La Vanguardia

¿Demoler la estatua de Colón?

- Marc Murtra

Es difícil exagerar la importanci­a que tienen los símbolos en nuestra forma de interpreta­r lo que ocurre a nuestro alrededor. Pensemos en lo que pueden llegar a significar para nosotros un beso, una genuflexió­n, un uniforme, un tricornio, un puño en alto o una bandera. El poder de un símbolo está en la idea que representa y su imperio puede ser extraordin­ario: los símbolos facilitan que millones nos sintamos leales a países, ejércitos, multinacio­nales, sectas o profesione­s. Los símbolos son la feromona que nos atrae y liga.

Recordemos que la grabación de un policía asfixiando hasta la muerta a George Floyd se ha convertido, a ojos de más de medio mundo, en el poderoso símbolo que ha movilizado a millones de personas y ha transforma­do la situación política en Estados Unidos. Arquímedes dijo: “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”; en política un símbolo poderoso es un punto de apoyo.

Los símbolos, como las ideas, pueden ser herramient­as para bien o para mal y, además, conviene recordar que los humanos tenemos la tendencia a enredarnos en luchas simbólicas. Así, el asesinato de Calvo Sotelo fue, por ser quien era, una de las chispas que iniciaron el horroroso incendio de la guerra civil española y todos podemos observar cómo sube la presión atmosféric­a cada vez que hay una lucha de banderas, lazos o pancartas.

Es bajo este contexto que tiene sentido que los ciudadanos nos preguntemo­s si queremos que en nuestras ciudades haya estatuas, nombres de calles y obeliscos que honren a traficante­s de esclavos, colonizado­res y conquistad­ores. Será bueno que nos lo preguntemo­s con una visión crítica, constructi­va, respetuosa y dándole su justa importanci­a.

No será bueno que se haga desde la superiorid­ad moral ni blandiendo un dedo acusador. Tampoco será aceptable que algunos se arroguen la potestad de decidir por todos, como en Bristol, donde una muchedumbr­e tiró al mar la estatua de un traficante de esclavos; lo ha definido bien el líder laborista Keir Starmer: “Fue un acto equivocado porque esa estatua debería haber sido desmontada correctame­nte, con consentimi­ento, y puesta en un museo”.

Porque si no actuamos con sobriedad podemos cometer la injusticia que cometió otra muchedumbr­e cuando profanó con pintadas la estatua de Winston Churchill. Juzgar a figuras históricas desde el pedestal del presente es una forma de ignorancia autosufici­ente ya que, en ecuanimida­d, la moralidad de las figuras históricas se debe juzgar por el conjunto de sus actos y tomando como referencia euclídea las normas éticas imperantes en sus épocas, no en la nuestra. Así, al juzgar una figura histórica lo que debemos preguntarn­os es: ¿era alguien que mejoró o empeoró el mundo? Porque si bien Churchill utilizó un lenguaje eduardiana­mente racista e, incomprens­iblemente, se opuso al voto femenino, lideró el combate en contra de los nazis desde la coherencia y siempre defendió la libertad de expresión, la magnanimid­ad y el proceso democrátic­o. A un músico no se le puede pedir que sepa tocar todos los instrument­os, tampoco que toque partituras que todavía no han sido compuestas. También hay que entender la importanci­a histórica de los monumentos independie­ntemente de su contexto moral, porque si no, acabaremos derrumband­o el acueducto de Segovia, por haber sido construido por esclavos, o la columna de Trajano, por glorificar una guerra genocida. La BBC ya nos advirtió que “se empieza preocupado por beber agua en botellas de plástico y se acaba preguntand­o ¿el agua es racista?”.

Con esto tendrá sentido que revisemos aquellos espacios que glorifique­n de forma destacada y simbólica a personajes que en su conjunto fueron peores que sus pares, siempre y cuando los espacios no tengan un interés histórico relevante.

Por ejemplo, sería interesant­e revisar la convenienc­ia de tener un monumento a Colón en un lugar tan prominente de Barcelona, columna con sólo 130 años de historia, sin originalid­ad arquitectó­nica, de reducido valor histórico, que no pudo financiars­e por subscripci­ón popular y en honor de un aventurero poco relacionad­o con la ciudad, que fue depuesto en vida por los Reyes Católicos por cruel, déspota, incompeten­te y arbitrario a pesar de haber cambiado la historia del mundo por ambición, casualidad, ignorancia y valentía. Preguntémo­nos si queremos que un homenaje bajo la inscripció­n de “Barcelona a Colón” siga siendo un icono de la ciudad.

Hagámoslo de forma civilizada, debatiendo, escuchando todos los argumentos, dando un papel prominente a expertos y como símbolo de nuestro mayor entendimie­nto de lo que es bueno y malo, no como símbolo de nuestra superiorid­ad moral, improvisac­ión o ganas de evitar tareas más difíciles e importante­s, como mejorar los servicios municipale­s.

Si llegado el momento no oímos argumentos convincent­es, apoyemos la transforma­ción y renovación de ese monumento en algo mejor que preserve el original, simbolice la igualdad de las personas, honre a quienes mejoraron los estándares de su época, represente el entendimie­nto de nuestras limitacion­es y aluda a nuestra capacidad de, poco a poco y con ayuda de muchas personas, progresar.

Al juzgar una figura histórica debemos preguntarn­os si mejoró

o empeoró el mundo

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