Noche de petardos
Un chispazo de Rakitic hizo más ruido que la reaparición del desconectado tridente
Anárquicamente se sucedían los petardos, cohetes, truenos y castillos de fuegos en la noche barcelonesa, como en todas las poblaciones catalanas y de la geografía sanjuanera mediterránea. Pero en el Camp Nou costó ver al menos una piula (NDR: petardo pequeño y de poca potencia).
Contagiado del frío escénico del templo blaugrana vacío, el Barça se abonó a la indolencia. Esa apatía contagiosa, esa pachorra aborrecedora, que invita al culé más acérrimo a dar rienda suelta a su pereza para desconectarse de la pantalla, y levantarse a otro menester más sustancioso como picar un trozo de coca o amorrarse al cava.
Y eso que ayer, en la noche de San Juan, se prometía traca de las gordas, un rompetochos de los de antes: el regreso, seis meses después, del tridente GSM, o MSG. No confundir con las siglas del glutamato monosódico. Aunque, visto el resultado de la combinación de Messi, Suárez y Griezmann, bien parecía que el tridente blaugrana tenía los mismos efectos que el nocivo aditivo: engaña a nuestro cuerpo haciéndole creer que la comida sabe mejor, pero su aportación nutritiva es nula y contamina el organismo con un alto contenido de grasas y química.
La sociedad que forman el argentino, el uruguayo y el francés se demostró más limitada y anónima que cooperativa. Por primera vez en la era Setién –en 12 jornadas– lucían juntos de inicio los tres cracks, que hasta la fecha, por la lesión de Luisito, no habían podido jugar a la vez. Su último partido de Liga conjunto fue en Cornellà (2-2), el 4 de enero. Luego el uruguayo se rompería en la Supercopa saudí y desapareció hasta su regreso en Palma.
Después de coger ritmo Suárez en los tres encuentros post-reanudación, el técnico se atrevió a combinarlos de entrada en un tridente amorfo. Por galones y capacidad creativa, Messi se instalaba por detrás con libertad de acción; Griezmann, en su línea, deambulaba por la izquierda; y Suárez entraba por la derecha. Más que un tridente era un embudo de diseño: todo flujo se embotellaba por el centro.
Pese a ello, era una invitación a la esperanza del sufrido culé en fase ya depresiva tras dejarse el liderato en Sevilla. Confiaba en los fogonazos que había ofrecido el trío en la primera parte de la Liga, en la era Valverde. Sin ser una maravilla, con ellos tres juntos de inicio (11 partidos), el Barça había ganado 6 veces, perdido 2 y empatado 3. Para ilusionarse... al menos un poco.
Las conexiones entre los tres fueron escasas. Messi sirvió para que Suárez enviase un tiro desviado a los 14 minutos; instantes después el uruguayo, sin la velocidad requerida, no llegaba a otro pase del argentino; y a los 22, Luisito llegaba forzado a otro servicio de Leo que quedó en nada. Y a Griezmann, pese a moverse y desmarcarse, no lo encontraban. Bueno, una vez sí, en el minuto 53, cuando Messi le asistió para que el francés estrellase el balón en Unai. Una bombeta, ese petardito inofensivo que tiran los niños...
Así se fundió Griezmann, sustituido por Ansu Fati, que junto a Rakitic y Puig aportaron pólvora seca, de la buena, y el Barça, por fin, estalló. Aunque el culé tuvo que esperar más de 70 minutos a que el croata –otro de los que están más fuera que dentro– se redimiese con un gol que da vida a un equipo que no explota.
QUIQUE SETIÉN
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La primera parte era mejorable; en la segunda la entrada de Fati y Puig nos dio más dinamismo y posesiones más largas”