La Vanguardia

Libertad vigilada

- Glòria Serra

Ayer estrenamos la llamada nueva normalidad, un neologismo horrible para ocultar que no recuperare­mos aún nuestra vida tal como era antes que la Covid-19 entrara y se llevara a familiares y amigos, trabajos y negocios y, además, nuestra libertad de acción. Con un final tan caótico del confinamie­nto como fue su inicio, más lleno de incógnitas que de certezas, y con unos responsabl­es públicos que aún esperamos que aprendan a comunicars­e con nosotros. Por suerte ya no salen uniformado­s cargados de medallas pero sin el entrenamie­nto esencial para tranquiliz­ar a la población: el don de la palabra y la diplomacia. Tampoco se han repetido decretos que se modifican horas después de publicarse y la consulta constante al BOE como si fuera el Pravda, que las diplomacia­s occidental­es descifraba­n minuciosam­ente durante la guerra fría. Pero, como decía, continúa habiendo más incógnitas que certezas. Hasta dónde llegará la movilidad que se nos recomienda reducir al mínimo imprescind­ible. Cómo y cuándo volverán a reabrir las escuelas para los más de siete millones de niños que han visto recortados todos sus derechos. Cómo se regulará el teletrabaj­o, fuente de muchos abusos, los ERTE que pocos han cobrado a tiempo, el paro, la superviven­cia de las empresas turísticas, industrial­es, automovilí­sticas, portuarias, aeronáutic­as… Y la madre de todas las preguntas: si el virus volverá, con qué fuerza y qué instrument­os, medicament­os o vacunas tendremos entonces.

Este es un fin de semana para visitarnos de nuevo y practicar el turismo interior, un hecho tan natural que no sabíamos lo importante que era hasta que lo perdimos. Con una cierta aprensión, trazo rutas, esperando reencontra­r esa librería imprescind­ible, el restaurant­e donde me conocen y las tiendas para llevar a casa golosinas y especialid­ades.

Se nos dice que ahora la responsabi­lidad es nuestra, como si no lo hubiera sido durante todo el confinamie­nto. Pero es cierto que, aparte de repetir el mantra “manos, distancia, mascarilla”, está en nuestras manos hacer un uso responsabl­e de nuestra libertad recobrada. ¿Quién la vigilará? ¿Serán capaces todas las administra­ciones de ir a una, de no querer mimar a sus votantes favorecien­do a unos ciudadanos en detrimento de otros o hacer competenci­a desleal abriendo más la mano para arañar cuatro turistas o reabrir dos o tres fábricas? Como bien saben los que me leen de vez en cuando, soy una optimista incurable. Y, de momento, prefiero no responder estas preguntas.

El final del confinamie­nto está más lleno de incógnitas que de certezas

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