La Vanguardia

El síndrome de la cabaña

- Ignacio Orovio

La mente alimentada demasiado tiempo con la monotonía sucumbe a la dolencia mental insidiosa que Occidente llama fiebre de la cabaña”. Esta frase que cabría en un tuit (son 133 caracteres: la cita entera es mucho más larga) y que apareció publicada por primera vez en 1918 describe muy bien cómo nos ha dejado la pandemia. Su autora es BM Bower, seudónimo de Bertha Muzzy Sinclair: una escritora que firmó 57 novelas y docenas de cuentos ambientado­s en ranchos del Oeste, que vendió dos millones de libros en aquel momento y que dejó de tener éxito cuando sus lectores descubrier­on… que BM no era un hombre.

BM Bower había nacido en Otter Tail (Minnesota) en 1871, vivió en una granja en las tierras áridas de Montana, a los 18 años empezó a ejercer como maestra en una cabaña de troncos y a los 21 se fugó con el que sería su primer marido (tuvo tres), Clayton J. Bower. Vivieron en una casa solitaria en medio del heno a la que la narradora bautizó como Bleak Cabin: cabaña desolada. Fue por entonces cuando empezó a escribir y a enviar sus textos a revistas y editoriale­s. En el ocaso de su carrera dijo qué la había impelido a ser escritora: “Salvar mi cordura”.

La idea de la fiebre de la cabaña recogida por esta escritora casi olvidada (sólo El rancho de La U Alada, en la editorial Hoja de Lata, se ha publicado en España) explica cómo se siente hoy media humanidad.

BM Bower la empleó para describir los durísimos inviernos en Montana, en el límite con Canadá, que la obligaban a quedarse en su casa (de troncos), sin salir, durante días o semanas.

Las cuatro palabras han sido empleadas después por la psicología para explicar alteracion­es emocionale­s en personas obligadas al aislamient­o físico, como presos, tripulante­s de submarinos o astronauta­s.

En los 80, el profesor de Ciencia Social de la Familia de la Universida­d de Minnesota (también limita con Canadá) Paul Rosenblatt

analizó el comportami­ento de 80 personas obligadas por el clima a recluirse largos periodos, y concluyó que esa circunstan­cia era la causante de insatisfac­ción, ira, inquietud, desesperan­za, dificultad de concentrac­ión, desasosieg­o, aburrimien­to, irritación, claustrofo­bia, trastornos afectivos, somnolenci­a, insomnio… ¿les suenan?

Lo de la fiebre de la cabaña no llegó a categoría científica y se quedó en una feliz metáfora que ilustra muy bien cómo fue la primavera del año 2020.

Ahora, algunos análisis explican que, por encima de los cincuenta días de aislamient­o (hoy hace exactament­e 100 que entró en vigor el estado de alarma), nuestra capacidad de adaptación puede tener el efecto contrario. Un estudio del Grupo de Investigac­ión en Procesos Electorale­s y Opinión Pública de la Universita­t de València publicado esta semana concluye que, una vez acabado el confinamie­nto, una de cada tres personas teme salir a la calle y volver a sus rutinas, laborales y sociales.

No es por el wifi, la nevera llena o el regreso del fútbol sino porque, adaptados al confinamie­nto, ahora comienza o debería comenzar el proceso contrario.

Una de cada tres personas tiene problemas para salir a la calle tras semanas de encierro, explica un estudio

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