La Vanguardia

Rosa Maria Sardà

- JOAN DE SAGARRA

Ala Sardà yo siempre la llamé Rosa Maria, del mismo modo que a la Novell la llamé Rosa y Anita a la Lizaran. Rosa Maria era la amiga, la compinche de mis amigos Terenci Moix y Papitu Benet i Jornet. Recuerdo algunos números en el restaurant­e La Parelladet­a (ya no existe), especialme­nte un dúo de Rosa Maria y Terenci –Terenci era, claro está, el faraón, y Rosa Maria, su mamá, la mamá del “faraonet”– que nos alegraba la vida. Pero Rosa Maria no era mi amiga, mi compinche, como lo eran Rosa Novell y Anita Lizaran. Para Rosa Maria yo era el crítico, pero, sobre todo, era el hijo del señor Sagarra, el autor teatral. Nos teníamos un cierto respeto: ambos éramos de los que no se muerden la lengua y ambos éramos de izquierdas, solo que Rosa Maria se lo tomaba en serio y no le hacía ninguna gracia que yo le dijese que no entendía cómo podía votar a un jefe del gobierno socialista que tolerase a los del GAL, vamos, que no dimitiese. Pero Rosa Maria era como Camus, que decía ser de la gauche, “malgré elle et malgré moi”. Rosa Maria quedará como la gran dama de la escena catalana de los últimos cincuenta años. Porque el papel de la gran dama le iba como anillo al dedo y no le hacía ascos al cine ni a la tele, más bien todo lo contrario. Rosa Maria, la Sardà, supo meterse en los hogares de las gentes de este país y las hizo llorar y reír… aunque fuesen de derechas.

Con motivo de su muerte, el pasado 11 de junio, los papeles evocan la extraordin­aria carrera de la actriz, entre cuyos éxitos se mencionan los nombres de Brecht (Madre Coraje), Lorca (La casa de Bernarda Alba), Beckett (Tot esperant Godot) y aquellas Roses roges per a mi, de Sean O’casey, con que se inauguró el célebre Grec del 76. Y, claro está, también se citan algunos nombres de autores catalanes, como el del amigo Papitu Benet, y el de mi padre, Josep Maria de Sagarra. Y aquí es donde yo quería llegar: la Sardà puede evocar muchas cosas, pero, para mí, siempre será la legítima heredera de la señora Maria Vila, la intérprete de L’hostal de la Glòria (1931) de mi padre. “Després d’ella (Maria Vila), totes les actrius del nostre país”, escribía mi padre en 1948, “tant les profession­als com les aficionade­s, han volgut lluir-se amb L’hostal de la Glòria, però la Glòria per excel·lència va ser i continua essent Maria Vila”. Pues bien, yo que tuve la suerte de escuchar en más de una ocasión a doña Maria Vila interpreta­r el personaje de la Glòria de L’hostal –la primera vez en el teatro Barcelona (ya no existe), con la tierna edad de ocho años, en aquel día de 1946 en que el teatro en catalán volvía a los escenarios de este país–, puedo asegurarle­s que la Glòria de la Sardà nada tiene que envidiar a la de Maria Vila. Hasta me atrevería a afirmar que en ciertos momentos la supera. Y dicho esto, permítanme que les recuerde que fue la Sardà, aquella a la que Lluís Pasqual definía como “mi hermana”, la que llevó a mi padre al Lliure con su Sagarra dit per Rosa Maria Sardà (2012). Porque la presencia de mi padre en el Lliure siempre fue como traductor (Shakespear­e y Pirandello), pero jamás como autor: el Lliure debe ser uno de los escasos, escasísimo­s teatros catalanes que jamás haya representa­do una obra de mi padre. Comentando con mi amigo Joan Ollé, hombre de teatro, mi afirmación de que Rosa Maria era la legítima heredera de Maria Vila, Joan me dijo que él no había oído jamás recitar los versos de mi padre a la señora Maria Vila. “¿Existe alguna grabación?”, me preguntó. Yo le dije que recordaba una grabación, de principios de los sesenta, precisamen­te de L’hostal..., en un programa de Radio Barcelona, al que yo asistí, y recuerdo que luego acompañé a la señora Vila en un taxi a su casa, en el barrio de Gràcia. “¿Y dónde se encuentra hoy esa grabación?”, me preguntó Joan. “Vete a saber”, le dije yo, “aunque lo normal sería que se encontrase en el Institut del Teatre”. Y eso me recordó aquella noche en Estocolmo, en que después de cenar con Ingmar Bergman, éste me preguntó a qué hora salía mi avión de regreso a Barcelona. “Muy pronto, a las seis”, le dije yo. Y Bergman me llevó al Dramaten y le dijo a uno de los encargados del teatro que me pusiese las voces de media docena de actrices, grandes actrices ya fallecidas, interpreta­ndo tal y cual personaje de August Strindberg. Una noche deliciosa, con whiskey incluido.

Y volviendo al principio, a aquel dúo entre el “faraonet” Terenci y su mamá Rosa Maria que tuvimos la suerte de presenciar y aplaudir en la Parelladet­a, permítanme que termine con otro dúo de aquellos dos grandes amigos y del que fuimos testigos Juan Marsé y un servidor. Fue en la clínica Teknon, a Terenci le quedaban pocos días de vida y Marsé y yo fuimos a despedirno­s de nuestro amigo. Nos recibió la hermana de Terenci, Anna Maria, la Nena, quien nos acompañó hasta la puerta de la habitación en la que se encontraba su hermano. Entramos y allí estaba Terenci, tumbado en la cama, y a su lado Rosa Maria, que le encendía un pitillo a su hijo, el “faraonet”. “Un cigarret més o menys… Fuma, maco, fuma”, decía la mamá, al tiempo que lloraba y sonreía. Todo un personaje la Sardà. Descanse en paz.

PS. Cuando murió la Lizaran, la alcaldesa Colau le regaló una plaza. Y a la Sardà, ¿qué le darás a la Sardà, alcaldesa? ¿Qué le darás a la Antonia de la Rambla de les floristes?

Quedará como la ‘gran dama’ de la escena catalana de los últimos 50 años porque ese papel le iba como anillo al dedo

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XAVIER CERVERA / ARCHIVO La actriz Rosa Maria Sardà, fallecida el pasado 11 de junio
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