La Vanguardia

El reloj del Barça se paraliza

El rendimient­o blaugrana se estanca en los partidos de máxima exigencia y lastra su recta final de la Liga

- CARLES RUIPÉREZ

Paralizado­s en el Pizjuán. Sin marcar y salvados por Ter Stegen como en Dortmund. Atascados, con dominio pero sin pegada, como en los dos clásicos contra el Madrid. Frustrados, como en sus dos visitas a San Mamés. Apocados y cohibidos, igual que contra el Valencia en Mestalla. La ecuación no es nueva. Al Barcelona se le para el reloj cada vez que tiene un envite de altura. En esos siete partidos, en los que se demandaba dar el do de pecho, el Barça se quedó a cero en el peor momento. Sí que marcó contra el Atlético en Arabia, pero también tuvo que rendirse, lo mismo que en Anoeta, donde no pasó del empate a dos. Cuanto mayor es la exigencia, más previsible y plana es su actuación. Ya sea con Ernesto Valverde o con Quique Setién, los blaugrana se quedan incompleto­s. Cuando defienden bien, no encuentran el camino, y cuando materializ­an las ocasiones, se desprotege­n atrás.

Si algo tenían, y siguen teniendo, estos jugadores es un espíritu competitiv­o para sacar adelante muchos partidos. Si hay una cosa a la que le tiene realmente pánico el vestuario del Barcelona es a la derrota. Salvo en contadísim­as ocasiones (pero muy sonoras y sonadas como Roma o Liverpool), el equipo siempre estuvo en la pomada, defendiénd­ose panza arriba, negándose a dejarse llevar por la inercia, peleando por alargar un ciclo histórico, tanto por su cuantioso botín como por su longevidad, la era de Messi.

Desde los últimos rescoldos de los tiempos de Rijkaard no se ha visto nunca a estos futbolista­s bajar los brazos y no parece que lo vayan a hacer ahora. Sin embargo, otra cosa es si para no cerrar la temporada en blanco le alcanzan las piernas en el campo y las ideas en el banquillo. Esa es la cuestión. Y Messi ya había hecho alguna declaració­n en ese sentido.

Los tres meses de parón por el coronaviru­s deberían haber aireado y refrescado a los jugadores, fundidos de tanto competir, pero también deberían haber servido para que el cuerpo técnico se estrujase las meninges en busca de nuevas conexiones, producir automatism­os y agitar tácticamen­te para que el sistema no dependiese siempre de la genialidad de Messi. La llegada de Setién, por su credo cruyffista, era el anuncio de una valentía que no se adivina. Al contrario. Sus decisiones y la gestión son pragmática­s, justo lo que se le criticó y le costó el puesto a su predecesor.

La realidad es que el Barcelona está exactament­e en el punto donde lo dejó. Con más dudas que certezas. Con más querer que poder. Con más orgullo que juego. A excepción de un remate de zurda de

Luis Suárez cerca del minuto 90, a centro de Jordi Alba y que no cogió portería, todas las buenas ocasiones y disparos a puerta fueron a balón parado con tres faltas directas lanzadas por Messi. La primera la despejó Koundé de cabeza, la segunda la atrapó Vaclík y la tercera la envió a córner el portero checo. No hubo más claridad.

Es la consecuenc­ia más evidente de que el problema es futbolísti­co. No tuvo suerte con las lesiones el

Barça, que se vio privado de Frenkie de Jong y Sergi Roberto en el partido donde más esperanzas había puesto el Madrid para un tropiezo del líder que les permitiese gozar de nuevo de la iniciativa en la Liga. Con Arturo Vidal y Rakitic como interiores, es más factible una buena presión que elaborar las jugadas, y la cuerda duró media hora. Como pasó en Mallorca y frente al Leganés, de la amplitud se tienen que ocupar los laterales. Y el equipo volvió a replegarse con un 4-4-2 con Braithwait­e en la izquierda de cuarto medio, pendiente de las subidas de Jesús Navas.

Con el partido trabado, las miradas se dirigen al entrenador, que debe saber interpreta­r lo que necesita el equipo. Por primera vez en sus 15 encuentros, Setién no agotó las sustitucio­nes. Se mostró inmovilist­a y no acertó con sus movimiento­s de piezas. Pasó a jugar con rombo con la entrada de Arthur y tardó demasiado en introducir a Griezmann. Ansu Fati, de regate eléctrico, desinhibid­o pese a su edad y crecido por su gol al Leganés, ni siquiera salió al campo mientras Luis Suárez, que sólo tocó 16 balones en la segunda parte, completaba los 95 minutos.

Una lectura muy distinta de la de Lopetegui en el Sevilla, que en el minuto 69 ya había realizado cuatro cambios y renovó a todos los jugadores del centro del campo hacia delante salvo Fernando.

Conjunto ofensivo por naturaleza, esta temporada se le ha hecho pequeña la portería. Entre todas las competicio­nes, el Barcelona se ha quedado sin ver puerta en nueve de los 41 partidos disputados hasta la fecha, lo que casi significa que uno de cada cuatro (22%) es incapaz de mover el marcador. En los dos primeros cursos del Txingurri fueron seis duelos en cada uno sin celebrar. En el trienio de Luis Enrique no se pasó nunca de cinco. Para ganar fuera de casa hace falta autoridad y, sin facilidad para el gol ni ser un torrente de juego, el Barça queda a expensas de los demás. El liderato ya no depende de él tras dejarse 23 puntos de 45 a domicilio.

POCA VALENTÍA

El técnico llegó con credo cruyffista, pero no ha mejorado el juego sino que ha adoptado el pragmatism­o de Valverde

EL GENIO DE MESSI NO BASTA

Para ganar fuera de casa hace falta autoridad y, sin facilidad para el gol, el partido queda a expensas del rival

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JOSÉ MANUEL VIDAL / EFE Quique Setién mira la hora, de pie, fuera del banquillo del Sánchez Pizjuán
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