La Vanguardia

Los falsos atletas

- Clara Sanchis Mira

Después de muchos días de encierro, las calles se llenaron de falsos atletas. Fue una fiebre deportiva. La gente salió a correr a cielo abierto. Los verdaderos corredores elegantes se cruzaban extrañados con impostores que trotaban con la lengua fuera y el chándal corto de mangas. O largo de pierna. Deportista­s como de tienda de disfraces. Pero un tobillo no es cualquier cosa, y más de uno chupó asfalto. Ahora las clínicas de fisioterap­ia están a rebosar. No solo de falsos corredores, también abundan los deportista­s farsantes de interior. Personas más sedentaria­s que un ficus que, de la noche a la mañana, se pusieron a hacer cabriolas gimnástica­s en casa, con manuales rápidos –ponte en forma en diez minutos–. Sentadilla­s, saltos, flexiones, remos con briks de leche. Hay gente que se ha caído redonda en su salón. Una rodilla no es cualquier cosa.

La rodilla es la articulaci­ón más complicada del cuerpo humano, ni te imaginas lo que hay ahí dentro. Me lo dice la joven fisioterap­euta de una pequeña clínica, los segundos que logro retenerla antes de que vuelva a corretear pasillo abajo. Me preocupa su rodilla. Está ella sola para atendernos a todos, no logro sonsacarle por qué. Los lesionados se le acumulan apoyados por las paredes. ¿Dónde están los demás trabajador­es?, ¿no habrá llegado el momento de recuperar la plantilla y sacarla del ERTE? Estarás agotada, digo para tirarle de la lengua. Pero ha volado a responder el teléfono de recepción que no para de sonar, después de dejarme enchufada en un aparato misterioso. Luego correrá a dar un masaje exprés al tipo que espera en la camilla del fondo –sana en diez minutos–, pasando antes por la sala contigua para colocar a otro en la máquina que quede libre, mientras frota con un trapo que huele a lejía todo lo que se le pone por delante con la mano que le queda libre.

Los pacientes esperamos con resignació­n que nos toque la vez para algo. Lo que ella quiera. No importa. Yo por ejemplo estoy echando la tarde con medio cuerpo metido en una especie de cilindro nada interesant­e. Un tubo muerto que supuestame­nte hace algo relacionad­o con unos campos magnéticos, pero que yo juraría que en realidad le sirve a la fisioterap­euta telefonist­a limpiadora para ganar tiempo. Los pacientes apoyamos la cabeza y vemos de reojo las carreras de la empleada explotada que suda detrás de la mascarilla, sin saber muy bien en qué zona de nuestro pensamient­o colocar la cadena de cosas que ha llevado a esta joven a trabajar por tres.

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