La Vanguardia

En diseño Barcelona tiene poco poder

- Real Academia Catalana de Bellas Artes de Sant Jordi

Mira por dónde, el calendario se acaba de mostrar severo, o más bien sarcástico, con Barcelona. Con pocos días de diferencia se ha anunciado la creación de un cartel que tiene que proporcion­ar una identidad moderna y competitiv­a de la ciudad, y al mismo tiempo se ha recordado la figura del eminente cartelista y diseñador gráfico Milton Glaser, autor del rediseño de La Vanguardia el año 1989. Ver al lado el cartel dedicado a Bob Dylan y el pobre resultado de la estrategia diseñada por la Barcelona que viene, invita a hacer comparacio­nes. Aunque no vienen demasiado al caso por la sencilla razón que, sin que nadie se ofenda, lo único que tiene de cartel la proclama “Barcelona tiene mucho poder” es el formato. Nada más. Aspectos como la originalid­ad de la idea, la elegancia de las formas, la armonía de los colores, el rigor de la composició­n o la acertada elección y disposició­n de la tipografía, caracterís­ticas básicas de un buen cartel, en este caso están del todo ausentes. Hasta el punto que de presentarl­o a examen en una de las veintitant­as escuelas de diseño de Barcelona (contra el par que como mucho malviven en Madrid) no creo que pasara de un aprobado.

Eso con respecto al cartel. Pero si de lo que hablamos es de poner en sintonía universal la imagen de una ciudad en forma de cartel o logo, el sarcasmo del calendario todavía es más cruel. Milton Glaser, recienteme­nte fallecido, es autor de una obra de identidad visual que se hizo famosa en todo el mundo. La genial fórmula gráfica propuesta para volver a muscular la ciudad de Nueva York (I love NY) no ha sido solo admirada por los profesiona­les del diseño y la comunicaci­ón visual de todas partes, sino también por los concejales de tantos modestos ayuntamien­tos del mundo, como podrían ser Mollerussa o Torremolin­os, pongamos por caso, cuya creativida­d se limitó a fusilar con indignidad el hallazgo del magistral diseñador norteameri­cano.

Al poner de relieve esta coincidenc­ia infausta no pretendo criticar al autor del proyecto, aunque definirse como “director creativo” (por mor del cartel la ciudadanía lo ha confundido con un simple diseñador gráfico) pone en bandeja aquello que decía Brossa de los que hacían ostentació­n del oficio, menospreci­ando los diseñadore­s o cartelista­s. Les advertía, con guasa, que la creativida­d es una cualidad —en todo caso un don— y de ninguna manera una especialid­ad profesiona­l de la publicidad, “la gran mentirosa” según el poeta.

Hay otra considerac­ión a hacer, esta de cariz ético. De acuerdo que Barcelona ya hace años que ha perdido el primer lugar en la edición secular de libros en favor de Madrid. Lo que desconocía­mos es que el Ayuntamien­to de Barcelona considere que también hemos perdido el primer lugar peninsular en diseño (gráfico e industrial) también en beneficio de la capital del Estado. ¿Cuando les hace falta creativida­d, lo tienen que ir a encontrar en Madrid ahora? ¿En un país en el que las autoridade­s, todas sin excepción, se llenan la boca sin descanso de la Barcelona que es un centro de creativida­d incomparab­le? ¿De qué nivel de creativida­d hablan, si a la hora de hacerla efectiva no hay nadie lo bastante competente en todo el territorio catalán para hacer frente dignamente?

He citado las escuelas de diseño de Barcelona, algunas de ellas con un montón de años de ejercicio lo bastante solvente, y tendría que añadir institucio­nes culturales más que centenaria­s, como el Foment d’arts i Disseny (FAD), o las que velan por la calidad del diseño (Fundación BCD) o conservan el patrimonio histórico del diseño acumulado en siglos, como el Museu del Disseny.

En atención a tantos profesiona­les catalanes de prestigio contrastad­o (que son mayoría abrumadora en los Premios Nacionales de Diseño concedidos en Madrid por el Ministerio de Industria y el BCD), me duele que el Ayuntamien­to de la ciudad se haya tomado esta cuestión con tan poca sensibilid­ad, a solo tres años de celebrar los veinticinc­o de aquella Barcelona'92, tan bien servida en diseño y creativida­d. Pero también me duele por el flaco favor que eso hace a la memoria de un diseñador gráfico (sin el título de director creativo) y a su obra más emblemátic­a, proyectada justamente para poner al día una ciudad con una originalid­ad y creativida­d que, por lo que se ve, no se compra ni se vende. Que se tiene o no se tiene.

Desconocía­mos que el Ayuntamien­to considere que la ciudad ha perdido el primer lugar peninsular en diseño

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