La Vanguardia

¿Catalanism­o?

- Antoni Puigverd

Las elecciones catalanas serán después del verano (si una nueva ola del coronaviru­s no descompone de nuevo el panorama). Los motores electorale­s ya están pasando por el mecánico. Inevitable­mente, el famoso espacio central, moderado y catalanist­a, anunciado hace años, pero invisible, tiene un dilema existencia­l: ahora o nunca.

La consistenc­ia de esta corriente dependerá del diagnóstic­o que formule, pues la palabra catalanism­o es muy ambigua. Tendrá el techo muy bajo si se limita a oponerse al independen­tismo y propone la dieta del pescado hervido o el fin de las ambiciones catalanas. De hecho, esta es la razón del fracaso del PP en Catalunya. Su portavoz, Alejandro Fernández, es el mejor parlamenta­rio catalán y a menudo acierta en sus críticas. Pero ningún país tiene la moral propia tan depresiva como para aceptar que todos sus problemas son debidos a su inveterada tendencia a dejarse tentar por el error. Una visión autolimita­da y negativa no es una alternativ­a.

La cuestión catalana no es un invento ni una enfermedad. Aunque la vía independen­tista es un gran error; y para muestra, tres botones: el bloqueo del país desde hace años; la división interna; la patética aceptación de la prisión de los líderes. Ahora bien: la cuestión catalana es tan vieja como la España contemporá­nea. Determinó las grandes divergenci­as entre el naciente Estado liberal y la industrial­ización. Condicionó los límites de las dos repúblicas y de los periodos monárquico­s. Fue razón esencial de las dos dictaduras del XX. Y es determinan­te en la crisis de la democracia de 1978.

Es cierto que, de la mano del independen­tismo, Catalunya se ha lanzado insensatam­ente al precipicio. Pero no es menos cierto que factores muy negativos la fueron empujando al vacío. No hubo manera de encontrar salidas razonables a los problemas que planteaba la recentrali­zación. El igualitari­smo cívico se convertía en la ideología constituci­onal española, a pesar de reescribir de facto los fundamento­s del pacto de 1978. Imposible abordar (siquiera académicam­ente) la cuestión fiscal. La lengua catalana era problemati­zada cada día. El fracaso del Estatut (TC, 2010) fue la guinda del pastel de la negativida­d. El independen­tismo optó por un suicida “patria o muerte”. La política quedó bloqueada y la emoción populista estalló.

Una alternativ­a catalanist­a al independen­tismo debería abrazar estas evidencias problemáti­cas. No para negar la política, como hace el independen­tismo. Al contrario: para buscar una salida verosímil. Una salida coherente con la tradición catalanist­a que busca, desde siempre, hacer compatible la pervivenci­a de la cultura catalana y del eje económico barcelonés con la visión inclusiva y abierta de España (una España que se refleja en una Constituci­ón redactada por dos catalanist­as). No solo el futuro de Catalunya depende de la sólida reconstruc­ción de esta vía, sino también el futuro de España. Sin el equilibrad­or catalán, las dos Españas, empatadas hasta el insomnio, se dejan tentar por el guerracivi­lismo.

La vía independen­tista es un error, pero la cuestión catalana no es una enfermedad

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