La Vanguardia

El catalanism­o que viene

- Álex Sàlmon

Debate casero entre amigos. Pregunto al sector más independen­tista qué piensa de las dos renovadas propuestas catalanist­as que hay en el mercado político: Units per Avançar y el Partit Nacionalis­ta de Catalunya (PNC). El que aparenta tener las ideas más claras salta de inmediato como para situar la conversaci­ón: “¡Un fracaso; el pasado!”. ¿Y entonces?, interpelo. “Tenemos que irnos de España ya”, afirma con seguridad. ¿Otro 1 de octubre?, pregunto con cierta retórica. “Una DUI es la solución”. Entonces, con ánimos de explorar y profundiza­r algo más, cuestiono en voz alta si aquello no fue un fracaso pasado. Cito los dos términos que el interlocut­or ha utilizado: fracaso y pasado. Se produce un silencio de unos segundos largos hasta que el sonido se recompone, la conversaci­ón vuelve a un cauce normal y comienza el habitual debate coral que ustedes ya deben conocer.

No se trata de entrar a valorar esta conversaci­ón de amigos que acabó, como siempre, entre risas y conversaci­ones estivales. La cuestión era mesurar hasta qué punto los dos años y medio de consulta, juicio, sentencia y prisión de los líderes independen­tistas, y la frustració­n de todo ello en el nacionalis­mo más pragmático ha resituado la impresión política de ese perfil de votante.

Lo cierto es que las dudas son las que prevalecen. Y no me refiero a aquellos interlocut­ores que tienen muy claro el destino evidente de Catalunya. Y más si el debate está

Describo al votante no adscrito, amigo de aquello que considera interesant­e pero crítico

liderado por alguno de los simpatizan­tes de las organizaci­ones conocidas como la ANC u Òmnium. Describo al votante no adscrito, amigo de aquello que considera interesant­e pero crítico cuando es menester ser mordaz. El votante que ha entendido que la independen­cia solo será a través de un cauce legal y pactado. Puede que difícil, pero legal y pactado.

Es en este escenario donde el catalanism­o de antes, aquel que prefería pactos pragmático­s y cuantifica­dos antes que festivales consultivo­s que tan buenos réditos ha dejado a los que supieron bailar los ritmos de moda, está dispuesto a construir un discurso aunque sin tener claro si el momento irá a favor.

Marta Pascal, Albert Batlle, Ramon Espadaler, Carles Campuzano –los cito mezclados para liarlo algo más– esperan el momento porque es evidente que el país y sus votantes reclamarán en algún momento, a saber, una propuesta electoral parecida a la suya.

Va en la herencia del país. Todavía hay que estudiar en profundida­d si las debilidade­s independen­tistas de los últimos años han estado inspiradas en la necesidad de romper con España o en la falta de otras propuestas ilusionant­es. Y una propuesta que se basa en una carencia siempre es dudosa.

El reto del catalanism­o moderno es profundo. Pujol lo tuvo más fácil. La dictadura construyó un anhelo que muchos catalanes llevaron interioriz­ado más de 40 años. El de ahora crece desde la necesidad de encontrar caminos sensatos. Para ese catalanism­o, la vía escocesa es una solución. Eso es negociació­n y pacto. Claudicar es una acción que no satisface.

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