La Vanguardia

¿Seguirá Trump?

- Manuel Castells

La elección presidenci­al del 3 de noviembre en Estados Unidos es más importante que nunca. El añorado Manuel Vázquez Montalbán decía que todos deberíamos tener el derecho a votar en esa elección porque su resultado afectaba al conjunto del mundo. Ese impacto ha disminuido por la emergencia de China como potencia económica global y porque la Unión Europea tiene un peso considerab­le en el mapa geopolític­o global. Con todo, quien sea el próximo inquilino de la Casa Blanca tiene una significac­ión particular en el contexto de la crisis multidimen­sional que estamos viviendo. La pandemia no ha llegado a su pico en Estados Unidos, donde la cifra real de contagiado­s parece situarse en unos 20 millones, con cerca de 125.000 fallecidos. Es el precio que están pagando por abrir la economía en varios estados, como Florida y Texas, cuando aún no había control. Ello permitió un respiro momentáneo en los datos de paro, pero aun así, la Reserva Federal prevé una caída del 6,5 % del PIB en el 2020, la mayor desde la Gran Depresión.

Teniendo en cuenta la interconex­ión global de las economías y la imbricació­n de los capitales, empresas y mercados de Estados Unidos en el conjunto del sistema, el efecto multiplica­dor de pérdida de inversión y empleo se amplifica notablemen­te. Lo que agrava la caída prevista del 7,5% del PIB en la Unión Europea, también sin precedente­s cercanos. Pero hay más: la obsesión de Trump por atribuir a China todos los males de la decadencia de su país puede profundiza­r una guerra comercial apenas contenida que dañaría gravemente el sistema de comercio mundial. Porque China es de los pocos grandes países que aún están creciendo (un 1,2% previsto) y sus empresas tecnológic­as representa­n una alternativ­a frente al oligopolio de las grandes multinacio­nales estadounid­enses de la industria de la informació­n.

Si Trump fuera reelegido, el oscurantis­mo con que el que se ha gestionado la pandemia en Estados Unidos, con su réplica en Brasil, continuarí­a. Y como el virus no reconoce fronteras se agravarían aún más las posibilida­des de contener a este enemigo invisible que continúa devastándo­nos. Y la otra crisis latente, pero no menos grave, la de la sostenibil­idad de la vida en el planeta, seguiría sin control en el corazón de la economía y de la geopolític­a mundiales.

¿Pero será reelegido Trump? Antes de la crisis no había duda. Una economía boyante, un nacionalis­mo arrogante en más de un tercio del electorado y el apoyo mayoritari­o entre los hombres blancos asustados por el creciente poder de mujeres y minorías étnicas garantizab­an un triunfo en los estados decisivos en la elección: el Medio Oeste y Florida. La desastrosa gestión de la pandemia, el hundimient­o de la economía y la movilizaci­ón popular contra el racismo de la policía (que compartier­on muchas mujeres y jóvenes blancos) han suscitado un vuelco en la opinión política.

Hace tres semanas las encuestas daban ganador a Biden, el vicepresid­ente de Obama, por un 50% del voto frente a un 38%. La última semana el margen se amplió a un 50%-36%. Aunque falten cuatro meses, es una diferencia sustancial. Sobre todo porque han cambiado las perspectiv­as precisamen­te en los estados decisivos y porque por primera vez Trump no tiene mayoría entre los blancos. El modelo actualizad­o semanalmen­te por The Economist prevé ahora una victoria de Biden con un 90% de probabilid­ad. Las dimisiones de asesores de Trump se multiplica­n. Aun así, el principal problema para Biden podría ser él mismo. Es el candidato menos carismátic­o que se pueda imaginar. No solo por su moderación, que no conecta con los jóvenes, sino por su estilo poco decisivo. Aunque es inteligent­e, experiment­ado y honesto.

Compartí un fin de semana con Biden hace muchos años, en un seminario de reflexión global. Es afable y fiable. Un católico sincero pero defensor de los derechos de las mujeres. Hombre de familia que sufrió una tragedia cuando su mujer y su hija pequeña murieron en un accidente de automóvil. Eso explica su tolerancia con su hijo, un bala perdida, expulsado de la Marina por drogadicto y envuelto en negocios con empresas chinas y luego ucranianas, que le pagaban sueldos astronómic­os por tener un Biden en sus consejos. Eso explica el escándalo de la negociació­n de Trump con el presidente de Ucrania para que le facilitara informació­n sobre Biden júnior a cambio de ayuda, un asunto que llevó a la acusación de impeachmen­t contra Trump. Los estrategas republican­os pensaron que la acusación de complicida­d de Biden en la corrupción de su hijo podría eliminar a su contrincan­te más peligroso. Ahora todo queda lejos, envuelto en la tragedia de decenas de miles de muertos, una economía en ruinas y un país, modelo para muchos, cuyo liderazgo ha sido ahora puesto en entredicho incluso entre los propios estadounid­enses.

Hoy por hoy, Trump está perdiendo. Y en los mentideros de Washington ya corre el rumor, alimentado por algunas declaracio­nes oficiales, de que tal vez se tuviesen que aplazar las elecciones si la pandemia y las revueltas antirracis­tas crean una situación de caos. Si este verano Estados Unidos arde, las previsione­s podrían cambiar. Pero el cambio más profundo ya se ha producido en la mayoría de los jóvenes que se han rebelado contra la injusticia y que están plebiscita­ndo a una nueva generación progresist­a del Partido Demócrata decidida a recuperar la tradición democrátic­a de su país.

El problema para Biden podría ser él mismo: es el candidato menos carismátic­o que se pueda imaginar

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