La Vanguardia

La rebelión de la naturaleza

- Màrius Carol

El historiado­r Hippolyte Taine escribió en el siglo XIX, cuando viajar era un lujo, que había seis tipos de turistas. El primero viaja por el placer de desplazars­e y lo que más le gusta es contar la distancia recorrida. El segundo sale con una guía de viajes de la que no se separa nunca (come lo que le sugieren en ellas y discute si el precio no es el referido). El tercero se mueve en grupo con su familia, evita comidas desconocid­as y su interés es no gastar demasiado. El cuarto tiene como único objetivo comer. El quinto está formado por cazadores que buscan objetos especiales, antigüedad­es únicas y ágapes opíparos. Finalmente, hay quienes “contemplan las montañas desde la ventana del hotel, echan una siesta placentera y leen el periódico holgazanea­ndo en un sillón, para decir después que han visto los Pirineos”.

Estas páginas escritas hace casi un siglo y medio no han perdido validez. La clasificac­ión de los viajeros que podríamos hacer es parecida, menos en el caso de los cazadores que han dejado de ser un colectivo de turistas clasificab­les. Yo confieso que estaría más cerca del último grupo: me gusta más contemplar el paisaje que subir montañas. Y si es con un diario en la mano y sentado en una hamaca, me parece el mayor de los placeres.

Mi código genético es el de un urbanita, que siente que la ciudad le protege y le acompaña. Yo no hubiera escrito que “la vida es un viaje continuo”, como hizo Vincent Le Blanc, nacido en Marsella en 1554, que se hizo a la mar a los catorce años y no regresó hasta los setenta.

Tras haber visitado los cinco continente­s, acabó conociendo una mujer en Brasil, pero el descubrimi­ento acabó convirtién­dose en una pesadilla. Los viajes tienen riesgos. Sobre él habla Theodore Zeldin, profesor de Oxford que escribió una Historia íntima de la humanidad, donde nos aclara: “Viajar se hizo un arte cuando las sorpresas se convirtier­on en ventajas”.

Tras cien días metidos en esta burbuja llamada estado de alarma, llega el momento de volver a sentirse turista. Con cambios en la manera de viajar, de alojarse en los hoteles, de sentarse en los restaurant­es o de visitar los museos. En su obra, Zeldin explica que un psiquiatra moderno diría que el viaje revela los miedos ocultos.temores que con la Covid-19 acechando son más, obligan a estar vigilantes y ser cautelosos. “Sin embargo, la liberación de los propios miedos solo puede constituir la mitad del objetivo de un viaje; luego llega el descubrimi­ento de amigos inesperado­s”.

Me emociona pensar que pronto estaré contemplan­do los bosques de los Pirineos. Y volveré a ser consciente de que los primeros árboles surgieron en la Tierra hace 300 millones de años y que para que nazca una planta son precisos procesos como la absorción de minerales, la disposició­n de las células, la extensión de capas protectora­s, la formación de vasos conductore­s y, finalmente, la pigmentaci­ón. No soy un modelo de viajero, pero siento más que nunca la necesidad de confundirm­e con el paisaje. Temo que la Covid-19 sea la rebelión de la naturaleza ante el estrés a la que la hemos sometido. Seré cuidadoso.

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