La Vanguardia

Sacarse el miedo del cuerpo

- Màrius Carol

Los políticos han venido al mundo a darnos malas noticias. Existe un cierto sadismo en muchas de sus manifestac­iones. Como si no quisieran que nos confiemos. Aún no nos hemos acostumbra­do a no estar bajo el estado de alarma y ya nos alarman sobre el Estado. Escuchar en las últimas horas a Christine Lagarde, la presidenta del BCE, advertirno­s de que “lo peor está por llegar” o a Ursula von der Leyden, la presidenta de la Comisión, anunciarno­s que “no estamos al final del desastre económico sino solo al principio” es para echarse a temblar.

En la política esta calando el síndrome de Whitman, que era aquel jefe de obituarios de The New York Times, inmortaliz­ado por Gay Talese, que solo veía desgracias a su alrededor. Alden Whitman se pasaba el día redactando necrológic­as, muchas de ellas cuando el finado estaba vivo. Si se subía al metro y se encontraba un tenor operístico con mala cara, se iba corriendo al diario a actualizar el texto de despedida. Su mujer siempre sostuvo que lo mató Winston Churchill, que murió antes de lo esperado, lo que le provocó un ataque al corazón al periodista.

En nuestro país tampoco nos calman. El PP sostiene que España sería insolvente sin la ayuda europea. Lo ha dicho el más moderado de la derecha, el presidente gallego Alberto Núñez Feijóo. Más insolvente que el Estado, es la frase del líder popular, pues España no tiene problemas de financiaci­ón: esta misma semana ha colocado 5.800 millones a tres y cinco años a intereses negativos. Pero parece que todo el mundo está interesado en alarmarnos para que no bajemos la guardia y mantenerno­s tensos.

El académico Lucien Jerphagon escribió Elogio del pesimismo, donde sostiene que de Homero (“porque no hay un ser más desgraciad­o que el hombre, entre cuantos respiran y se mueven por la tierra”) a esta parte llevamos dos mil seteciento­s años de pesimismo. O realismo sin ilusiones. A mí me gusta la sentencia de François Mauriac en El fin de la noche, cuando escribe: “No entiendo por qué no estamos desesperad­os”. Todo una manera de significar que cuando no nos anuncian malas noticias parece como que nos sentimos desamparad­os, como si quisieran desconcert­arnos. El mundo ha interioriz­ado que no hay vida fuera del pesimismo. Recordemos a André Malraux ,en Los robles que derribamos: “Para qué conquistar la Luna si no es para suicidarse allí”.

No estoy a favor de que se engañe a la gente, pero tampoco de que se la intimide. Joseph Fouché en sus memorias recomendab­a a los políticos que precisamen­te tranquiliz­aran a todo el mundo y todo el mundo estaría de su parte. Pero en este mundo hiperconec­tado, las malas noticias tienen prestigio, son las más seguidas en las redes. Y además permiten más control social, porque el miedo nos hace ser obedientes, y la incertidum­bre permite al político gestionar mejor las decisiones. Yo creo que saldremos de este túnel más rápido de lo que nos dicen. Y no solo porque, como decía Churchill, era optimista porque no resultaba muy útil ser otra cosa.

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