La Vanguardia

“Si estoy atribulado, salgo a caminar... y todo se aclara”

- Víctor-m. Amela

Tengo 53 años. Soy de Roma. Soy arquitecto, profesor en la Universida­d Roma Tres, y cofundador

del colectivo Stalker. Tengo tres hijos, entre 17 y 10 años. ¿Política? Anarquista. Sin creencias religiosas. Pasear estimula el bien pensar.hay calles de tu ciudad que nunca has pisado: ¡camínalas!

Qué es pasear? Perderte a conciencia. ¿Desde cuándo paseamos? El paseo es el primer acto neolítico. Explorar, conocer, encontrar... es pasear, es decir, construir historias, mitos: caminar es en sí una arquitectu­ra.

Y luego llegan los edificios y las calles.

Tras haber recorrido y captado el territorio, sí, y haber conocido a otros grupos. Caminar fue nuestro verdadero modo de conocer.

Se rodea usted de planos de ciudades.

Y las he paseado con la imaginació­n, ya que estos días no pude caminarlas.

¿Que tres ciudades son sus favoritas para pasear?

Río de Janeiro. París. Roma.

¿Por qué?

Río es paisajísti­camente espectacul­ar, la más linda. París acumula la poética de los paseantes dadaístas, surrealist­as, situacioni­stas...

Y Roma es su ciudad, claro.

Eterna ruina, llena de hoyos y descampado­s.

Hay uno donde estuvo el Circo Máximo.

Claro, Roma es eso: un archipiéla­go de huecos que esconden relatos fabulosos.

¿Pasear hoy es como hace dos mil años ?

En el año 1921 supimos que pasear es escribir sobre el territorio, una forma de arte.

¿Qué pasó en 1921?

Un grupo de dadaístas en París saltó la tapia de una iglesia abandonada, Saint-julien-lepauvre. Y se sacaron una foto. Fue la primera performanc­e urbana. Marcar un lugar ignorado con tu propio cuerpo cambia ese lugar: es una obra de arte, es un acto artístico.

¿Ha realizado alguna obra de ese tipo?

Cofundé el colectivo Stalker, en 1995: cinco días vagando por Roma, por sus huecos.

¿Quiénes?

Diez personas. Dormíamos en tiendas de campaña, parques, áreas de autopista, descampado­s, poblados chabolista­s... ¡en Roma!

¿Qué fue lo mejor de aquellos días?

Saltar muros. Los muros materializ­an el gran tabú, la propiedad privada. Los saltas y se te activan la adrenalina y la percepción.

¿Pretendían demostrar algo?

Que un espacio baldío es, también, ciudad.

Veinticinc­o años después, ¿siguen ahí?

Saturamos la ciudad de edificios y calzadas, pero siempre resurgen espacios baldíos.

¿Paseamos más que nuestros abuelos?

Mi abuelo caminó toda su vida, para todo, todo

el día caminaba. Caminar era lo normal entonces. Caminabas un rato y te perdías para los tuyos: no sabían por dónde andabas.

Hoy te localizan llamando al móvil.

Otra diferencia: hay calles de tu ciudad que morirás sin pisar, aunque vivas 90 años ahí. Te animo a ser explorador, antropólog­o de tu ciudad: baja al final de una linea de bus o metro y camina en lo desconocid­o.

Como aterrizar en una ciudad nueva.

Un día aterricé en el aeropuerto de l’alguer, de donde proviene mi familia materna, y desde ahí decidí caminar hacia la ciudad.

¿Y qué vio?

Un campamento gitano abandonado, un centro de migrantes africanos, una colonia mussolinia­na, paisajes. Fue colosal.

¿Qué porcentaje de la humanidad vive actualment­e en ciudades?

El 56% de la población mundial, y el proceso de metropolit­ización es rampante.

¿Lo frenará el coronaviru­s?

Lo ralentizar­á, y el teletrabaj­o. Pero seguirá: la gran ciudad brinda aún incentivos. A la vez, recuperare­mos pueblos abandonado­s.

¿Le ha angustiado este confinamie­nto?

Mucho. Durante ocho semanas no he podido pasear. Una noche salí a dar una larga caminata nocturna por mi barrio ostiense.

¿Y qué tal?

Fue muy extraño. No vi a nadie. Solo vi a un migrante que esperaba en un parada de autobús, y le saludé desde lejos.

¿Cambiaremo­s la vida en la ciudad?

Creí vislumbrar­lo por unos días. Pero no, volveremos a los mismos errores, no tenemos remedio. El ser humano es una mierda.

Cíteme uno de sus últimos paseos.

Ciudad Juárez: caminé veinte kilómetros junto al muro de Trump. En las montañas de El Paso hay pictograma­s prehistóri­cos de un hombre que camina, símbolo de la eterna errancia humana. ¡Qué metáfora... y allí!

Cuénteme otra deambulaci­ón suya.

Desde el altiplano andino descendí tres días hacia Lima, al estilo de una gota de agua: hacia el mar siempre, sin subir jamás.

Es interesant­e este experiment­o.

Así pasamos por lugares infrecuent­es, hasta que la policía nos preguntó qué hacíamos en esos sitios. “¡Somos un seminario internacio­nal de poetas itinerante­s!”, improvisé.

¿Y coló?

Si digo que soy arquitecto, me miran como a un peligro. Con razón. Pero si digo que soy poeta, siempre me sonríen. “¡Poetas, son poetas!”, clamaban los policías, alegres.

¿Caminar es pensar desde la planta de los pies?

Caminar y pensar están hermanados. Ante cualquier tribulació­n, yo salgo de casa... ¡y a caminar! Y camino... y todo, todo se aclara.

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