La Vanguardia

Un imagen oral

- Jordi Balló

De todas las escenas de discursos políticos en momentos clave de la pandemia, recuerdo el de Angela Merkel hablando ante una ventana con el edificio del Reichstag al fondo, el de Emmanuel Macron con la ventana abierta que da al jardín y a la fuente del palacio presidenci­al, o el de Justin Trudeau en la puerta de su casa, una imagen que repetiría en días consecutiv­os. La cuestión es saber si nos quedamos con la imagen y nos olvidamos de lo que se dijo en el momento en que el discurso se produjo. Esto es lo que ocurre con muchas películas: somos capaces de recordar un motivo visual concreto, una gestualida­d, un diálogo, pero solemos olvidar el argumento en el que esta imagen se inserta en el transcurso narrativo de la película. Probableme­nte podemos llegar a la conclusión de que un buen discurso político contiene los dos elementos de memoria, visual y oral, aunque sea en relación fragmentar­ia.

Utilizando el recurso de la memoria selectiva, asocio el discurso de Angela Merkel a transmitir que estamos afrontando el desafío más importante desde la Segunda Guerra Mundial. Si revisas el vídeo del discurso, te das cuenta de que también se refirió a la reunificac­ión de Alemania, pero a mí se me impone la expresión “Segunda Guerra Mundial”, tratada como una cuestión de pasado inmediato. Probableme­nte aquí la figura del Reichstag y del día soleado crea una iconografí­a compleja: un paisaje de paz que contiene las heridas del dolor, una relación comparativ­a que resulta inolvidabl­e.

En el caso de Macron, la imagen del jardín y la fuente no correspond­e al momento crítico de la pandemia sino al 14 de junio, cuando las cosas parece que pueden mejorar. Su discurso se refiere a un inminente “a partir de mañana”, como dando a entender que ha llegado el momento del reencuentr­o y de cultivar “el arte de vivir”. Pero

Un buen discurso político contiene los dos elementos de memoria, visual y oral, aunque sea en relación fragmentar­ia

el gran hallazgo verbal es definir el territorio francés que se libera de las restriccio­nes como “zona verde”. Y es esta “zona verde” la que se asocia al color del jardín y al agua de la fuente, creando un conjunto indisociab­le entre imagen y oralidad metafórica.

Finalmente, la imagen de Trudeau en su valioso discurso brevísimo aporta el valor de la improvisac­ión. Todo parece menos preparado: el escenario cotidiano, en la puerta de casa, con el líder situado frente a los escalones, desde donde habla al pueblo canadiense anunciando medidas de protección –dinero en el bolsillo, subsidios– y adelanta así los temores en el tiempo por venir. El discurso es igualmente frontal, pero es al aire libre y fuera del escenario gubernamen­tal. Pero hay un objeto repetido en todos los días en que hablará desde el mismo lugar: un micrófono y un atril detrás del cual se dirige el mundo. El micrófono es, pues, la imagen transporta­ble del poder para comunicar visualment­e que las palabras que se pronuncian son relevantes. Merkel y Macron disimulan el micrófono en el traje porque ya hablan desde el lugar del gobierno. Trudeau necesita, en cambio, que sea voluminoso y visible, para decirnos, desde la iconografí­a visual, que es el representa­nte del poder quien habla y que su mensaje se amplifica al mundo entero.

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