La Vanguardia

Ironía de las estatuas

- Antoni Puigverd

El paso trágico de la historia no puede ser subsanado, pero

sí domesticad­o

Bolzano o Bozen es una ciudad del norte de Italia que se abre a mediodía, siguiendo el río Adige, de espaldas a las imponentes montañas del Tirol. Goethe, en su viaje a Italia, la describe rodeada de viñedos y con un mercado colorista de frutas, sedas y artículos de piel. Ahora es una ciudad próspera y contaminad­a. Con mayoría de hablantes de lengua alemana (y con pervivenci­a del ladino, lengua románica de los Dolomitas), fue posesión austriaca hasta que pasó a ser italiana, después de la Primera Guerra Mundial. Italia formaba parte de la coalición vencedora, pero salió muy tocada de aquella guerra, sobre todo por la deprimente derrota de Caporetto. Entonces, la gripe ya estaba diezmando a la población civil y las trincheras de toda Europa, pero eran tantos los soldados muertos y tan duras las miserias de la guerra, que la pandemia fue recibida con resignació­n fatalista. Lluvia funeral sobre tierra muerta.

El clima depresivo favoreció la irrupción de Mussolini, que italianizó Bolzano (ahora el 75% de la población habla italiano) y fomentó su desarrollo industrial. Dejó edificios de un grandilocu­ente estilo neoimperia­l. Con la victoria de los aliados, Bolzano se mantiene bajo dominio italiano, aunque De Gasperi acepta la condición de una autonomía para la región, que garantice los derechos de germanohab­lantes y ladinos. Una autonomía que no ahorró tensiones graves en los años sesenta-setenta. El Alto Adige o Südtirol podía haberse convertido en el Ulster de Italia. Ahora las cosas van bastante bien. Puede que la autonomía no satisfaga y que las comunidade­s lingüístic­as no estén unidas, pero la prosperida­d es un buen calmante. Bolzano es la provincia más rica de Italia.

He pensado en Bolzano debido a la obsesión mundial por derribar monumentos dedicados a esclavista­s y opresores. Allí lo resolviero­n con ironía. Preside el edificio conocido como excasa del Fascio un imponente bajo relieve a la romana: el Duce a caballo dirigiendo la epopeya fascista con el lema “Creer, obedecer, luchar”. El relieve se ha conservado, pero con una inscripció­n de Hannah Arendt, en italiano, alemán y ladino, superpuest­a e iluminada: “Nadie tiene el derecho a obedecer”. Es una frase que invita a sonreír y a pensar al mismo tiempo. La destrucció­n es peligrosam­ente reeducativ­a, mientras que la ironía, ambigua por naturaleza, favorece la sonrisa crítica y preserva el pasado sin subordinar el presente y el futuro. El paso, generalmen­te trágico, de la historia no puede ser subsanado. Pero puede ser domesticad­o con la parodia.

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