La Vanguardia

¿Y si en el pueblo no nos quieren?

- Isabel Gómez Melenchón

Hay unanimidad entre expertos, estudiosos, consultore­s, analistas, especialis­tas y simples empollones: este verano, el del atípico 2020, nos vamos a ir mayoritari­amente al pueblo de vacaciones. Muy bien. Pero¿alguien se ha planteado si en el pueblo nos quieren?

Yo no estoy tan segura de que nos vengan a recibir con la banda de música, la trompeta y el trombón, entre otras razones porque hace años que los sustituyer­on por sintetizad­ores y otros instrument­os electrónic­os que desconozco, que ahora los que vamos con la escalera y la cabra somos nosotros. Y con el coche hasta los topes cargados de todo, incluidos el arco y las flechas para atravesar el territorio comanche. No habrá operación paso del Estrecho, pero más estrechos no podemos ir. Y con los recuerdos tan pasados como lo que esperamos encontrar. “Ya veréis, niños, nos bañaremos en el río como cuando era pequeña y cogeremos ranas”, “pues aquí dice que el río lo secaron hace cincuenta años para construir una presa”, “imposible, yo tan mayor no soy... hala, deja el móvil, que solo dicen mentiras”.

En el pueblo, contra todo pronóstico hay cobertura e incluso wifi gratuito en la biblioteca. También una cierta sorna. “Qué, ¿este año no os vais al Caribe? Pues yo os hacía de crucero por los fiordos...”. En el pueblo tontos no son y saben que desembarca­mos allí como último recurso después de una primavera de traca y un otoño que se anuncia de aúpa. No nos atrevemos a viajar, pero nos plantamos allí, que esos kilómetros no cuentan. Y no es lo mismo el pueblo que la segunda residencia, esta es una prolongaci­ón de nuestra vida urbana, el pueblo es el origen de todas nuestras residencia­s y de nosotros mismos, ya sea ayer, antes de ayer o cuando las cuevas de Altamira. Cuando los miramos, vemos lo que tal vez hubiéramos sido si alguien no hubiera pillado una vez la carretera y la manta, que por cierto en los pueblos por la noche refresca y se duerme la mar de bien.

“Mira, una moderna”. No sé cómo tomarme la canción de Putilatex, pero bien seguro que no. Corro a casa a cambiarme el último modelito de Zapa. Este año las fiestas se harán cuidando la distancia social, es decir, ellos en una parte y los recién llegados en otra, y eso que entablamos amable conversaci­ón con los lugareños. “¡Qué bien, este año por fin estaremos todos!”. “Pues no estarán la tía abuela Pancracia, y el primo octavo Terencio, y el suegro del Laureano”. “Oh, cuánto lo lamento. ¿Hace mucho que faltan?”. “Sí, desde que abrieron la casa rural del Concello, es que les molestan los petardos”. Y las petardas. Añado.

Llegamos que solo nos

faltan la escalera y la cabra; “mira, una moderna”, se burlan

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