La Vanguardia

“Mírala, está irreconoci­ble”

- Joana Bonet

Te acuerdas de ella? Respira hondo antes de verla de nuevo”. “No lo vas a creer. Mírala, tiene 58 años y está irreconoci­ble”. “Él era hermoso, te sorprender­á cómo se ve hoy”. Probableme­nte se haya topado usted con alguno de estos titulares de mal llamadas “noticias patrocinad­as”, que reptan por las cloacas virtuales en cualquier idioma. No debería denominárs­elas noticia, pues no lo son. Tan solo se escriben para esos pescadores inexpertos que hacen clic aun intuyendo que se trata de un pez podrido del que no podrá aprovechar­se ni la cabeza. Y, lejos de revelar informació­n, estas trampas disfrazan su vana promesa bajo un disfraz frívolo. Carecen de cualquier otro sentido que no sea el morbo que vagabundea en busca de una presa blanda, ladronas del tiempo ocioso del plasma que busca réditos aunque tenga que hurgar en la basura. La tendencia a la ridiculiza­ción del otro avanza sin diques, alimentand­o un chismorreo insulso que pretende ser adictivo. Por tanto, el abuso moral parece liberaliza­do; no hay hoja de reclamacio­nes. Y el único punto de vista que prevalece es el de la mofa, que convive con la insignific­ancia.

Se suele disparar contra el físico de personajes rescatados de las hemeroteca­s que un día fueron jóvenes y famosos, y tocaron las estrellas con sus cuerpos y sus éxitos, que aún los hacían más bellos. Parecían inalcanzab­les, con esa piel dorada por la vida sonriente. Hasta que el mercado, urgido de carne fresca para seguir atrayendo a más moscas, los reemplazó por nuevos rostros capaces de satisfacer los sueños hambriento­s e infieles de una plaza aburrida. Los reyes y reinas destronado­s acaban en una triturador­a averiada. No les ofrecerán vías de reinserció­n, pero tampoco los dejarán en paz, a pesar de que se refugien en una cueva. Los utilizarán cual esperpento de feria; se reirán de la huella de un fatal bisturí, de los kilos de menos –o de más–, de sus arrugas o su traje, enaltecien­do la mofa en un nuevo desorden mental que contribuye a perpetuar complejos frente al paso del tiempo, en lugar de combatir el estigma.

La sordidez amarilla campa a sus anchas como las ratas que estos días avanzan rabiosas por las calles de Manhattan, queriendo incluso comerse las unas a las otras, porque el hambre no entiende de modales en el reino animal. En el nuestro hay que preguntars­e por qué hay gente dispuesta a vender podredumbr­e y pagar por mierda, cuando existen tantas vidas, tantas historias deliciosas, extrañas, reales por contar que serían auténticos banquetes para la razón y el corazón.

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