
El presidente de la Generalitat quiso dar solemnidad a la extinción del mando único central sobre Catalunya en lo referente a la pandemia. Quim Torra asumió el jueves la fase 3 y, en el mismo día, declaró inaugurada la “fase de represa” o reanudación. Al president, como a mucha gente, no le gusta la expresión que tan profusamente emplea
Pedro Sánchez de “nueva normalidad”. Prefiere “represa” porque, a su entender, no sólo incluye la acepción de reanudar una labor interrumpida, sino también la de recuperación de un poder arrebatado. Tampoco le agrada a Torra el concepto de “reconstrucción”, que utilizan desde el Gobierno central a sus socios de ERC. Para el president, el objetivo no es volver a lo de antes, sino “construir un futuro disruptivo” que incluiría la independencia. Disquisiciones semánticas al margen, Torra, que llegó al poder convencido de que su misión era implantar la república catalana, encara ahora la cuenta atrás de su mandato con otra prioridad, la de afrontar las consecuencias del coronavirus.
¿Cuál será la oferta electoral independentista en la etapa post-covid? ERC ha decidido presentarse como la opción pragmática, que prioriza la recuperación económica desde una opción de izquierdas, la independencia como meta una vez se consiga ampliar el respaldo social y una apuesta por el diálogo con el Gobierno de Sánchez, aunque éste difícilmente puede dar hoy frutos que vayan más allá del marco autonómico. Pero en el mundo que un día ocupó Convergència el galimatías es indescifrable. Finalmente, la excoordinadora del PDECAT, Marta Pascal, impulsa una candidatura que emula sin disimulos al PNV, que exprime con solvencia el peix al cove. Habrá que ver qué mordisco del pastel puede llevarse. Mientras, en el resto del espacio posconvergente impera el desorden, siempre pendiente de lo que decida Carles Puigdemont desde Bélgica.
El expresident insiste en acuñar una nueva marca electoral, más allá de Jxcat. Se trataría de aglutinar al PDECAT, a los independientes que ha ido sumando en sus listas electorales, a la Crida, a Demòcrates de Catalunya e incluso alguna facción de la CUP. Su representante en la negociación de ese complejo entramado es Jordi Sànchez, exlíder de la ANC. La prioridad para Puigdemont es la exigencia de un referéndum. La discusión puede ser flexible sobre fechas o condiciones de la consulta, pero sin concesiones al Gobierno central mientras la Moncloa no asuma el referéndum en términos que incluyan la independencia.
A pocos meses de las elecciones, los planes de Waterloo topan con dificultades. El PDCAT se resiste a diluirse en otro artefacto del expresident. Y la batalla por liderar la candidatura a la Generalitat divide al partido. Así, mientras Torra, cada día más distanciado de su mentor, promociona a la diputada Laura Borràs como cabeza de lista, Puigdemont preferiría al conseller
Jordi Puigneró en una quiniela en la que también entrarían Joan Canadell, presidente de la Cambra de Comerç; Marta
Madrenas, alcaldesa de Girona, o algún otro nombre que pudiera proponer de manera inopinada. Por su parte, el oficialismo del PDCAT estaría encabezado por la consellera Àngels Chacón, mientras que los presos Jordi Turull y Josep Rull abanderan a los consellers Damià Calvet y Miquel Buch como un tándem para la Generalitat y el partido que abrazaría el independentismo pragmático.
Este enrevesado panorama refleja una disputa de intereses evidente, pero también la desorientación sobre el camino a seguir tras la fallida declaración de independencia y una pandemia que ha convertido la gestión de los servicios públicos en cuestión de vida o muerte para los ciudadanos. Cada vez más dirigentes de Jxcat emplean la expresión “hacer política” como anhelo y necesidad. En el seno del independentismo, se extiende como una mancha de aceite el reconocimiento de que no es posible otro envite unilateral a corto plazo y que los ciudadanos reclaman más atención a preocupaciones perentorias, desde las capacidades sanitarias al potencial industrial golpeado por el cierre de Nissan. Al mismo tiempo, la existencia de presos y de procesos judiciales contra independentistas impiden normalizar la política en el Congreso.
Más allá de cuál es la facción que se impone en el mundo heredero de Convergència o hacia dónde se decanta el pulso entre Jxcat y ERC, el independentismo tiene por delante la difícil tarea de recomponer y definir su estrategia. La pandemia ha demostrado que la gestión del simbolismo y el enfrentamiento sistemático con el Gobierno central no pueden ser los mimbres más visibles de su proyecto político.