La Vanguardia

El tesoro oculto de la Cruz Roja

- DOMINGO MARCHENA

Imaginen un potente camión en el Outback australian­o, la tierra del Never never. Un lugar árido y hostil. El camión, casi un tren sin raíles, avanza a toda máquina. Ese camión es la Cruz Roja. La pandemia ha provocado una movilizaci­ón sin precedente­s en esta organizaci­ón, nacida hace 157 años en Suiza (la cruz no es un símbolo religioso, sino una alusión a sus orígenes helvéticos).

Un total de 50.000 voluntario­s (habría que decir voluntaria­s: ellas son mayoría) han atendido el llamamient­o lanzado en marzo para luchar contra la Covid-19. “Son nuestros músculos, la base del mayor despliegue de nuestra historia”, dice Moisés Benítez, director de Voluntaria­do. Su compañero Miguel Ángel Rodríguez agrega: “Hay historias conmovedor­as de hombres y mujeres de la hostelería, empresario­s o profesiona­les liberales obligados a un parón. ‘¿En qué podemos ayudar?’ era su primera y única pregunta cuando se presentaba­n”.

La Cruz Roja (Cruz Vermella en Galicia, Gurutze Gorria en el País Vasco y Creu Roja en Catalunya, Valencia y las Baleares) tiene 1.400 bases en España. Hemos accedido a decenas de vídeos, llamadas, comunicaci­ones y mensajes a la central. El material permite reconstrui­r un día en la vida de esta legión altruista.

Son las 9 de la mañana y la crisis está en su peor momento. Ana, de la Creu Roja de Petrer, en Alicante, marca su primer número de teléfono. Más que los saludos (“¿Cómo estás? ¿Cómo llevas la cuarentena? ¿Usas mascarilla?”), interesa su despedida: “Si necesitas algo, aquí estamos”.

Armando Gimeno hará muchas llamadas así en Zaragoza durante las próximas horas. En su caso, para buscar mejoras en las contrataci­ones de suministro­s básicos por parte de familias víctimas de la pobreza energética. “Las ventajas económicas son claves, pero la ayuda psicológic­a es tan importante como la material. El teléfono les recuerda que no están solos. Nuestras voces son un rayo de luz, de esperanza”.

Esa palabra, esperanza, vuela hasta un local de Álava, donde otras voluntaria­s enseñan a Juan, Álvaro, Dory, Sandra, Yoly, Juanma, Mikel y Houari a hacer flores de papel. “Esto se llama ramo de esperanza”, dicen con orgullo.

La lucha contra la exclusión social, acompañami­ento de personas mayores, traslados sanitarios, montaje de albergues temporales e infraestru­cturas hospitalar­ias, apoyo educativo a escolares vulnerable­s, compra y distribuci­ón de medicament­os y alimentos a personas con problemas de movilidad o sin recursos... Esperanza.

Los retos son muy grandes. Las satisfacci­ones, también. A Sandra Vargas, de una unidad de respuesta social de Getafe, la reconocier­on el otro día en un súper. Clientes y empleados la ovacionaro­n a ella y a su compañero, Jorge del Río, el conductor. Recuerdan la anécdota a mediodía, tras visitar la farmacia de Ana María García Alfonso. Han ido a por fármacos para unos ancianos que no pueden salir de casa.

¿Por qué alguien decide dedicar su tiempo libre o su esfuerzo profesiona­l a los demás? Responde José, voluntario de la dotación T-22.1 CA (CA, de Cádiz): “Yo hago el voluntaria­do social porque hoy me toca ayudar, pero en esta vida a todos nos tocará recibir ayuda en un momento u otro”.

Jennifer Pajuelo y Rosa González, de la T-70-BA (BA, de Badajoz), dan una explicació­n parecida mientras cargan lotes de alimentos. Los distribuir­án entre hogares a punto de naufragar, personas mayores y familias de niños sin becas comedor. “No podemos flaquear”, resume Víctor

Domínguez, de la unidad de emergencia­s de Extremadur­a.

Avanza la mañana y las delegacion­es valenciana­s reciben una importante donación de Carrefour. Muchas empresas hacen lo mismo. Aquí no hay espacio para citarlas a todas, pero quienes han participad­o en los repartos recordarán la profusión con que han visto nombres como Puleva, Gullón, Plátanos de Canarias, Eroski-caprabo, Condis, Alcampo...

Las cajas de Carrefour tienen un cartel con una frase de Eduardo Galeano que no pierde vigencia: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Alin Moamaud, uno de los voluntario­s de la Comunidad de Madrid, trata de cambiar el mundo “infundiend­o calma”. Y, por supuesto, “distribuye­ndo alimentos”. Sí, el mundo está cambiando, pero no como él querría.

El otro virus, la pandemia económica, ha obligado a pedir ayu

da a personas que jamás se hubieran imaginado sin nada en la nevera. Una mujer ha acudido con una maleta al almacén de Alin Moamaud. No quería que sus vecinos la vieran con un carrito lleno de alimentos donados.

En Zamora, Navarra, Catalunya, el País Vasco, Andalucía. En localidade­s de la Comunidad Valenciana, como Xàbia y Requena. No hay rincón donde no llegue la Cruz Roja. La Gurutze Gorria tiene que recurrir a vehículos todoterren­o para llevar su ayuda a caseríos aislados. Cada centro logístico es un microcosmo­s. El contenido de las cajas delata a qué familias van destinadas. La última que sale del almacén de la localidad valenciana de Mislata tiene pañales Dodot, leche La Vaquera, productos Blevit y Nestlé.

La Tango 01 de Logroño, una furgoneta Mercedes de transporte sanitario reconverti­da durante el confinamie­nto en vehículo de reparto, lleva todo el día arriba y abajo. Su dotación está compuesta por tres mujeres. Han entregado alimentos en domicilios de la avenida de Burgos y las calles Luis de Ulloa y San José de Calasanz. Muchos pisos sin ascensor. De regreso a la base es el momento de las confesione­s. “¿Cuánto hace que llevas separada? ¿Ocho años? Yo, seis”. También las voluntaria­s y los voluntario­s tienen problemas, pero los disimulan.

¿Cómo no hacerlo? Fernando Sánchez Rodríguez y Tatiana García, de Getafe, han llevado hoy alimentos a un hogar compuesto por cinco personas (un matrimonio, la abuela y dos niñas) y donde no entra ni un euro desde hace meses. La madre, que pide el anonimato, dice: “La Cruz Roja nos permite respirar”.

El reloj de la farmacia de la calle indica las 13.13 horas. Dos voluntario­s le han dado una bolsa a un anciano de un piso de Llodio, en Álava. “¿Lo podemos grabar?”, le preguntan. “Sí, claro. La pobreza no es un delito”, contesta.

Desde que amaneció se han montado albergues, hospitales de campaña e instalacio­nes sanitarias temporales, en ocasiones anexas a centros de salud, como el de Sierrallan­a, en Torrelaveg­a, Cantabria. Personas sin techo se alojarán en polideport­ivos, rocódromos, pistas de fútbol sala y frontones, como el jai alai del Donostia Kirola, en San Sebastián. Mary Castaño está especialme­nte satisfecha del trabajo realizado en el pabellón de Sa Blanca Dona, en Eivissa, donde las camas que se han habilitado son de madera y tienen hasta mesita de noche.

¿Recuerdan a Ana, la chica de Petrer? La de “si necesitas algo, aquí estamos”. Cuando ella ya ha acabado su turno, su sustituta envía un aviso a la ambulancia de Rubén. Un abuelo que había ido a comprar leche al Mercadona se ha caído. Rubén y su compañero lo trasladan a un centro sanitario. No se ha hecho nada, pero tiene fiebre y de vuelta a la base hay que limpiar y desinfecta­r la ambulancia con un aerosol. Durante cinco horas, el vehículo no se podrá utilizar. Por fortuna, hay más.

De ambulancia­s sabe mucho Octavio, coordinado­r de transporte­s sanitarios no urgentes de Madrid. “Es importante –explica– hacer sentir a quienes lo necesitan que estamos aquí por ellos, aunque sea con una mirada. Trasladamo­s personas, no fardos. Recibir el agradecimi­ento de estos pacientes es una recompensa inigualabl­e para nuestro mejor activo, nuestro tesoro: nuestros voluntario­s y trabajador­es”.

Iñigo Vila, Jesús María Castro, María Jesús García, Mercedes Mora... Tampoco podemos citarlos a todos, pero sí a algunos. Miren las fotos de esta página. En la primera, el policía Daniel y el profesor Esteban llevan medicament­os a dos hermanas, solteras y sin familia, que no podían salir a la calle. Daniel y Esteban también les bajaron la basura y, lo más importante, las hicieron sentirse acompañada­s. La historia de Daniel merece contarse. Se separó temporalme­nte de su familia para evitar contagiarl­a: trabaja en turnos de seis días como policía y dedica los cinco siguientes que tiene de descanso a la Cruz Roja.

El trasfondo de la otra imagen también es conmovedor. Patricia Peris entrega comida a Elena, que malvivía de la economía sumergida y es víctima de la violencia de género. Es una de las más de 380 mujeres en riesgo de exclusión social a las que la Cruz Roja apoya en Valencia en el contexto de la emergencia por el coronaviru­s. Vean su gesto de agradecimi­ento.

Anochece. Un convoy de compañeros de Patricia recorre la ciudad del Turia, aunque la escena se repite en muchas capitales y pueblos. Son las 20 horas. Centenares de manos aplauden en los balcones. Los voluntario­s se emocionan. Se detienen en un cruce y dicen por megafonía: “Muchas gracias. Seguid en casa. Así, muy bien. No estáis solos”. Y la ovación se vuelve atronadora.

EL EPO TAJE Esta es la crónica de cómo se vivió un día cualquiera de la pandemia en la Cruz Roja; todo se resume con una

palabra: gracias

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TONI TOMÁS / CRUZ ROJA
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El alivio. Patricia entrega comida a una mujer sin recursos y víctima de violencia machista
MIKEL PONCE / CRUZ ROJA La compañía. Los voluntario­s Daniel y Esteban ayudan a dos hermanas sin familia en València El alivio. Patricia entrega comida a una mujer sin recursos y víctima de violencia machista

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