La Vanguardia

Leyendo ‘El Decamerón’

- Eulàlia Solé

Como es sabido, Boccaccio se inspiró en la peste bubónica de 1348 en Florencia para escribir su obra más renombrada, El Decamerón, compuesta por cien cuentos narrados por diez personajes de ficción. Siete mujeres y tres hombres que huyen de la plaga y se refugian en una mansión en las afueras de la ciudad. Confinados hace 672 años como nosotros lo hemos estado en este siglo XXI. A nuestra disposició­n hemos tenido distraccio­nes varias, desde libros hasta la tecnología de nuestra época, mientras que aquellos jóvenes hallaron la mayor diversión en el ingenio de cada cual para contar historias.

No podía adivinar Boccaccio que, largo tiempo después, la lectura de sus relatos podría ser un lenitivo para gente que, como aquellos florentino­s, viviría angustiada por una calamidad. Píos y suaves como el canto gregoriano, ni el erotismo ni la irreverenc­ia se hallan ausentes de sus páginas.

Así ocurre cuando, paseando, un monje joven se tropieza con una moza que despierta su concupisce­ncia hasta el punto de conducirla a hurtadilla­s a su celda. Con tanta algazara retozan que se despierta el abad, y al notar el fraile que ha sido descubiert­o se escabulle dejando sola a la moza. Irrumpe en la celda el abad y siente “no menos estímulos carnales que su joven monje”. Persuadien­do a la chica de que le dé placer se dice: “Paréceme sesudo aprovechar­me del bien que Dios Nuestro Señor me manda”. Llamado a capítulo el monje al día siguiente, intuye el abad que aquel sabe lo ocurrido, y, avergonzán­dose de castigarlo por lo mismo que él merecería, le perdona. Y los dos, “honestamen­te, hicieron salir a la moza y aun debe creerse que otras veces la hicieran regresar”.

Y cabe citar el lance de un cándido mercader que yendo de camino pone confianza en unos bandidos, a los cuales confiesa que cada mañana impetra a san Julián que le conceda buen día y buena noche. Viéndose al cabo robado, en camisa y objeto de burla a medianoche, recurre a la villa de una bella viuda que al socorrerle lo halla tan seductor que no duda en acogerlo en su lecho. Nunca san Julián le había otorgado mejor noche.

Lectura en la cama, libro cerrado tras cada narración, sosiego, sueño que viene con la sonrisa en los labios contra el coronaviru­s, tal como debería de venirles a los jóvenes protegidos de la peste en aquel siglo XIV.

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