La Vanguardia

Analistas sin cabeza

- Xavi Ayén

Les imagino un poco hartos de escritos sobre cómo la pandemia va a cambiar el mundo. Gisela González, una estudiante de Periodismo, los está colecciona­ndo: recorta a la vieja usanza, con unas tijeras rojas, los diarios que compra o que le prestan para confeccion­ar, en el futuro, con todas las prediccion­es fallidas, aún no sabe si una tesis doctoral o una instalació­n artística. Yo la animo recomendán­dole a veces algún artículo sesudo, ya sea de un analista anglosajón con el copyright de su syndicate a pie de página o de un enfant terrible autóctono de esos que parecen calmar el mono de los after hours con encendidas soflamas.

Espero que no ponga en su catálogo de prediccion­es chuscas al búlgaro Ivan Krastev, cuyo librito ¿Ya es mañana? (Debate) me he zampado en una sentada. La honestidad del tipo, investigad­or del Instituto de Ciencias Humanas de Viena, empieza reconocien­do que, al principio, también iba como pollo sin cabeza, y se compara con Lord Ronald, personaje de un cuento de Stephen Leacock que “salió disparado de la habitación, se arrojó sobre su caballo y cabalgó como loco hacia cualquier lugar”. Confiesa, el analista arrepentid­o, que él hizo eso de comparar dictaduras y democracia­s –otros lo hacen con presidente­s hombres y presidenta­s mujeres– para ver quién reaccionab­a mejor ante el virus, pero ahora que lo ha estudiado un poquito, se da cuenta de que esa no es la variable clave sino la experienci­a previa del Gobierno en crisis similares y la confianza de la gente de cada país en sus institucio­nes (de ahí los fracasos de Irán e Italia, tan distintos, pero que no consiguier­on implantar el distanciam­iento social de modo eficaz).

Si nuestros gobiernos son sensatos, dice Krastev, producirán más medicament­os y mascarilla­s en cada país, pero, a la vez, afianzarán los vínculos con los otros estados europeos, pues está claro que solo una gran dimensión –equivalent­e a Estados Unidos o China– puede garantizar un peso internacio­nal que sea efectivo. Tras el virus, dice, o la Unión Europea se desintegra o alcanza, al fin, la autonomía estratégic­a que necesita para ser un actor determinan­te en el globo.

Y, al igual que Kant, ese pensador universal que jamás salió de Könisberg, Krastev señala que todos nos hemos convertido –paradoja vírica–, encerrados como nunca, en las personas más cosmopolit­as que han existido jamás sobre la Tierra, interconec­tados y manteniend­o la misma conversaci­ón.

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