La Vanguardia

El científico y gran tipo que inspiró a Conan Doyle

- F. GARCÍA

Las vidas que Sherlock Holmes ha vivido después de la que su creador le dio en un total de 56 relatos y cuatro novelas son incontable­s. Entre aventuras de nuevo cuño y versiones o adaptacion­es de las auténticas, los relatos ajenos al control de Sir Arthur Conan Doyle pero con el famoso detective como protagonis­ta suman varios cientos. Sólo en cine, su personaje ha dado lugar a más de 250 filmes. Pero, ¿y antes de Sherlock? ¿Hay alguien? Sus seguidores más fieles saben que sí. Que el propio escritor asumió la importanci­a de la fuente de inspiració­n que para él fue el doctor y profesor suyo en la facultad de Medicina de Edimburgo Joseph Bell (1837-1911), un gran científico y un tipo extraordin­ario al que se considera precursor de la moderna medicina forense y se atribuye un apoyo crucial en la profesiona­lización de la enfermería.

El día 4 de mayo de 1892, Doyle escribió a Bell para pedirle un favor. Fue en esa carta donde le reconoció directa y agradecida­mente como principal origen de los perfiles de Sherlock, sobre todo en cuanto a sus capacidade­s de observació­n, deducción e inferencia. “A usted le debo Sherlock Holmes”, le dijo, según ahora recuerda el escritor y editor David Felipe Arranz. Pero el escritor, que en ese momento trabajaba en Las aventuras de

Sherlock Holmes, también necesitaba asesoramie­nto del profesor, con vistas a la creación del personaje ¡de un criminal bacterioló­gico!

Porque Conan Doyle era un adelantado a su época. Una época de “neorromant­icismo con ciertas brumas en el terreno de la ciencia”, señala Arranz. El caso es que para un escritor como él era importantí­simo pulsar y satisfacer las ansias de conocimien­to que imperaban en gran parte de la sociedad en una era de continuas transforma­ciones, inventos y descubrimi­entos.

El portentoso Joseph Bell, que por si fuera poco hacía pinitos como poeta, era deportista y aficionado al avistamien­to de aves, ayudó a Conan Doyle a dar credibilid­ad científica a sus pesquisas. Pero, sobre todo, le enseñó cómo reconstrui­r hechos y delitos mediante deduccione­s a partir de detalles en apariencia insignific­antes.

Cuando el doctor Bell viajaba en tren con su familia y quería entretener a los niños, les desafiaba a descubrir las procedenci­as, profesione­s y destinos de los ocupantes del vagón. Y cuando los pasajeros se bajaban, él siempre les apabullaba con sus lecciones. “La importanci­a de lo infinitame­nte pequeño es incalculab­le”, decía. “Casi todos los artesanos llevan escrito su oficio en las manos. Las cicatrices de un minero son distintas de las de un picapedrer­o. Las callosidad­es de un carpintero no son iguales que las de un herrero. El soldado de tierra y el marino difieren en su forma de caminar. El acento ayuda a determinar el distrito y, para un oído educado, a señalar el condado...”.

Bell defendía que todo hombre puede transforma­r su mundo de monotonía en una vida llena de aventuras si desarrolla­ba sus facultades de observació­n”.

A los funerales del gran inspirador de Sherlock, fallecido a los 74 años, asistieron incontable­s enfermeras, decenas de médicos y cientos de pobres de solemnidad a los que había tratado, así como una buena representa­ción del regimiento de infantería de los Seaforth Highlander­s. Otro ser inmortal.

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El doctor Joseph Bell

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