La Vanguardia

No imiten a Macron

- Francesc-marc Álvaro

Emmanuel Macron apareció como la vacuna perfecta contra toda suerte de populismos a derecha e izquierda. Provocó entusiasmo­s. Todos querían ser como el francés, también aquí. Imposible resistirse al dulce encanto de una política que encarnaba, envuelta en celofán, una promesa elegante de racionalid­ad y equilibrio, todo aliñado con la sal de la transversa­lidad, superadora –se dijo– de los partidos. Un movimiento regenerado­r, aseado. Busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo. Ahora, Macron se ha pegado un tortazo de los que hacen época. El segundo turno de las municipale­s arroja unos pésimos resultados para el partido del presidente, la República en Marcha (LREM).

La periodista Anne Fulda explica cómo actuaba el niño prodigio que hoy duerme en el palacio del Elíseo cuando lo fichó David de Rothschild para su banco: “Ejerce su hechizo en todos y, pese a algunas zancadilla­s y pequeñas envidias naturales, consigue reunir tras su estela a jóvenes y no tan jóvenes; y lo hace mostrándos­e encantador con todos”. El hechizo. El tipo encantador.

La República que huele a Nenuco. Macron conectó y fue descrito como la gran esperanza europea. A la hora de la verdad, ha sido la canciller Merkel la que nos permite albergar esperanzas asequibles. Pero Merkel sí tiene un partido, una máquina que ejerce sobre cada palmo de la nación, con terminales en fábricas, escuelas, iglesias y asociacion­es vecinales. Lo serio, vaya.

El no-partido de Macron nos regala hoy una lección luminosa, tomen nota los que quieran ahorrarse el batacazo: la política es gente sobre el terreno, persistien­do durante mucho tiempo, a las duras y a las maduras, y fuera de los focos. Las redes sociales crean el espejismo de una implantaci­ón que, a la mínima de cambio, se volatiliza y queda en nada porque, en realidad, nunca trascendió la burbuja autorefere­ncial. Si un partido no cuenta con personas en barrios y pueblos, picando piedra, estamos ante un bluf. Por ejemplo, Cs en Catalunya.

No hay misterios, no hay milagros. Hay sudor y pisar hasta el último rincón de la comarca más recóndita. Sembrar. Michael Ignatieff, el canadiense que aspiró a primer ministro y perdió, lo resume de este modo: “Si internet sustituye a la política, desaparece­rá todo contraste con la realidad y no habrá ya ninguna ocasión para que un votante contemple en persona a un político y tome la decisión de confiar en él o no, de creerle o no”. El profesor lo remata así: “La política tiene que seguir siendo algo corpóreo porque la confianza es corpórea”.

Si un partido no tiene personas en barrios y pueblos, picando piedra,

estamos ante un bluf

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