La Vanguardia

“¿Mis maestras? Duras, Kahlo... y las travestis”

- XAVI AYÉN

Hace un poco más de diez años, Camila Sosa Villada (La Falda, 1982) se prostituía por las noches, junto a otras travestis, en un parque de la ciudad argentina de Córdoba. Por las mañanas, iba a la universida­d. Toda esa experienci­a, así como su traumática infancia –con un padre que llegó a apuntarla con una pistola–, han germinado en una excelente novela, Las malas

(Tusquets), obra vitalista, salpicada de humor y tragedia, que hace emerger un mundo oculto. Al año de su publicació­n en Argentina, llega a España, y tiene traduccion­es contratada­s en Francia, Alemania, Italia y otros países. Sosa atiende a este diario por videoconfe­rencia desde Buenos Aires.

¿Cuál es el origen de este libro?

Mis padres le hicieron una promesa en el 2008 a la Difunta Correa, una santa popular de aquí, para que yo dejara la prostituci­ón. Al año siguiente, estrené Carnes Tolendas, la obra que me permitió dejar la calle y trabajar como actriz. Quise escribir sobre la santa. ¿Conoce la historia?

Lo que explica usted en el libro…

Se dice que es milagrosa porque la encontraro­n muerta en el desierto pero su hijo estaba enganchado a ella, amamantánd­ose. La incluyo junto a la Tía Encarna, la travesti que se encuentra un bebé abandonado en una zanja y se lo lleva para criarlo.

Su libro es distinto a todo.

Escribo desde niña. No pienso mucho, escribo a ciegas, tanteando la historia. Yo quería quitar la parte de mi infancia en el monte, y dejar solo la historia de las travestis, de la Tía Encarna que nos hacía de matriarca y del Brillo de los Ojos, el bebé encontrado, pero el editor, Juan Forn, me pidió que contara mi infancia, porque explicaba el misterio del travestism­o. Como buena principian­te, acaté sus sugerencia­s…

El lector empieza creyendo que son memorias, pero luego, al ver que a una travesti le salen plumas, ya se da cuenta de que no.

Lo más real y concreto es mi infancia y mis padres. Los personajes son

inventados, renombrado­s o mentidos. Tomé mis experienci­as como prostituta en el parque, por ejemplo cuando me voy con dos hombres y ellos me duermen, el tío que vomita al lado de mi cama... Lo demás es obra de mi imaginació­n retorcida.

Junto a escenas muy violentas, hay mucha alegría en el libro. “Éramos como la primavera”, dice, con sus vestidos de colores, haciendo reír a los taxistas, es una obra muy divertida.

En el 2015 hice una obra de teatro sobre Frida Kahlo, Despierta, corazón dormido. Lo que más me gusta de ella es su sentido del humor. Me rebela esa actitud que tienen algunas personas, lo de “pobre enferma”. Es como las travestis en la calle pasando hambre, me vienen lectores exclamando “¡qué terrible cómo vivís!”, y a mí eso me indigna. Como si no pudiera existir la risa entre nosotras, ¡si era lo que más había!

Lo de sus padres parece Dickens: sin luz eléctrica, con violencia y exceso de alcohol…

A los 5 años ya sabía leer y escribir, a los 8 leía a Jack London, éramos muy pobres y mis padres, sin embargo, si sacaba una buena nota o era mi cumpleaños o Navidad, me regalaban libros. Eso me permitía apartarme de ellos, meterme en un lugar en el que no estaban, donde se podía vivir muy bien.

Lo suyo es literatura a secas. ¿Qué le parece el calificati­vo de literatura queer?

La escritura es queer siempre. Los verdaderos escritores estamos apartados. Toda literatura que se precie es queer, incluso Silvina Ocampo, una millonaria con un edificio entero a su disposició­n para vivir y sin embargo completame­nte aislada de la sociedad. Para mí, Silvina Ocampo es queer.

El personaje dice que ser travesti le salvó del suicidio…

Se asocia a las travestis con la muerte, la primera amenaza es decirles que van a matarlas. Pero Alice Munro

tiene razón, ella dice que no hay nada más fuerte que la vida. O Wislawa Szymborska, para quien alguien que haya vivido, aunque sea por un segundo, ya es inmortal. Ser travesti es amar la vida: a pesar de esas amenazas, los riesgos, las persecucio­nes, el afán por la vida se impone. Las recuerdo, a las travestis, trepándose a los árboles cuando venía la policía, esconderse abajo de los autos para que no las encuentren, hacer un guiso con tres pesos, juntando dinero una noche entre todas para comprarle medicament­os a una… ¡Ese afán por vivir es tan poderoso, tan inconmensu­rable!

Es imposible no emocionars­e con el libro. Por ejemplo, la imagen de los animales atravesado­s en las trampas de su padre. Una mirada que asocia con usted.

Me he criado en el campo, mi relación con los animales ha sido estrecha, con la muerte también. Mi padre me ponía a agarrarle los cerdos con las manos para que él pudiera degollarlo­s. Asistí muchas veces a la mirada de los animales cuando estaban muriendo, tengo clavada esa desesperac­ión. Luego he visto a mis amigas agarradas por hombres para violarlas y vi en ellas la misma mirada. No es la mirada de la cultura, es la de un cuerpo que quiere vivir.

Ha sido comparada con Jean Genet. Usted explica cómo roba pequeñas cantidades de dinero a los clientes, no la cartera.

Lo que se dice de nosotras es que somos peligrosas, ladronas, que todas estamos enfermas de algo, venéreo o lo que sea, que somos peleonas, nos agarramos de los pelos en la calle, golpeamos a un cliente que quiere abusar de nosotras… Yo debía escribir nuestra maldad, que es esa: si cobras 50 pesos al cliente, le robas 20, la propina. No le digo que esté mal, al contrario, se lo merecían enormement­e, no es un delito, es una justicia muy salvaje, si quiere.

Tenía que venir a Barcelona, como primer paso de su gira europea, y el coronaviru­s lo impidió.

¿Sabe que yo tengo dos grandes amores en Barcelona? Este año iba en mayo, sí, y habría provocado dos divorcios. Tengo una relación muy estrecha con Barcelona... y esos dos divorcios pendientes que voy a desencaden­ar.

¿Cuáles son sus referentes?

La primera es Marguerite Duras, que dice una cosa bellísima: no hay escritura sin indecencia. Luego, la poeta estadounid­ense Sharon Olds, imprescind­ible. Y amo a Svetlana Aleksievic­h. García Márquez entró en mi adolescenc­ia, a los 12 años, debo de haber aprendido un poco con él. Las cartas de Frida Kahlo me abrieron una puerta. Y un poco Carson Mccullers y otras americanas. Esas serían mis maestras... junto con las travestis del parque.

BASADO EN HECHOS REALES “Tomo mis experienci­as como prostituta en el parque y añado mi imaginació­n retorcida”

PUNTO DE VISTA

“Me indigna cuando me dicen ‘pobrecita’, lo que más había entre nosotras eran risas”

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TUSQUETS

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