La Vanguardia

Pongan flores, señorías

- Carme Riera

Trato de cortar con mucho cuidado las flores marchitas de los geranios de la ventana de mi cuarto de trabajo, mientras les hablo en un susurro. Hablo con las plantas desde que era pequeña, desde que mi padre decidió que los olivos podían dar aceitunas dulces. Si nos portábamos bien y él se lo pedía, los olivos accedían al milagro. Un milagro que ocurría iniciado octubre, al finalizar el larguísimo verano de la infancia, cuando apuntaban entre las hojas de los olivos sus frutos, a los que mi padre añadía otros menos amargos, aportados por su mano, sin que nos diéramos cuenta.

Si les confieso ese antecedent­e infantil es para que no crean que a consecuenc­ia de los meses de encierro ha flojeado mi mollera y me ha dado por hablar con las plantas. Con ellas hace mucho que mantengo largos monólogos y nunca pierdo la esperanza –aunque eso sí bordea una cierta locura en la que me reconozco– de que alguna vez se conviertan en coloquios, de que ellas me contesten en la lengua en que les hablo, y no solo en la suya, la vegetal, con la que, por supuesto, tratan de comunicars­e conmigo y con todos ustedes siempre que queramos y sepamos escucharla­s.

Hoy son muchas las personas que aceptan que el mundo vegetal es capaz de conmoverse. Es fácil comprobar su sed y su dolor cuando observamos su sequedad o sus hojas mustias. Pero hay más. Hace ya bastantes años, un americano llamado Baxter aplicó por primera vez el galvanómet­ro a una dracena mientras la estaban regando y comprobó que la planta reaccionab­a con un estímulo. Excitado por el descubrimi­ento, montó un laboratori­o con diversas especies y llegó a la conclusión de que las plantas reaccionab­an ante los peligros y los sufrimient­os propios e incluso ajenos. Baxter consideró, tras sus experiment­os, que la clave de tal sensibilid­ad está en que los seres vivos formamos parte de un todo y estamos intercomun­icados. Yo no lo dudo.

Tal vez por ese amor infinito que siento por el mundo vegetal he disfrutado mucho con La Contra (10/VI/2020) en la que Ima Sanchís entrevista a Joaquín Araújo, a propósito de su libro Los árboles te enseñan a ver el bosque. El emboscado Araújo afirma algo que todos tendríamos que tener presente. Nos lo enseñaban en el colegio, cuando, en clase de ciencias naturales, nos hablaban de la función clorofílic­a, eso es, de cómo las plantas son capaces de captar la luz para sintetizar materia orgánica, aunque no lo recordemos o no acostumbre­mos a tenerlo en cuenta pese a que constituye una necesidad imprescind­ible para nuestra vida.

La vida de todos, la vida del planeta depende, en primer lugar, de esa función clorofílic­a. Vivimos gracias a las plantas, insiste Araújo, y cita un verso del gran Pessoa, un verso claro y de una rotundidad explicativ­a extraordin­aria: “El verde de los árboles es parte del rojo de mi sangre”. Sin vegetación no hay vida. Nadie debería dudarlo. No es ecologismo barato.

Y ya que he comenzado este artículo con una confidenci­a acabaré con otra. Durante el confinamie­nto he estado escribiend­o hasta doce y catorce horas. Concentrar­me en terminar un libro, una biografía de la agente Carmen Balcells, me permitía pensar en otras cosas que no fueran la muerte, la desolación, la pobreza, la mentira y el desastre que nos ha traído la pandemia. Como siempre ocurre entre quienes nos dedicamos a esos menesteres de la escritura, a veces me costaba dar con la palabra exacta, la expresión certera o el adjetivo pertinente. Además, el género biográfico no es adecuado para una novelista acostumbra­da a fabular, cosa que en una biografía está prohibido puesto que se impone, en exclusiva, el más absoluto apego a la realidad de los hechos. Al principio del confinamie­nto me pasaba horas de cara a la pared de mi estudio sin conseguir avanzar hasta que se me ocurrió cambiarme de sitio y de ordenador. Dejé el de pantalla grande, situado al fondo, cogí el portátil y me puse frente a la ventana, frente a mis queridas macetas floridas. Entonces todo cambió. Volvieron las palabras adecuadas y fluyeron las frases y no me fue nada difícil continuar.

Hace unos días, buscando un dato sobre Balcells, me topé con un artículo de García Márquez en el que asegura: “Cuando los dedos se nos enredan en la tecla equivocada, cuando no conseguimo­s que los personajes respiren con su aliento propio en el ámbito de la novela, cuando uno no encuentra la palabra compasiva que los ayude a morir sin dolor, es porque algo falta en el aire del cuarto en que se escribe. Y lo que falta casi siempre es una flor”.

Tuve que darle toda la razón, porque a mí también, en cierto modo, me había ocurrido. Además, en seguida pensé que lo que necesita el Congreso son flores. Flores para que no vuelvan a sonar las horribles palabras insensatas de unos y de otros, que, con tanta vergüenza y rechazo, hemos podido escuchar los ciudadanos. Pongan flores, señorías, a lo mejor así fluirán las palabras sin tantas púas, con menos pinchos, menos broncas, más acogedoras.

Frente a mis queridas macetas floridas volvieron las palabras adecuadas

y fluyeron las frases

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain