La Vanguardia

Foucault y sus sombras (y XIII)

- Josep Maria Ruiz Simon

Foucault anunció su curso en el Collège de France de 19781979 como un curso sobre el nacimiento de la biopolític­a. Pero, leyendo las lecciones, se puede comprobar que ni aquel parto ni esta criatura tuvieron el tipo de protagonis­mo que el título hacía prever. Como hemos visto en las entregas anteriores, el personaje que acapara las escenas del curso es el neoliberal­ismo. Y no faltan los intérprete­s cualificad­os que consideran que, con la conversión del neoliberal­ismo en racionalid­ad hegemónica, la biopolític­a llega a su fin.

Foucault entendía la biopolític­a como una manera de racionaliz­ar los problemas que algunos fenómenos propios de la población pensada como un conjunto de seres vivientes (como la salud, la higiene, la longevidad, la seguridad social, etcétera) plantean a las practicas gubernamen­tales. Y, en la medida que el neoliberal­ismo propugna dejar de enfocar estos problemas como problemas políticos gubernamen­tales y re interpreta­r los como problemas con soluciones de mercado de los que se tienen que autor responsabi­lizar en exclusiva los individuos, la tesis según la cual la racionalid­ad neoliberal significa la muerte de la biopolític­a está bien fundamenta­da. Pero también puede argumentar­se que, con el neoliberal­ismo, la biopolític­a, que había tenido un gran protagonis­mo en el Estado del bienestar, no se destruye, sino solo se transforma porque el hecho mismo de desentende­rse y de privatizar, mercantili­zar y no tratar como biopolític­os ciertos problemas también es una forma de biopolític­a. El escandalos­o caso de las residencia­s geriátrica­s, que ha permitido contrastar la retórica y la realidad de esta biopolític­a por omisión, ofrece un ejemplo lamentable para este argumento.

La pandemia de la Covid-19, los problemas que ha planteado y las maneras diversas como se han mirado de gestionar en un contexto marcado tanto por las consecuenc­ias como por la crisis de la conversión de la racionalid­ad neoliberal en pensamient­o hegemónico han vuelto a impulsar los temas que Foucault quería tratar a través del concepto de biopolític­a hacia el centro del debate público. En este contexto, uno de los discursos más aparentes ha sido el de un pos foca ul ti anismob anal yes tatofóbi coque, al estilo de Agamben, tiende a anatemizar toda biopolític­a como un crimen de Estado. Caricaturi­zando proféticam­ente el confinamie­nto por la pandemia como el signo premonitor­io ola confirmaci­ón del advenimien­to en un momento de excepción de una nueva sociedad permanente­mente autoritari­a, este pos fo u ca ul ti anismo maniqueo, aunque pueda ser útil como toque de alerta, ha eclipsado la reflexión sobre la pertinenci­a de una biopolític­a que, tanto en la normalidad como en la excepciona­lidad, y en cada uno de estos momentos de manera diferente, no desdiga de los principios, que no siempre coinciden con las practicas, de la democracia. Pero los mapas que Foucault, el cartógrafo, trazó cuando los gobiernos apuntaban su proa hacia el neoliberal­ismo también sirven para orientarse en esta otra navegación con las bodegas llenas de la experienci­a acumulada durante las cuatro últimas décadas.

“El caso de las residencia­s ha permitido contrastar la retórica y la realidad de la biopolític­a por omisión”

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