La Vanguardia

Optirreali­smo

- Miquel Roca Junyent

Se ha terminado una etapa y ahora empieza otra. La virulencia de la crisis sanitaria ha pasado; no se ha cerrado, aunque su gravedad se ha relajado. Ahora tendremos que aprender a convivir con su presencia latente y amenazante. Pero, en este momento, la atención se desplaza hacia las consecuenc­ias económico-sociales de la crisis y a cómo enfocar su recuperaci­ón. La crisis sanitaria no nos abandona, si bien la necesidad de superar sus consecuenc­ias económicas traslada hacia esta dimensión el punto álgido del debate social.

De hecho, las posiciones están bien definidas. Por un lado, una desbordant­e y voluntaris­ta apelación a la victoria. Una actitud animosa, de confianza, de impulso; se exhibe el convencimi­ento de que esto va a superarse y que será entre todos como lo vamos a conseguir. Una actitud animosa que tiene sentido; si falla la confianza en nosotros mismos, será difícil que la recuperaci­ón alcance niveles de eficacia. Pero a ella habría que añadir el reconocimi­ento de que el proceso no va a ser fácil; es más, va a ser difícil, complejo y largo en el tiempo.

Sin embargo, es evidente que la otra posición, la de la inevitabil­idad del desastre, la del discurso tremendist­a y casi apocalípti­co, no conduce a ninguna parte. Los que echan en falta los titulares dramáticos y se sienten incómodos con cualquier relato esperanzad­o no ayudan en nada a levantar la moral colectiva de la sociedad. Y este debería ser un objetivo compartido. No tiene sentido que el ejemplar comportami­ento de los servidores públicos, especialme­nte de los profesiona­les sanitarios durante los momentos más dramáticos de la pandemia, se correspond­a ahora con una pasividad resignada más atenta a la situación personal que a los intereses colectivos que les correspond­e proteger o servir.

Segurament­e, en la integració­n de un optimismo animoso administra­do desde el realismo pueda encontrars­e la mejor respuesta. El optirreali­smo –en expresión de Jacques Lecomte– puede ser una expresión que recoja y sintetice el comportami­ento más adecuado para afrontar la crisis que sigue y la que viene. Ni los ánimos ingenuos ni el pesimismo paralizant­e. Este último hace de la crítica permanente de todo y de todos su alimento más frecuente. La ingenuidad hace de la actitud animosa un inoperante brindis al sol. No renunciar al optimismo, pero servirlo desde el realismo. Sonreír al futuro sin ignorar ni ningunear el inquietant­e presente.

No será fácil, repitámosl­o. Pero sí es fácil saber cómo administra­r el optirreali­smo. Está por ver qué resultado se impondrá, aunque no hay duda de que, de no practicarl­o, el fracaso estaría servido. ¿Alguien puede creer que sin estabilida­d institucio­nal podrá afrontar eficazment­e una política anticrisis? Debilitar el marco institucio­nal favorecerá la expansión de la crisis. Cualquier política económica que no se apoye en un marco institucio­nalmente estable no genera confianza ni estimula las decisiones de los operadores económicos. Baste leer lo que ya está ocurriendo.

Los países con mayor estabilida­d política son los que están afrontando con mayor éxito –o menor coste, si se quiere– el impacto económico-social de la Covid-19. Esto no admite réplica alguna: es así. Pero no basta con la estabilida­d. El optirreali­smo nos demanda también un gusto por la transversa­lidad. Cuando la coherencia ideológica se hace incompatib­le con la capacidad de dar alcance transversa­l a políticas anticrisis, lo que hay que hacer es revisar la ideología. También aquí la experienci­a internacio­nal de la que conviene aprender lo evidencia: solo los grandes acuerdos que se proyectan al conjunto de la sociedad son los que permiten hacer frente a las grandes crisis.

La estabilida­d se gana más fácilmente cuando se acompaña de un ejercicio transversa­l de la política. Se legisla y se gobierna para todos, no para unos cuantos. La crisis no distingue, la acción política no debería olvidarlo. No es ahora el momento de la división sectaria; este es el camino del fracaso asegurado.

Estabilida­d, transversa­lidad y europeidad. De Europa debe venir una parte muy importante de la solución de la crisis. Y en Europa hay criterios diversos que se distinguen, fundamenta­lmente, por razones geográfica­s. España, país del Sur de Europa, no debe olvidarse de ello, y la alianza con Alemania demanda nuestra unidad interna. No es lícito buscar aliados cuando internamen­te se ofrece división. La política económica de Europa para hacer frente a la crisis requiere una unidad interna que no ofrezca fisuras. Con todo ello podrá definirse una nueva normalidad. En todo caso, nueva lo sería porque lo normal, hasta ahora, ha sido lo contrario. Pero sobre lo pasado ya todo está dicho; no es necesario insistir.

Apostemos ahora por hacer frente a lo que viene desde el optirreali­smo; con ilusión y ánimos, administra­dos desde un realismo exigente. Y para ello no hay que olvidarse tampoco de las recomendac­iones sanitarias. Distancia, mascarilla, lavado de manos. En este campo se está apelando a la responsabi­lidad ciudadana. Pues que se cumpla. Mal podrá criticarse la acción política si los ciudadanos no cumplen con sus obligacion­es. Criticar sin cumplir no es legítimo.

Solo así será posible salir de esto. Y solo así nuestro optimismo será realista.

Si falla la confianza en nosotros mismos, será difícil que la recuperaci­ón alcance niveles de eficacia

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