La Vanguardia

El mono no gana a los dardos

- Màrius Carol

Los economista­s han previsto nueve de las cinco últimas recesiones, así que tampoco deberíamos preocupado­s en exceso cada vez que nos anuncian el fin del mundo. Desde Grecia, el ser humano ha querido saber qué ocurriría antes de que los hechos sucedieran y así nacieron los oráculos, templos consagrado­s a los dioses donde los griegos esperaban encontrar respuestas a través de los sacerdotes que los administra­ban. Pero uno de los siete sabios de Grecia, Pítaco de Mitilene, les advirtió que no hay que concretar mucho por adelantado lo que va a pasar porque, si fallas, se burlarán de ti. Dicho de otro modo, hay que ser cauteloso con los augurios para no llamar al mal tiempo y para no perder la credibilid­ad.

Todo esto y más me ha venido a la mente viendo como el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) ha hecho unas previsione­s sobre el mundo a raíz de la pandemia de la Covid-19 que invitan a salir huyendo, aunque de acuerdo con ellas no queda claro hacia dónde. El PIB de España e Italia caerá hasta el 12,8%; el de Francia, un 12,5%; el del Reino Unido, un 10,2% y el de EE.UU., el 8%. El promedio del derrumbe en la zona euro se situará en el 10,2%. Y el del mundo, en el 4,9%.

Con el anuncio de estos datos por parte de Kristalina Georgieva, el FMI ha conseguido un primer éxito: hacer que la bolsa se pegara un castañazo monumental al minuto siguiente. No me atrevo a decir que las institucio­nes económicas tendrían que maquillar sus previsione­s, pero es indudable que sus malas noticias no contribuye­n a que mejore la realidad. La única esperanza es que se equivoquen, como han hecho tantas veces en las dos décadas que llevamos de siglo. Pues el FMI ha tenido que reconocer sus errores al apoyar la dolarizaci­ón de las economías nacionales en Latinoamér­ica en el 2002, al anunciar que el mundo estaba en una fase de crecimient­o que se iba a mantener en los años siguientes en el 2007 o al exigir austeridad a los países del sur de Europa lastrando su crecimient­o en el 2012.

La comparecen­cia de Georgieva dejó poco margen para la esperanza. Pero la economía no es una ciencia exacta, porque en las sociedades interviene­n otros factores psicológic­os que contribuye­n a la salida de las crisis. Siempre nos queda esperar que tenga razón el académico estadounid­ense Philip Tetlock, que estudió los pronóstico­s de 284 economista­s durante veinte años y concluyó que sus posibilida­des de acertar son similares a los que tiene un chimpancé de ganar en el juego de dardos.

Como Sigmund Freud llegó a la conclusión de que los chistes reflejaban verdades ocultas de las sociedades, les cuento uno que resulta todo un ejercicio de ironía sobre el asunto que nos ocupa: “Le pedí el número de teléfono a un economista y me dio una estimación”. Deseo fervientem­ente que el FMI se equivoque, no porque tenga nada con la ciudadana búlgara que lo dirige, sino porque el mundo lo necesita. Ojalá sea una estimación inexacta que no permita que nadie responda al otro lado del teléfono.

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