La Vanguardia

¿Y qué ocurre con los faraones?

- Sílvia Colomé

La destrucció­n de estatuas es tan habitual a lo largo de la humanidad que podemos remontarno­s incluso hasta el antiguo Egipto. Esta civilizaci­ón, que nos ha legado tanto de nosotros mismos, vio cómo la representa­ción de ciertos faraones y sus nombres eran eliminados de la vía pública, los templos y las listas reales por razones políticas. Pero la trascenden­cia de estos actos tenía un calado mucho más profundo que en la actualidad. No solo suponía un castigo a sus actos en vida. Todavía era peor: los condenaba a no poder gozar de la tan ansiada eternidad. Para ellos, una persona revivía cuando alguien leía su nombre y su representa­ción física servía para que su ka , lo que equivaldrí­a a su energía vital, le reconocier­a para resucitar en el más allá. Un detalle para comprender esta cuestión: los egipcios, muy superstici­osos, evitaban llamar a la muerte por su nombre y usaban eufemismos como “se ha unido a su ka”.

La reina Hatshepsut, que sufrió la damnatio memoriae, es uno de los casos más relevantes de un faraón caído en desgracia. Otro: Akenatón, el hereje, que en su reforma religiosa monoteísta mandó aniquilar las imágenes del dios Amón (y controlar así al poderoso clero amoniano).

El gran Ramsés II, uno de los más longevos en el trono, fue más allá. Su afán por decorar el doble país con su imagen le llevó a usurpar la identidad de estatuas dedicadas a otros faraones. Solo hacían falta algunos retoques y el cambio del cartucho por el suyo. Protagonis­ta de campañas militares de expansión territoria­l, como también fue el caso de Tutmosis III, el Napoleón egipcio, se les conocen a ambos casos de prisionero­s de guerra convertido­s en esclavos. ¿Debemos llevar hasta tan lejos en el tiempo la condena de las estatuas? ¿Corremos el riesgo de perder nuestra memoria? Quizás la solución pase por formar ciudadanos críticos que sepan contextual­izar la historia y evitar repetir sus errores. Reivindica­r las humanidade­s. Aunque eso, ya sea por pereza o intereses, resulte más costoso que derribar estatuas.

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