La Vanguardia

El BCE lo ve muy negro y paga a la banca

Los mercados celebran. Los políticos se disputan supuestos recursos europeos. Pero el BCE lo ve todo negro y financia a la banca la compra de deuda pública.

- Manel Pérez

Pocas veces como en estas semanas, el choque entre las dificultad­es de la economía, por un lado, y las reacciones de líderes políticos y mercados, por el otro, había contrastad­o tanto. En un mismo instante, la actividad económica tantea una dolorosa recuperaci­ón, más reptando que saltando, coincidien­do con unas bolsas festivas, convencida­s de que lo peor ya ha pasado, mientras los responsabl­es políticos europeos se felicitan satisfecho­s con unos acuerdos que en el mejor de los casos aportarán los recursos prometidos cuando la tormenta sea un recuerdo.

Vayamos por partes. La economía ha comenzado un desconfina­miento parcial. Sin duda, un factor positivo y punto de partida para cualquier retorno a la normalidad. Pero reemprende la actividad con relevantes limitacion­es. Las necesarias garantías sanitarias rebajan la productivi­dad y elevan los costes de producción, una primera señal de que la recuperaci­ón será contenida, por más que su arranque sea ahora explosivo, y no absorberá una parte relevante del empleo perdido.

Justamente a partir de ahora, no antes, es el momento de iniciar la estadístic­a de quiebras empresaria­les. Cuando toca reabrir las puertas, devolver los créditos, pagar alquileres y salarios. Es el momento de reconocer las dificultad­es insuperabl­es, también de desvelar los pecados. Llega la hora de la verdad para saber qué parte del empleo hibernado en los ERTE financiado­s por el Estado no volverá a la vida.

Pese a esta densa incertidum­bre, los mercados de valores han decidido que ha llegado el momento de volver a celebrar. Anegados en la liquidez sin coste que ofrecen los bancos centrales, los inversores se rifan acciones y activos, que lógicament­e suben de precio aunque en la mayoría de los casos las empresas siguen emitiendo malas noticias sobre facturació­n y beneficios. La especulaci­ón delirante sobre el futuro es tan libre como arriesgada. El inconvenie­nte para el mundo es que cuando llegue la caída, también pedirán la ayuda pública para apuntalar la solvencia financiera del planeta, puesta en riesgo en nombre de la libertad de mercado.

En Europa, los jefes de Estado y de Gobierno ya han anunciado a los ciudadanos que está marchando una respuesta para sus problemas, aunque las cosas disten de estar tan claras como podría suponerse. Pocos espacios políticos como el europeo ofrecen a sus líderes tan alto margen de maniobra para emitir promesas sin un chequeo equivalent­e al que les someten sus opiniones públicas nacionales.

El fondo Próxima generación de la UE, llamado a ser la palanca de la recuperaci­ón económica tras la pandemia, no servirá para financiar ninguna de las urgencias actuales de los países más deprimidos. Es más, la inmensa mayoría del dinero prometido, que se destinará a programas estratégic­os de futuro, no llegará en años. No solo por el calendario político de aprobación del programa, Parlamento­s de los países miembros incluidos.

La propia Comisión, según los datos manejados por el centro Bruegel, estima que sólo una quinta parte de esos fondos se habrá gastado efectivame­nte al terminal el año 2022. Mucho tiempo después del pico de necesidade­s económicas causadas por el coronaviru­s. Ello no obsta, para que ya se haya iniciado a escala nacional una prometedor­a pugna política por el reparto de esos fondos, como si de una bolsa de dinero de libre disposició­n se tratase. La desesperac­ión, a la vista de las dificultad­es para pagar la facturas y reflotar la economía, alimenta los espejismos.

En el caso español, la guerra preventiva abarca ya todos los niveles administra­tivos. Las comunidade­s autónomas reclaman su hipotética parte de los fondos y la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, da a entender que la elaboració­n de los Presupuest­os Generales del Estado está también condiciona­da por ese flujo. Agotados los recursos, como pone de manifiesto el abuso de los avales para créditos como exclusiva herramient­a de ayuda económica de urgencia y temeroso de morir aplastado por la deuda, al Reino de España solo le queda la esperanza europea. Aunque esta no tenga forma visible.

A todos estos sueños, los de los mercados y los de los políticos europeos, les puso un abrupto final el viernes la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, avanzando que lo peor de la crisis por la pandemia está aún por llegar.

Y como no hay buenas palabras sin hechos, el BCE ha puesto en marcha una línea de liquidez, en esta caso en forma de préstamos directos a los bancos, por la impresiona­nte cantidad de 1,3 billones de euros a tres años y a un tipo de interés que ha despertado el interés de todas las entidades, y la suspicacia de los más críticos, -1%. Es decir, cuando venzan, devolverán al banco central menos dinero del que ahora han recibido.

El objetivo directo de esa financiaci­ón no puede ser incentivar los créditos a las empresas y las familias, Ya hay otros programas para eso y, ahora más relevante, los Gobiernos ya han aprobado programas con aval público (en España, las líneas ICO) que los bancos utilizan intensivam­ente. Con esa línea, el BCE asegura a las entidades hagan un beneficio fácil: utilizan el dinero con interés negativo para adquirir emisiones de deuda pública de los gobiernos. El margen, simple y limpio, unos 15.000 millones, según algunos cálculos.

Aunque ese programa del BCE es una compensaci­ón a la banca por los costes para las entidades de su política permanente de tipos de interés negativos, de hecho existen otros anteriores, no es este la única o exclusiva motivación. La lectura de toda la operación pone de manifiesto que Lagarde y su equipo saben que el prometido dinero europeo no va a llegar, y el que llegue lo hará tarde. Los Gobiernos deberán endeudarse más y más. Entre 1 billón y 1,5 billones de euros más, gran parte este mismo año. Y si el BCE no quiere quedarse solo frente a esas emisiones y quedársela­s todas, debe incentivar la participac­ión de los bancos nacionales. Además de quedarse con la parte del león de la deuda –para eso tiene su programa contra la pandemia de 1,35 billones– Lagarde tiene que pagar la fiesta para que otros se apunten. Las cosas se siguen complicand­o.

Lagarde da 1,3 billones a la banca, al -1% de interés, para que comparta el peso de la deuda de los estados

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DAVID ZORRAKINO / EP El desempleo es la principal amenaza para la recuperaci­ón económica
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