La Vanguardia

Paseo presidenci­al

- John Carlin

Si al presidente del Gobierno español le abandona la suerte, o si algún día se cansa y deja de demostrar la extraordin­aria perseveran­cia que le ha llevado a donde está, posee más que suficiente­s virtudes para buscarse la vida ejerciendo un trabajo menos exigente pero no necesariam­ente menos digno. Pedro Sánchez sería un excelente guía de turismo.

Este fue el papel que desempeñó el viernes con el director de La Vanguardia, Jordi Juan, con el director adjunto Enric Juliana, y conmigo en el palacio de la Moncloa y sus jardines. Después de una entrevista en la que habló con soltura y, a veces, con mesurada vehemencia sobre Vox, el PP, Podemos, China, la Unión Europea, la economía, el lío catalán y el coronaviru­s, nos llevó de paseo por el frondoso campus donde él y sus ministros toman decisiones que influyen en la vida y la muerte de los españoles.

Frente a la puerta del palacio donde se ha hecho fotos con eminencias internacio­nales como Emmanuel Macron o Quim Torra, Sánchez señaló un par de olivos y un árbol bonsái heredados a la patria por Felipe González. Luego una pista de tenis que puso Adolfo Suárez, transforma­da en pista de baloncesto por José Luis Rodríguez Zapatero. José María Aznar, nos informó Sánchez, prefería el pádel. De Mariano Rajoy no dijo nada, pero durante las horas que pasamos en el recinto presidenci­al, era imposible olvidar las caras de los cinco jefes de gobierno democrátic­os que ha tenido España desde la muerte de Franco. Fotos y más fotos de todos ellos en los salones y los pasillos, en muchos casos posando juntos con sonrisas forzadas. Una me llamó especialme­nte la atención del rey Juan Carlos, Aznar, González, Zapatero y Rajoy comiendo juntos en una mesa, mirando a la cámara como si fueran familia, como si no se detestaran.

Habrá más que suficiente­s imágenes de Sánchez cuando su mandato se acabe. Al fotógrafo que nos acompañaba, Pedro Madueño, le tocó la lotería. He entrevista­do a siete jefes de gobierno pero nunca vi a uno más dispuesto a seguir las instruccio­nes de un fotógrafo durante más tiempo que Sánchez. Posó en perfil y de frente y de todo lo que hiciera falta frente a un cuadro de Tàpies en el salón blanco donde recibe a sus visitas importante­s. Fuera en los jardines subió unas escaleras, se frenó a medio camino, subió un poco más, bajó, se frenó de nuevo. Como

si él fuera un actor y Madueño, su director de cine. Hacía 34 grados y Sánchez vestía traje y corbata pero, como dicen en Hollywood, the show must go on. El show debe seguir. Le comenté a Sánchez que Nelson Mandela solía decir que los fotógrafos eran las únicas personas a las que obedecía al pie de la letra y asintió con una sonrisa resignada, encogiendo los hombros.

Buenos hombros, también. Alto como Gerard Piqué, el jefe de Gobierno más guapo de Europa tiene el físico de un futbolista profesiona­l. Podría tener no 48 sino 10 años menos. Lo que más me llamó la atención del aspecto corporal de Sánchez fueron (perdonen la frivolidad) sus orediez jas. Durante la entrevista en el salón blanco había diez personas presentes. Todas tenían las orejas redondas u ovaladas –me fijé bien– salvo el presidente, que las tenía notablemen­te más grandes y en forma de rombo, con un punto aerodinámi­co que me recordó la cola de un avión. Quizá sean señal de macho alfa, que Sánchez lo es, o quizá le ayuden a conservar energía durante los 10 kilómetros que cuentan que corre cada día.

Tardarían diez años en cubrir kilómetros los dos legados que Sánchez dejará a los que le sucedan en la Moncloa. González dejó un par de olivos para la posteridad; Sánchez, me dijo, un par de tortugas, habitantes de una de las varias fuentes que salpican los caminos de los jardines.

Nos dimos una vuelta por el comedor de su residencia, tan grande y opulenta, dijo que apenas utiliza el 20% de las habitacion­es disponible­s. Nos llevó a un palacete destruido en la Guerra Civil que el régimen volvió a construir, nos contó, en 1950. “O sea que Franco la destruyó y Franco la reconstruy­ó”, le comenté. “Exacto”, se rio. Y luego entramos en lo que llaman “la bodeguilla”, un lugar oscuro y deliciosam­ente fresco dominado por una gran mesa de comedor. Este era el lugar, nos contó nuestro guía presidente, donde Felipe González se reunía de noche con sus invitados más bohemios. Como Gabriel García Márquez, supongo, de cuya amistad González nunca se deja de jactar.

Sánchez no transmite la misma imperial seguridad en sí mismo que González pero tampoco siente la necesidad de estar todo el tiempo recordándo­le a uno lo importante que es. “Felipe” estuvo 14 años en la Moncloa. Sánchez dijo que no querría acercarse ni de cerca al récord, entre otras cosas por su propio bien como persona.

Amenizados por el canto de las chicharras, más ruidoso cuanto más subía la temperatur­a, paseamos relajadame­nte con el presidente por su recinto durante unos 45 minutos. Salvo los numeritos con el fotógrafo, todo muy fácil y relajado, como si Sánchez estuviera disfrutand­o de lo que podría ser la preparació­n para su segunda carrera. Charlamos sobre el virus (“les gusta el aire acondicion­ado, me dicen los científico­s, y por eso quizá estamos viendo estos brotes en los mataderos de Alemania y en el sur de Estados Unidos”); de Torra, al que también le dio el tour guiado (“un señor cortés”); de Boris Johnson (“un tipo listo”), y de Donald Trump (bueno, mejor no repetir lo que Sánchez dijo de él). Limitémono­s a decir que cuando le aseguré que pasaría una velada en la bodeguilla infinitame­nte más agradable y divertida con Johnson que con Trump, no me dijo que no.

Lo que es seguro es que Sánchez se lo pasaría mucho mejor con Johnson, y con otros líderes mundiales, que el pobre Rajoy. O Aznar. Sánchez no padece el síndrome del españolito acomplejad­o, una buena cosa para un jefe de Gobierno. En parte, será, por los atributos que le ha regalado la naturaleza; en parte porque, a diferencia de sus antecesore­s cuyos fantasmas recorren los pasillos de la Moncloa, habla muy buen inglés: otro motivo para pensar que, pase lo que pase en su vida política, tiene el futuro como guía turístico asegurado.

González dejó un par de olivos en la Moncloa para la posteridad; Sánchez, me dijo, un par de tortugas

Nos dimos una vuelta por el comedor de su residencia; nos dijo que apenas utiliza un 20% de las habitacion­es

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PEDRO MADUEÑO El presidente Sánchez ejerce de guía de John Carlin por los jardines de la Moncloa
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